Saludo del Prof. Andrea Riccardi a Su Santidad Benedicto XVI
Beatísimo Padre,
Con gran alegría le acogemos en la basílica del Apóstol Bartolomé, en la actualidad, memorial de los “Nuevos Mártires” del siglo XX. Así lo quiso el Siervo de Dios, Juan Pablo II, quien confió la basílica a la Comunidad con motivo de su veinticinco aniversario, con aquella confianza afectuosa que nos ha ayudado a crecer.
Le acogemos, Padre Santo, como Sucesor de Pedro. San Ambrosio afirmaba: Jesús nos ha dejado a Pedro como “vicario de su amor”. Pedro y sus sucesores nos reúnen con amor y en la vía del amor. Es cierto. Su Santidad nos ha enseñado, desde su primera encíclica, que el verdadero amor libera de la filautia, del amor por uno mismo. Hoy Su Santidad honora la memoria de los mártires, cuyas existencias hablan de un amor tan fuerte como la muerte. Hombres y mujeres que no vivieron para sí mismos: escándalo para el mundo del siglo XX, que ha convertido en suprema ley el “sálvate a ti mismo”, gritado a Jesús cuando estaba en la cruz. Así es todavía el mundo de nuestro siglo. Sin embargo, aún son muchos los cristianos asesinados en diferentes partes del mundo.
Nos conmueve que Su visita tenga lugar en el año del cuarenta aniversario de Sant’Egidio, como don precioso. Nacidos en Roma sentimos un afecto filial por Vuestra Santidad, Obispo de Roma y, allí donde esté Sant’Egidio en el mundo, siempre hay un pedazo de Roma.
Hace cuarenta años, después del 68, aquella gran convulsión occidental, dimos nuestros primeros pasos. Un impulso vital animaba a las jóvenes generaciones a construir un mundo mejor, pero como Usted ha escrito, dicho impulso ha acabado en una pesada cerrazón. Rutilio Namaziano con espíritu romano enseñaba: “Ordo renascendi est crescere posse malis (esencia de la renovación es sacar mejorías de los males)”.
En aquel clima, sentimos la necesidad de no dejarnos guiar por nosotros mismos. Para que el mundo fuese mejor debíamos cambiar nosotros. Nos guió el amor por la Palabra de Dios, alma de la oración particular, acogida en nuestras oraciones vespertinas en todas las Comunidades, desde Roma, a África, a Asia, a América Latina… La Palabra de Dios crece en nosotros, como dice el Gran Gregorio. Nos ha guiado el amor por la liturgia y el Triduo Pascual, vivido como corazón de nuestra Comunidad.
Buscábamos un mundo nuevo, entendimos que debíamos renovarnos personalmente y constantemente. Siempre somos hijos agradecidos de esta Madre antigua, la Santa Iglesia Católica, con los apóstoles, los santos, los mártires. ¡Estamos contentos de ser hijos de esta Madre!
Hemos sido preservados del frío de las ideologías de aquellos años, del calor abrasador del vivir para uno mismo. Hemos sido guiados en la vía del amor. Hacia los demás. Sobre todo los más pobres, de Roma primero y después del mundo, con sus dolores, con sus enfermedades – el Sida – y sus guerras. Los pobres nos han dado mucho.
Usted sabe, Padre Santo, que entre las muchas tierras que amamos (estamos presentes en aproximadamente setenta países del mundo), África está en nuestro corazón con sus grandes recursos humanos: pero también es una tierra donde el materialismo humilla al hombre con la violencia, la pobreza, el culto del dinero, desfigurando la imagen de Dios. Desde África al mundo entero, en nuestra pequeñez, vemos el trabajo de la fuerza humanizadora, liberadora y pacificadora de la gratuidad de la vida cristiana.
Hemos descubierto el don alegre y responsable de un carisma. Y nos llena de felicidad poder expresarlo a Su Santidad: estamos contentos de ser cristianos e hijos de la Iglesia. Lo proclamamos con un grito de alegría más fuerte que los gritos de dolor que escuchamos en el mundo. Sí, estamos contentos de ser cristianos.
Así, nuestra humilde vida se reúne agradecida esta tarde junto a Usted, Padre Santo, alrededor del testimonio de los “Nuevos Mártires”, en este tiempo de Pascua. Ahora, la Resurrección de Jesús nos ilumina desde lo más profundo y nos proyecta, desde Roma a todo el mundo, con un sentido renovado de la misión de los discípulos de Jesús, enviados a comunicar el Evangelio y a curar enfermedades.
Su Presencia entre nosotros nos conmueve. Que el Señor Le sostenga siempre con sus dones y Le proteja, mientras se encamina hacia el cuarto año de su Pontificado. ¡Gracias!
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