|
January, 2000
La gram�tica de la reconciliaci�n
La Comunidad de Sant�Egidio ha puesto su experiencia en la lucha contra la miseria
al servicio de la mediaci�n y de la soluci�n de conflictos en pa�ses en guerra.
La anciana se parapeta tras la puerta de una vivienda ruinosa de los barrios bajos de una ciudad italiana como Roma o N�poles. No abre a nadie, pero sus vecinos son categ�ricos : est� cayendo en la mendicidad. Un miembro de la Comunidad de Sant�Egidio llama a su puerta . Se inicia entonces un di�logo en el que ella participa s�lo con mono-s�labos y que puede durar meses e incluso a�os antes de que entreabra su puerta, lo deje entrary, por �ltimo, acepte un principio de ayuda.
Gracias a este aprendizaje de una comunicaci�n paciente, basada en la amistad, la Comunidad logr� entrar en contacto con un jefe de guerrilla que llevaba a�os recluido en un lugar rec�ndito de Africa, sacarlo de su aislamiento y convencerlo de que diera prioridad a la negociaci�n pol�tica y no al combate.
�La Iglesia es la casa de todos y, m�s particularmente, de los pobres�, hab�a declarado el Papa Juan XXIII, promotor de su apertura al mundo, consagrada por el Concilio Vaticano II. En 1968, unos estudiantes cat�licos decidieron fundar un movimiento que no fuera una ONG, sino una comunidad cristiana en cuyo seno practicar la religi�n y vivir el Evangelio por medio de un compromiso personal con los pobres fueran una misma cosa. El inspirador de esta aventura fue Andrea Riccardi, hoy profesor de historia en la Universidad de Roma y galardonado por la UNESCO con el premio Gandhi por sus actividades a favor de la cultura de paz.
De Roma al mundo
La Comunidad de Sant�Egidio, que debe su nombre al convento abandonado en el que instal� su cuartel general, cuenta hoy con 20.000 miembros en unas 300 comunidades de base repartidas en 34 pa�ses. Su acci�n se centraba al principio en los ni�os abandonados de las barriadas pobres de Roma, pero poco a poco fue abarcando a los inmigrantes, los ancianos, los vagabundos, los discapacitados, los enfermos de sida y a personas desfavorecidas en general, tanto en Europa como en pa�ses en desarrollo de Asia, Am�rica Latina y Africa.La Comunidad llev� a cabo una acci�n ejemplar a comienzos de los a�os ochenta en Mozambique, donde la hambruna, sobre un trasfondo de guerra, causaba estragos. Los conflictos armados, que se hab�an iniciado en 1963 contra el colonialismo portugu�s y cesaron en 1975 con la independencia, volvieron a reanudarse unos a�os despu�s por razones internas y tambi�n externas: la Sud�frica del apartheid se propuso desestabilizar a todos los pa�ses vecinos que no reconoc�an su supremac�a regional y, en primer lugar, al Mozambique socia-lista.
Pero la ayuda humanitaria que aportaba la Comunidad ca�a en un pozo sin fondo: imposible acabar con el hambre mientras siguieran hablando las armas. La b�squeda de un mediador tradicional � Estado u organizaci�n internacional � fracas� porque las canciller�as no ten�an acceso a una oposici�n armada invisible y estimaban, err�neamente como se vio m�s tarde, que la guerra s�lo cesar�a en Mozambique con la desaparici�n del apartheid en Sud�frica.
A la Comunidad no le qued� m�s opci�n que lanzarse a una obra de mediaci�n para la que no estaba preparada.Tu vo que aprender trabajando sobre el terreno, y construir as� una �gram�tica de la reconciliaci�n � basada �ntegramente en la experiencia atesorada gracias a su acci�n humanitaria y en favor de los pobres.
Construir una solidaridad concreta
Acercarse a los pobres, compartir su vida, hablar su lengua, acudir a los lugares a los que ellos acuden , verlos no como asistidos o clientes de una acci�n caritativa, sino como miembros de pleno derecho de la Comunidad, en resumidas cuentas, construir una solidaridad concreta en contextos siempre nuevos y diferentes, le hab�a ense�ado a dialogar con cualquiera.Este di�logo puede ser considerado ineficaz cuando faltan los medios para remediar ciertas situaciones de pobreza. Pero, frente a la indigencia, la Comunidad no se plantea la posibilidad de volver la espalda. La experiencia le ha demostrado que, incluso cuando no puede obtener resultados inmediatos, su mera presencia es insustituible. En la era de Internet, el aislamiento, que tambi�n cabe llamar soledad en t�rminos m�s existenciales, es una gran enfermedad de nuestro tiempo. El aislamiento o la soledad pueden enloquecer a una persona, pero tambi�n el aislamiento de un movimiento, un partido o un pa�s provoca muchas veces el estallido de las guerras, sobre todo cuando la comunidad internacional se desinteresa: la persistencia de los conflictos en Africa, en el sur del Sud�n por ejemplo, lo prueba sobradamente.
A trav�s de la acci�n, la Comunidad ha aprendido tambi�n la paciencia. Cuando un ministro de Relaciones Exteriores de un pa�s importante viaja para actuar como mediador, tiene contados los d�as y la mediaci�n tiene que dar alg�n fruto: debido a la presi�n de la opini�n p�blica o a la inminencia de las elecciones no puede correr el riesgo de un fracaso que afectar�a a su credibilidad. Pero �c�mo se puede pretender resolver en tres meses conflictos que duran decenios? La Comunidad no se fija una fecha l�mite. Las negociaciones de paz se iniciaron al mismo tiempo en Angola y Mozambique. Como las primeras quedaron concluidas en tres meses y medio, algunos analistas pusieron de relieve que la mediaci�n mozambique�a estaba estancada.
Muchos dec�an al mediador: �Pierde usted su tiempo y nos hace perder el nuestro�. Efectivamente las discusiones fueron largas: once sesiones de encuentros a lo largo de 27 meses, de junio de 1990 a octubre de 1992, sobre todo porque, como el mediador se consideraba un �aficionado� , no se descuid� el menor detalle. Hoy el acuerdo de paz en Mozambique se mantiene, y la guerra, por desgracia, sigue causando estragos en Angola.
Por �ltimo, pero no menos importante , la debilidad de la Comunidad es al mismo tiempo su fuerza . Es evidente que no tiene la posibilidad de movilizar un ej�rcito ni de firmar cheques cuantiosos. Pero esa �debilidad� garantiza a la vez la sinceridad de su credo: no perseguir m�s inter�s que el de la paz ni poseer otras armas que no sean su cultura de amistad y de paz. Se gana as� la confianza de sus interlocutores y llega conocer sus problemas tal y como son, sin esa especie de pudor que mostrar�an frente a un actor institucional, debido a las correlaciones de fuerzas inevitables en este tipo de contactos. Y a este conocimiento adquirido codo a codo con los beligerantes se suma la percepci�n �ntima de las sociedades en guerra, sobre todo en �frica , a trav�s de sus comunidades en el terreno.
Un proceso de paz no se reduce a la negociaci�n en s� y a la firma de un documento. El camino que hay que recorrer despu�s es sumamente tortuoso, y entran en juego tanto el desarrollo econ�mico y la democracia, como la reconciliaci�n y el recuerdo de los sufrimientos pasados. La Comunidad no puede hacer frente a todo esto ella sola, ni ha querido hacerlo: no cree en la diplomacia paralela, sino en la sinergia de los recursos y las intervenciones. Las posibilidades de �xito de un acuerdo de paz se basan en buena medida en la voluntad de quienes lo han suscrito, pero tambi�n en la sociedad civil y en el contexto internacional. As� pues, Sant�Egidio aboga por los esfuerzos de una multiplicidad de actores internacionales, estatales o no, para consolidar todo proceso de paz. En la �ltima fase de las negociaciones mozambique�as participaron observadores en representaci�n de las Naciones Unidas y de los gobiernos de Italia, Francia, Estados Unidos, Portugal, Reino Unido e incluso Sud�frica.
Esas negociaciones hicieron pasar a primer plano a la Comunidad, que adquiri� una notoriedad y una credibilidad que han aprovechado y aprovechan los beligerantes, de Guatemala a Burundi y de Congo-Kinshasa al Kosovo y Argelia . En este �ltimo pa�s, la Comunidad ha logrado, bas�ndose en ese otro pilar de su acci�n que es el di�logo interreligioso, sentar a adversarios musulmanes a la mesa de negociaciones. Desde hace m�s de diez a�os, organiza concentraciones internacionales de oraci�n por la paz, uno de los crisoles de esta gram�tica de la reconciliaci�n, ya que gracias a ello se forja tambi�n una verdadera cultura de paz interreligiosa. Pero el compromiso de Sant�Egidio con la paz es la prolongaci�n de su lucha contra la miseria, a la que sigue dedicando cuatro quintas partes de sus esfuerzos.
Mario Giro
Responsable del servicio Africa Occidental
de la Comunidad Sant�Egidio