Comunità di S.Egidio


 

01/06/2002


La elecci�n de Anita
En un precioso y olvidado rinc�n de Mozambique, una joven mujer ha decidido que escapar del hambre y de la guerra civil era cosa indigna en un cristiano. As�, junto a otros voluntarios de la Comunidad de Sant'Egidio, ha empezado a sembrar esperanza donde todo parec�a in�til.

 

El avi�n desciende, zarandeado por el viento que sopla del oc�ano. Hay un punto donde los colores del mar y el cielo se confunden en el azul, si no fuera por las encrespaduras blancas del agua. El aeropuerto de Pemba es una l�nea de asfalto que se precipita en el mar. Hace falta medir el viento antes de aterrizar: un vuelo a baja altura para ver la direcci�n de la manguera , el morro que se alza, un viraje estrecho, las ruedas que rozan la pista. Pemba es el �ltimo conf�n de un espacio casi vac�o, capital de la provincia de Cabo Delgado, tres mil kil�metros al Norte de Maputo, Mozambique salvaje, cuerpos enfermos, generaciones destrozadas por el hambre y por la guerra, la historia que se precipita en el presente y hace da�o. �C�mo se puede tranquilizar la Historia? �C�mo se puede echar el miedo y devolver la esperanza, la serenidad, la confianza a un pu�ado de mujeres, de hombres, de ni�os que tienen siempre la mirada baja?

En Maputo nos hab�an contado la historia de Anita. Que podr�a ser tambi�n la historia de Mozambique, si un d�a muchas como ella fuesen ayudadas, s�lo ayudadas y no reemplazadas, s�lo sostenidas y animadas por nuestro dinero y nuestra globalizaci�n. Hace falta volar durante seis horas hacia el norte, a lo largo de la costa del Oc�ano �ndico, casi hasta el ecuador, a dos pasos de la frontera con Tanzania, para conocer a Anita y entender la mentira de un mundo que dice que todos somos iguales. No, �frica es diferente y aqu� no valen, en la provincia de Cabo Delgado, la m�s pobre del paup�rrimo Mozambique, las elegantes teor�as de la cooperaci�n que hacen que su salvaci�n dependa de las cosas que nosotros estemos dispuestos a dar, sin ocuparse de la acogida de las personas, sin permitir que sean ellos los que llenen el vac�o de los lugares y de las barrigas, sin permitir que sea Anita quien desvele la trama de las historias de su pa�s.

Pemba es un sue�o de los que puedes tocar. Tiene un golfo estrecho y redondo que se asoma al Oc�ano �ndico. La arena es fin�sima, parece polvos de talco. El Cabo la encierra hacia el sur, la costa sube y baja entre rocas y playas, con palmeras que crecen sobre la arena. Una larga isla interrumpe el azul del horizonte, para�so de los submarinistas con arp�n y c�mara de fotos.

Pero Pemba es una destino duro para millares de personas: falta agua y energ�a el�ctrica, la malaria hace estragos entre los ni�os, el Sida mata, la tuberculosis golpea, los muertos de c�lera ya no se cuentan. Desde hace alg�n tiempo, sin embargo, se vuelven a contar los que mueren a causa de una neuropat�a perif�rica, provocada por envenenamiento de mandioca. Es una ra�z peligrosa que provoca la par�lisis de las funciones esenciales. La gente lo sabe, pero la come porque no siempre mata. Es una enfermedad del hambre. Durante la guerra civil se contaban por miles los muertos a causa de la ra�z. Diez a�os despu�s de la firma de los acuerdos de paz, diez a�os despu�s de una esperanza que todav�a no ha cambiado la vida de los pobres, las estad�sticas m�s tr�gicas se ponen de nuevo en movimiento. Anita pod�a haberse ido entonces. Pero no lo hizo.

Anita Buanaiaque tiene 33 a�os. Est� all�, en el viento de la pista: ��Hab�is venido para ver a los pobres?�. En la calle que baja del Cabo los palisandros hacen sombra en el feroz sol de la tarde. �Veis, aqu� acababa nuestra vida en febrero de 1988�. La guerra civil entre el Frelimo y la Renamo hab�a empezado justo despu�s de la independencia de Mozambique de Portugal en 1975. En 17 a�os ha causado un mill�n de muertos, hasta la firma de los acuerdos de paz, mediada por la Comunidad de Sant'Egidio, en Roma el 4 de octubre de 1992. Las ciudades estaban en las manos del Frelimo, los campos en las de la Renamo. De una ciudad a otra se viajaba en caravana, que era un tr�gico instrumento de muerte: atacada por los guerrilleros, defendida por los soldados y en medio la gente que mor�a. Las personas de la Comunidad de Sant'Egidio se implicaron por la amistad con un obispo de Mozambique, mon. Jaime Gon�alves de Beira, la segunda ciudad del Pa�s.

Anita recuerda bien aquel febrero de 1988, cuando un contenedor con algunas inscripciones en italiano fue descargado en el puerto de Pemba. �Trabajaba como secretaria en la di�cesis de Pemba, daba catequesis a los ni�os del colegio de monjas de la Consolata, con cantos en la iglesia, danzas en misa, un ritual bonito y rico�. Cuenta fragmentos de una historia lejana, mientras el coche enhebra las calles de Pemba, calles polvorientas, la arena arrojada por el viento, mercados sin fin de cosas sin valor, pescado ofrecido por los chicos que se meten en el oc�ano con piraguas de madera, lanzas y flechas. Tiene 100 mil habitantes que viven en casas de ca�as. Las casas de obra recuerdan la arquitectura del socialismo real, fruto de la amistad entre el Frelimo y los Pa�ses del Este sovi�tico. En el deterioro y en el polvo resiste alguna antigua residencia colonial portuguesa que se cae a trozos.

�Era mi obsesi�n, esta humanidad dolida que no com�a, que npod�a pudo viajar a causa de la guerra. Mi obsesi�n era una Iglesia que se ocupaba demasiado de s� misma y poco de los dem�s�. Hasta que lleg� aquel contenedor y Anita despeg� el sello: Comunidad de Sant'Egidio. ��Qui�nes son?�, pregunt� a una monja italiana de la Consolaci�n. �Gente que trabaja con los pobres.� La carta que acompa�aba el contenedor estaba escrita por don Matteo Zuppi. �Le respondo y le expongo mis inquietudes: el Evangelio, los pobres, la Iglesia. Cosa normal para vosotros en Europa, extraordinaria para nosotros en �frica. Yo ten�a miedo de los pobres, pero han sido los pobres los que me han mantenido aqu�. Nac� rica, en una familia mixta portuguesa y mozambique�a. Recuerdo a mi abuela con un gran sombrero de paja bajo una acacia - un joven que le hac�a viento con una gran hoja de palma - que daba �rdenes a los obreros del campo. Mi familiares eran grandes amos de tierras. Pod�a irme a Lisboa. Pero aquel contenedor me mantuvo aqu��.

Don Matteo vino en 1989. El contenedor tra�a m�quinas por coser, sacos de arroz, cuadernos y libros, filtros para el agua.

�Buscamos estructuras, est�bamos preocupados por la organizaci�n. Sant'Egidio que desde Roma nos explicaba c�mo hacer con los pobres se convirtieron en un mito. Pero don Matteo, cuando llega, s�lo le dice a Anita: �Ocupaos de los pobres, luego veremos�.

El coche se para delante de una vieja serrer�a. La Comunidad de Sant'Egidio de Pemba naci� aqu�. El viejo contenedor todav�a est� en el patio. Las m�quinas de coser sirvieron para abrir una escuela de canto y costura, de la que es responsable Marieta. A ella asisten unas setenta mujeres. Los vestidos que confeccionan los venden en los mercados. Es la �nica escuela textil de toda la provincia. Las m�quinas son viejas, pero eficientes y sobre todo f�ciles de arreglar. Desde el fondo del patio llega un canto: ��frica, �frica...�. Tambores y guitarras y un viejo teclado a pedales.

Los chicos de Anita han recorrido camino. Ella empez� con las m�quinas que coser, con los cuadernos y los libros: escuela popular en un lugar d�nde la �nica actividad es buscar algo para comer.

Aquellos ni�os han crecidos y han abierto otras escuelitas en Pemba y en las aldeas cercanas. Hoy hay 40 peque�as Comunidades de Sant'Egidio esparcidas en la provincia de Cabo Delgado. El�as las compara a una �familia, que se ocupa de la salud, de la comida, del trabajo�. Mustaf� dice que �es un modo para hacer pol�tica. M�s bien el �nico modo admitido: ayudar a los pobres�.

Pero tambi�n ellos son pobres. Fil y Bernardina, 18 a�os, han caminado 30 kil�metros para estar esta tarde para hablar con el periodista llegado de Europa. Leandro nos habla sobre su aldea, Shuri, una vieja misi�n portuguesa abandonada, d�nde han empezado a recogerse en los a�os pasados los enfermos de lepra y ahora es una aldea de leprosos, olvidada por todos, rodeada de campos todav�a llenos de minas, d�nde la Comunidad tiene una escuela popular y d�nde de vez en cuando llega alg�n medicamento caducado, un paquete de vestidos nuevos y alguna venda.

En los �ltimos nueve meses en la provincia de Cabo Delgado se han contado 700 nuevos casos de lepra.

Por la ma�ana delante de la escuela textil hay una cola de mujeres y ni�os. Se han enterado de que han llegado los blancos y que entre ellos hay dos m�dicos. Hablan makua, la lengua de las aldeas de la zona. Algunos salieron de noche, despu�s de ver c�mo aterrizaba nuestro avi�n. Quiz�s Atnja tenga siete a�os. Las piernas son una llaga espantosa amasada de polvo. Anita traduce: �Mis padres han muerto. Yo vivo en la calle�. El Sida sesga la mayor parte de las v�ctimas. Pero aqu� nadie sabe si ha contra�do la enfermedad. En Mozambique el 14 por ciento de los 18 millones de habitantes es seropositivo. En el Norte el porcentaje es m�s bajo por la falta de comunicaciones. Pero la carretera que est�n construyendo de Nampula hasta Pemba y que luego tendr� que enlazarse con la frontera tanzana empeorar� las cosas.

El Sida es el �ltimo desaf�o de Anita y de los suyos y ser� duro. Los carteles del despacho del centro provincial para la lucha contra el Sida s�lo muestran un eslogan bajo la fotograf�a de una pareja sonriente: �Soy fiel al preservativo.� �Nada sobre la fidelidad, nada sobre el respeto. Nada sobre la mujer que aqu� es tratada como un objeto�, explica Anita. Nada sobre la responsabilidad de los hombres, que aqu� son irresponsables, hacen hijos y abandonan a las mujeres�.

Tambi�n se muere de tuberculosis, de c�lera, de malaria. El hospital de Pemba est� en condiciones espantosas. Anita y los j�venes de la Comunidad pasan horas acompa�ando a enfermos destinados a morir. Dice el doctor Faustino Porfirio, subdirector: �El 25 por ciento de los ni�os est� desnutrido. Cualquier enfermedad los mata en pocos d�as. Mucha gente muere de Sida. Creo que la difusi�n de la enfermedad es alt�sima. El dato oficial es del 6-7% de la poblaci�n enferma. Pero la muestra es muy limitada: las mujeres embarazadas de s�lo dos centros de salud rural. Y a pesar de la distorsi�n de la muestra, es un n�mero elevad�simo�.

Su hospital tiene 224 camas, es el hospital de referencia para un mill�n doscientas personas. Trabajan 4 m�dicos y unos cincuenta enfermeros. Tiene un balance anual de 170 millones, el 60 por ciento destinado a los sueldos. No tiene reparto de radiolog�a, ni laboratorio de an�lisis, no hay salas esterilizadas para los enfermos de tuberculosis, se come arroz y jud�as una vez al d�a, el agua proviene del pozo del patio, la energ�a el�ctrica de un viejo generador. Los pacientes pagan dos mil meticais al d�a, casi un d�lar, y son pocos los que se lo pueden permitir. De la cura de la tuberculosis han sacado un f�rmaco del protocolo de los cuatro previsto por las normas internacionales, la estreptomicina, porque es inyectable y el hospital no tiene jeringas.

Francisco Chimoio es el obispo de Pemba. La di�cesis es enorme, un tercera parte de Italia, dos millones de habitantes, 400 mil cat�licos, 16 curas, 50 monjas. Se incomoda cuando le preguntamos qu� es lo que necesita: �Cada d�a veo nuevas heridas que se abren y veo aumentar el cansancio, incluso en la Iglesia. La comunidad de Sant'Egidio ha dado un nuevo impulso a esta Iglesia. Anita nos ha ense�ado mucho�). Ella dice que nunca ha querido un puesto importante en la Iglesia:

�Hemos hablado, ayudado, firmado manifiestos. Nunca hemos pedido nada, ni dinero, ni estructuras. Hemos dicho que primero es el Evangelio y luego el resto. Y no es f�cil en �frica, d�nde si uno es conocido primero se llena los bolsillos, antes de llenar los de los otros. Muchos s�lo buscan el poder y sus s�mbolos. Incluso en la Iglesia. En estos a�os no ha sido f�cil encontrar quien nos diese confianza. Sin embargo, no nos hemos alejado de la Iglesia.

Anita, junto a Basilio y a Pasquale, sus amigos con los que hace 14 a�os puso en marcha la experiencia de la Comunidad de Sant'Egidio en el Norte de Mozambique, todav�a tiene un lugar que mostrarnos para desvelar hasta el final la trama de la misericordia. Van una vez a la semana y para entrar all� dentro hace falta est�mago firme y una fe fuerte. Es la prisi�n, la c�rcel de Pemba, lugar de dolor sin ning�n rescate, d�nde las vidas se pierden, dos naves sin aire ni luz, sin agua potable, esterillas en el suelo, una polenta de mijo como �nica comida.

Nadie se acerca a la prisi�n, nunca nadie ha pensado que estos criminales tambi�n pod�an ser hombres. Cu�ndo Anita llam� a la puerta para poder visitar a los presos la tomaron por loca. Fue hace diez a�os. Desde entonces Anita, Pasquale y Basilio todos los viernes por la tarde pasan el umbral de la c�rcel. En estos a�os han ense�ado a escribir, a leer, a hablar el portugu�s a muchos. Dice Anita: �Los pobres para vivir tienen que hablar muchas lenguas�. La mayor parte est� dentro por un peque�o robo, est� dentro por hambre. Pero nadie tiene el dinero para salvarse y por eso la detenci�n se alarga durante a�os, s�lo por haber robado un pollo, un pescado, quiz�s un televisor, que nadie podr� ver nunca. Pasa lo mismo en todo Mozambique y las c�rceles son extraordinarias escuelas para criminales. Anita lo dijo hace a�os a las otras personas de la comunidad: �Hay pobres a los que nadie quiere�. ��D�nde?, le preguntaron. Respondi�: �Venid a ver�. Ellos fueron y vieron.

Alberto Bobbio

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Mozambique un ex para�so en manos del Sida

M�s del 60 por ciento del Pib de Mozambique est� formado por ayudas que vienen del extranjero. No hay otras estad�sticas que ilustren mejor la terrible situaci�n en la que se encuentra el pa�s africano, que es uno de los m�s pobres del planeta. Tiene 18 millones de habitantes, de los que 2 millones y medio est�n enfermos de Sida. El gasto sanitario es igual a dos d�lares por c�pita anuales. La mortalidad infantil es una de las m�s elevadas: el 80 por mil en los 5 a�os, 250 por mil en el primer a�o de vida. La difusi�n del Sida ha bajado la esperanza de vida en Mozambique unos 13 a�os, de 50 a 37 a�os. En el pa�s s�lo hay 400 m�dicos, es decir uno cada 45 mil habitantes, contra un m�dico cada 220 habitantes de Italia. La Comunidad de Sant'Egidio trabaja desde hace a�os en Mozambique, despu�s de haber sido promotora, junto al Gobierno italiano, de los Acuerdos de paz que pusieron punto final hace diez a�os a la guerra civil, que ha provocado entre 1975 y 1992 m�s de un mill�n de muertos y casi 5 millones de refugiados. En los meses pasados Sant'Egidio ha lanzado un programa de lucha contra el Sida financiado en parte con dinero de la Cooperaci�n italiana, que ha llevado a Mozambique por primera vez un laboratorio de an�lisis para las pruebas de Hiv. El primer laboratorio funciona en el capital Maputo y otros dos se enviar�n en el centro y en el norte del pa�s. El coste total de los laboratorios asciende a unos mil millones y medio de liras. El gasto de la terapia con antiretrovirales cuesta en cambio algo m�s de 200 Euros al a�o por c�pita adquiriendo f�rmacos gen�ricos no protegidos por patentes internacionales. Sin embargo, no se trata s�lo de un proyecto farmacol�gico. Junto a las medicinas se desarrolla una acci�n sanitaria de base llevada a cabo por los voluntarios locales de la Comunidad y por enfermeros a los que la Comunidad paga un sueldo de unos 80 d�lares al mes. Sant'Egidio, adem�s, cuenta con grupos en todo el pa�s, incluso en las zonas m�s dif�ciles de alcanzar. Ha difundido la experiencia de las escuelas populares frecuentadas por miles de ni�os que, de otro modo, no tendr�an educaci�n. En el pa�s s�lo saben leer y escribir el 40 por ciento de la poblaci�n. Quien quiera contribuir en el programa anti-Sida de Sant'Egidio en Mozambique puede enviar sus contribuciones a la cuenta corriente bancaria n ' 200034 de la Comunidad de Sant'Egidio en el Banco de Roma, ag. 24, via della Conciliazione 50, ABI 03002, CAB 05008, causa �Sida en Mozambique.� Cualquier informaci�n se puede encontrar en el sitio: www.santegidio.org.

Alberto Bobbio