PROF. ANDREA RICCARDI
Santo Padre,
Padres y amigos todos,
rezar con los Salmos en la Vigilia de Pentecost�s junto a la tumba del ap�stol Pedro es una ocasi�n espiritual por la que Le estamos muy agradecidos, Santo Padre. Para nosotros que no sabemos rezar, los Salmos son algo precioso: el don de un alfabeto con el que dirigirse al Se�or. �l, con su Palabra, nos ense�a a rezar: ��Alabad, siervos de Yahv�, alabad el nombre de Yahv�!�. Laudate pueri: quien reza, a cualquier edad, encuentra el coraz�n del ni�o. Grita el nombre del Se�or, como un ni�o que en la oscuridad busca a su madre. En esto hay una ense�anza para nosotros, nuevas Comunidades y Movimientos: �si no cambi�is y os hac�is como los ni�os...� (Mt 18,3). Un carisma fructifica con la oraci�n y con el coraz�n de ni�os. �Porque es don!
�De la salida del sol hasta su ocaso�. El ap�stol exhorta: �Orad constantemente� (1 Tes 5, 17). Sin descanso: �c�mo es posible? Somos laicos, inmersos en las cosas del mundo: atra�dos y distra�dos por ellas. Pero la oraci�n no s�lo es posible, sino que es necesaria. Dice Jes�s: �separados de m� no pod�is hacer nada� (Jn 15, 5). Es verdad. Vuelvo a ver muchos momentos: las tempestades, las fragilidades, la desesperaci�n, la necia banalidad del pecado, el mal o las miserias demasiado grandes. Sin la oraci�n nos habr�amos resignado. Puedo decirlo al menos por m�, por mis amigos de Sant Egidio.
Cuanto m�s pasa el tiempo, m�s sentimos que debemos rezar. La vida comunitaria es escuela de oraci�n para todos, j�venes y ancianos: ��Bendito el nombre de Yahv�, desde ahora y por siempre!�. La oraci�n es el tejido donde el carisma no se apaga ni se vac�a en el orgullo, sino que fructifica. Porque el carisma es un don, no una utop�a, ni una ideolog�a, ni un proyecto de poder.
A lo largo de los a�os hemos visto c�mo se encend�an y se apagaban las estrellas de las utop�as que promet�an un mundo nuevo; por otra parte, hemos visto crecer la resignaci�n, indiferente al dolor ajeno, complaciente con un mundo viejo. Pero la Palabra de Dios, la liturgia y la oraci�n nos han formado con otro sentir: un amor tenaz y paciente. Es el amor de Jes�s, don de Pentecost�s, fondo de todo carisma, que se comunica a nuestros corazones gracias al Esp�ritu.
El Salmo canta a Dios, �Excelso sobre los pueblos�. Los devotos jud�os lo imaginaban m�s all� de los cielos: �m�s alta que los cielos su gloria�. Lejano de las miserias de la tierra. En nuestro mundo crecen las distancias (entre grandes y peque�os, entre pueblos y civilizaciones): las grandes distancias preparan los conflictos en el desprecio. Sin embargo, Aquel que est� verdaderamente alejado de nuestro mundo mezquino es el m�s cercano: ��Qui�n como Yahv�, nuestro Dios, con su trono arriba, en las alturas, que se abaja para ver el cielo y la tierra?�. El Excelso se inclina. Est� escrito en muchas p�ginas de la Escritura: �En lo excelso y sagrado yo moro, -dice Isa�as (57, 15)- y estoy tambi�n con el humillado y abatido de esp�ritu, para avivar el esp�ritu de los abatidos, para avivar el �nimo de los humillados�.
Las vidas humanas no discurren en el olvido, s�lo bajo las miradas indiferentes de la gente. Dice el salmo 11: �sus pupilas examinan a los hombres� (4). Dios no est� distra�do ni indiferente. Sus ojos desgarran la indiferencia. Muchas veces Jes�s mira a los hombres en su dolor, incluso a Pedro despu�s de que le negase. El Excelso se inclina y mira. Esto no deja igual la vida de los hombres y de las mujeres. El Salmo lo canta en dos peque�as pero eficaces im�genes: el pobre y la est�ril.
El pobre. Quien conoce las periferias del mundo ha visto con frecuencia monta�as de basura sobre las que a veces juegan los ni�os. Ha caminado por caminos polvorientos. Pienso en �frica. Pero tengo en mente tambi�n a los pobres cuya casa es un basurero; a los ancianos abandonados; a los que viven en las c�rceles. As� es una buena parte del mundo. Pero los hombres no ven ni se inclinan. Dios, en cambio, no es indiferente: �Levanta del polvo al desvalido, alza al pobre del esti�rcol, para sentarlo en medio de los nobles, en medio de los nobles de su pueblo�. El pobre, levantado, se sienta con dignidad entre los nobles. �stos, si no tienen en cuenta al pobre, pueden convertirse en una asamblea de malvados. Es un mundo al que el amor le ha dado la vuelta. Sucede: lo hemos visto. No es una utop�a. Nace del amor paciente y tenaz que Dios derrama en los corazones. Dios escucha el lamento de los pobres: �fuiste fortaleza para el d�bil, fortaleza para el pobre en su aprieto, parapeto contra el temporal, sombra contra el calor...� (Is 25, 4).
La est�ril. No estamos condenados a la esterilidad de vivir para nosotros mismos. La est�ril del Salmo recuerda las vidas est�riles: mujeres de la Biblia, pero tambi�n hombres de hoy, ricos de recursos, pero incapaces de dar vida. Hay un mundo de gente rica y est�ril. Tambi�n sobre ellos se inclina el Se�or: �Se asoma Yahv� desde los cielos hacia los hijos de Ad�n� (Sal 14, 2). El Se�or se inclina sobre nosotros. Se ve en Jes�s: �No fue un mensajero ni un �ngel: �l mismo en persona los liber�. Por su amor y su compasi�n �l los rescat� (Is 63, 9). Es la Pascua que hemos celebrado.
Hoy cantamos la fecundidad de la vida en el Esp�ritu: �Asienta a la est�ril en su casa, como madre feliz con hijos�. Esto es v�lido para mucha gente rica y est�ril. Es ahora la alegr�a de esta tarde, de nosotros ricos y est�riles, convertidos en humildes y fecundos, padres de hijos en esta bella casa sin muros, y al mismo tiempo tan extra�amente fraternal e �ntima.
Nosotros, Comunidades y Movimientos, somos gente est�ril que, gracias al amor de Dios que se inclina, hemos recibido un carisma fecundo. Ahora habitamos gozosos como hijos en la Iglesia. Hoy con Usted, Santo Padre, con los Obispos, con todos vosotros. Adem�s de los presentes, esta tarde hay otros en esta plaza: un gran �pueblo humilde y pobre� -dice Sofon�as (3, 12). Hay muchos pobres levantados por el amor de estos humildes que somos nosotros.
Es la original alianza de los pobres y de los humildes que vive en la Iglesia, fruto del Esp�ritu. Se celebra lo que Usted, Santo Padre, ha escrito en su enc�clica: �Amor a Dios y amor al pr�jimo se funden entre s�.
Juan Cris�stomo, obispo en tiempos dif�ciles, dec�a: este salmo invita al acuerdo de la oraci�n. En efecto, exige caridad y estima entre nosotros. Somos diferentes, pero no distantes: llamados por Usted, Santo Padre, a comunicar con m�s amor y fuerza este Evangelio. Por esto damos gracias al Se�or con el Aleluya que abre y cierra el Salmo. En nuestra debilidad, somos revestidos por una fuerza que viene de lo alto. Por esto decimos: ��Qui�n como Yahv�, nuestro Dios?�.
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