Comunità di S.Egidio


 

29/08/01

PUJOL ACABA su ciclo con la necesidad de explicar Catalu�a a Espa�a y al Papa
Volvemos a Roma

 

Despu�s de veinte a�os de suave tentaci�n galicanista -d�cese de la desviaci�n tendente a configurar una iglesia nacional, en la estela de la doctrina francesa combatida por el Concilio Vaticano I-, la construcci�n de puentes con Roma aparece, por fin, en el orden del d�a del nacionalismo catal�n.

En el breve plazo de quince d�as, dos acontecimientos van a subrayar la nueva orientaci�n: la celebraci�n en Barcelona del anual encuentro interreligioso de la influyente comunidad de San Egidio y la apertura de una magna exposici�n titulada "Germinabit", que quiere dar testimonio de la personalidad hist�rica de la Iglesia catalana en el romano Palazzo della Cancelleria. Jordi Pujol tendr� un especial protagonismo en ambos actos, siempre de la mano del l�der de la comunidad de San Egidio, Andrea Riccardi, notable personaje muy bien comunicado con la Secretar�a de Estado del Vaticano, al que la Generalitat ha galardonado con el Premi Internacional Catalunya.

Por si hubiese alguna duda sobre el mensaje que se pretende transmitir, el folleto de la exposici�n subraya, en su versi�n italiana, "la tradicional obediencia a Roma de nuestra iglesia". Acotaci�n interesante, que de alguna manera contrasta con la cristalizaci�n en amplios sectores de la opini�n nacionalista de una cierta idea de desamor del Vaticano respecto a Catalu�a.

Las voces sensatas que se resisten a la teor�a de la conspiraci�n apuntan que el problema reside b�sicamente en la ausencia de buenos y bien situados embajadores de Catalu�a ante la Curia vaticana. Y un hombre tan cabal y prudente como el jesuita Josep Maria Ben�tez, decano de la facultad de Historia Eclesi�stica de la Universidad Gregoriana, a�ade una ulterior observaci�n, digna de ser tenida en cuenta. "El Vaticano -apunta el disc�pulo del padre Batllori- siempre tender� a ver el nacionalismo catal�n como un factor de potencial perturbaci�n de la monarqu�a cat�lica espa�ola." Llegados aqu�, no est� de m�s a�adir que la Santa Sede tiene una percepci�n del tiempo muy parecida a la de los mandatarios chinos -grandes ciclos, largos periodos...-, en la que Espa�a aparece, invariablemente, como la gran retaguardia, como el baluarte imprescindible.

Y, sin embargo, pese a la reverberaci�n galicanista, neocarlista incluso, que en alguna ocasi�n, cuando se enroca, transmite el m�s vehemente catalanismo eclesial, hubo un tiempo en que el �nfasis por la romanidad era percibido como factor diferencial. La versi�n cantada del Credo -"crec en una sola Esgl�sia, santa, cat�lica, apost�lica i romana"- debe de ser una de las pocas en que se enfatiza el v�nculo romano. Y en Montserrat todav�a recuerdan como el abad Marcet, en plena dictadura de Primo de Rivera, se apresur� a implantar la pronunciaci�n italiana del lat�n, aconsejada por P�o XI y nunca bien aceptada por el clero espa�ol.

Tiempo de desenroque, aunque no deja de ser significativo, por no decir sorprendente, que Pujol acabe sus veinte a�os de mandato con la necesidad de explicar qu� es Catalu�a en Madrid y en Roma. De reformularla en clave simp�tica ante el p�blico espa�ol y el propio Papa. Pero lo importante es que volvemos a Roma y eso siempre es una buena noticia. Para los creyentes y para quienes desde el agnosticismo sentimos un gran inter�s por el misterio religioso, por su arquitectura cultural y sus texturas infinitas.

Enric Juliana