Hombres y mujeres de religiones diferentes, nos hemos reunido
de nuevo en Asís, ciudad de Francisco, santo de la
paz, en un momento difícil de nuestro mundo, lleno
de tensiones, conflictos, amenazas terroristas. Hemos recordado
la iniciativa audaz y profética de Juan Pablo II que,
en 1986, en plena guerra fría, invitó a Asís
a los líderes religiosos del mundo para rezar por la
paz. Fue el inicio de un camino de diálogo, de oración
y de paz, que ahora ha vuelto a Asís. Es un camino
que ha liberado energías de paz y ha procurado que
muchos esperen un futuro de paz.
Durante estos días, nos hemos ocupado de nuestras tradiciones
religiosas que, de manera diferente, dan testimonio de un
mensaje de paz con raíces antiguas. Hemos entrelazado
nuestro diálogo con hombres y mujeres de cultura laica
y humanista. Hemos vivido una escuela de diálogo.
Hoy nos hemos reunido en oración según las diferentes
tradiciones religiosas, convencidos del valor de la invocación
a Dios en la construcción de la paz. Hemos mostrado
como la oración no divide, sino que une: hemos rezado
los unos al lado de los otros, no rezaremos nunca los unos
contra los otros. Hemos dirigido nuestra atención hacia
muchas situaciones de conflicto y de dolor, que implican a
miles de personas, muchas familias, muchos pueblos. Hemos
compartido su sufrimiento. No queremos olvidarles ni resignarnos
a su dolor.
Los problemas en el mundo de hoy son muchos. Pero por esto
no nos resignamos a la cultura del conflicto, según
la cual el conflicto sería la salida inevitable del
futuro próximo de enteras comunidades religiosas, de
culturas y civilizaciones.
Somos hombres y mujeres creyentes, no somos ingenuos. El siglo
que ha pasado nos ha mostrado como guerras mundiales, la Shoah,
genocidios de dimensiones inimaginables, opresión de
masas, ideologías totalitarias, han robado millones
de vidas humanas y no han renovado el mundo como prometían.
Por esto decimos: ningún conflicto es un destino inevitable,
ninguna guerra nunca es natural.
La paz es irrenunciable, también cuando parece difícil
o desesperado conseguirla. Queremos ayudar a todo hombre i
a toda mujer, a quien tiene responsabilidad de gobierno, a
levantar los ojos más allá del pesimismo, y
a descubrir como la esperanza es cercana si se sabe vivir
el arte del diálogo. Las religiones acostumbran a los
creyentes a buscar la realización de valores altos
que parecen, a muchos, poco fácilmente practicables.
No podemos renunciar a reducir el abismo entre los ricos y
los pobres y a buscar la paz de cualquier manera. Esta es
la esperanza que comunicamos y proponemos desde aquí,
de la colina de Asís, pidiendo a los fieles de nuestras
comunidades que recen y trabajen por la paz.
Creemos en el diálogo, paciente, verdadero, razonable:
diálogo para la búsqueda de la paz, y también
para evitar los abismos que dividen culturas y pueblos y que
preparan graves conflictos. Todos nosotros, exponentes de
religiones diferentes, hemos afirmado el valor del diálogo,
del vivir en paz, mientras lo hemos practicado durante estos
días en espíritu de amistad, como modelo y ejemplo
para los fieles de nuestras comunidades. La guerra no es inevitable.
Las religiones no justifican nunca el odio ni la violencia.
Quien usa el nombre de Dios para destruir al otro se aleja
de la religión pura.
Quien siembre terror, muerte, violencia, en nombre de Dios,
que recuerde que la paz es el nombre de Dios. Dios es más
fuerte de quien quiere la guerra, de quien cultiva el odio,
de quien vive de violencia.
Por esto, nuestra esperanza es al de un mundo de paz. ¡No
se pierde nada con el diálogo, todo es posible con
la paz! Nunca más, pues, la guerra. ¡Que Dios
conceda al mundo el don maravilloso de la paz!
Asís, 5 de septiembre de 2006
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