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02/09/01 |
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El l�der de San Egidio |
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En este tiempo de la globalizaci�n, del mercado y de las finanzas, de la explosi�n medi�tica y tecnol�gica como m�ximas determinantes, resulta que una obra como la fundada y pilotada por Andrea Riccardi, la Comunidad de San Egidio, ha alcanzado una eficaz proyecci�n humanitaria y pol�tica en varios continentes y mundos a partir de sus simples y complejas convicciones �ticas y religiosas. Lo que traducido en cifras significa acaso 40.000 cooperantes en 30 pa�ses -San Egidio tiene tambi�n casa en Barcelona y Terrassa-, que se ocupan tanto de dar de comer al necesitado como de atender a los enfermos de sida o luchar contra la pena de muerte, pasando por intervenir en procesos de paz desde Mozambique -donde consiguieron implantarla- hasta Argelia, a la vez que han instaurado un di�logo interreligioso que no es moco de pavo: la religi�n predica lo sublime mientras puede erigirse en una de las encastilladas creencias que m�s dividen a la gente. Y si los valores que manejan Riccardi y San Egidio pueden resultar comprensibles o se inscriben en una tradici�n que culturalmente asimilamos, sus t�cnicas resultan m�s ins�litas. Basta recordar una de ellas: dialogar y pactar sin fin y sin que la palabra "no" haga acto de presencia, a la vez que se mira a los ojos del interlocutor. Con lo que llegamos a una curiosa situaci�n: las convicciones de San Egidio ser�n todo lo unidimensionales que se quiera -son cat�licos a machamartillo-, pero ellos se manifiestan abiertos y del bracete con cualquier otra creencia. El te�logo Tom�s de Aquino dec�a que la gracia de Dios no ahoga la naturaleza de ser humano, sino que la potencia. Bien: un fen�meno semejante reside en San Egidio. A veces me pregunto si esto no sucede porque Andrea Riccardi es italiano y, m�s a�n, romano. De un pa�s en el que una d�ctil capacidad expresiva supera la rigidez racional y se convierte en ingenio de vida y de asombrosa creatividad art�stica. Y de una ciudad eternizada en el ejercicio de la institucionalizaci�n piramidal y de la polarizaci�n del pensamiento, pero que se traduce en una honda y sutil alianza entre la dogm�tica y el relativismo, el escepticismo y la firmeza. Y todo ello, obviamente, regulado por una mirada a largo plazo, que conf�a m�s en la porosa terap�utica de los procesos que en las conclusiones a rajatabla. �No es tambi�n el Vaticano una sabia, astuta y fructuosa suma de tantos factores? Muy joven, Andrea Riccardi supo c�mo expresar en hechos sus ideas y las de su �poca. Resulta que en 1968, cuando la famosa revoluci�n del mayo franc�s hac�a estragos entre la juventud y la intelectualidad europeas -y con raz�n- frente a un capitalismo y un comunismo anquilosados en sus reglamentos, Riccardi fund� en Roma, con un grupo de amigos, la Comunidad de San Egidio para aplicar en lo concreto -en los desheredados de la sociedad-, y desde su propia filosof�a, el efervescente c�mulo de prop�sitos de dignificaci�n humana que el oleaje de mayo produc�a. Hoy, tantos a�os despu�s, la obra de Andrea Riccardi goza de una extraordinaria dimensi�n, mientras que desde hace mucho la mayor parte de ideas y personajes de aquel 68 se han quedado en lejana historia. Con motivo de otorgar a Riccardi precisamente este a�o el XIII Premi Internacional Catalunya, he hablado bastante sobre religi�n, pol�tica y literatura, con �l y con algunos de sus principales colaboradores en la sede de la comunidad, sita en el Trantevere romano, el bullicioso, y a ratos degradado, tradicional barrio popular y de los pobres de Roma, que hoy lo comparten con las masas tur�sticas m�s desinhibidas. All� han remozado el antiguo convento de San Egidio, sus abovedadas dependencias que parecen secretas, sus recoletos jardincillos interiores y el templo, donde cada rinc�n ha sido tratado con una mediatada est�tica de la arquitectura y del silencio. En realidad, al principio Riccardi y los suyos fueron okupas de un edificio desballestado y abandonado que han dignificado y cuyo nombre -el de un oscuro santo var�n medieval- escogieron para designar su obra. Y ojo: alrededor de San Egidio tienen pisos, casas, comedores, en los que viven ni�os abandonados, enfermos incurables, ancianos sin asidero, y donde comen cada d�a un par de millares de pobres de solemnidad. Nunca puede olvidarse que al armaz�n dial�ctico de San Egidio hay que sumar su estructura pragm�tica. La sociedad no es ya ah� una divagaci�n de sobremesa, sino un compromiso real, concreto, urgente. Y digo sociedad queriendo decir injusticia social. Esos espacios bifrontes que vengo presentando se corresponden por entero, insisto, con la personalidad de Andrea Riccardi, en la que se trenzan su h�bil y vivaz movimiento y voz en el mundo, su mirada r�pida y anal�tica y su palabra aguda y revestida de iron�a, a la par que como profesor universitario va publicando libros de investigaci�n y divulgaci�n sobre temas tan interesantes y comprometidos como el papado visto en tanto que poder y suma de complejidades o los millones de cristianos que han sido tajantemente asesinados a lo largo del siglo XX. Riccardi es un hombre imparable, informado, valeroso, est� con el Vaticano y con el mundo, pero no calla y trabaja, est� con la pol�tica y nunca ha cre�do que constituya sobre todo un ejercicio de vanidad o de partidismo. Andrea Riccardi o la reflexi�n con la acci�n... y la fe en la trascendencia.
Baltasar Porcel
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