Comunità di S.Egidio


 

03/09/2002


El mal no se combate con buenos sentimientos

 

El 11 de Septiembre estaba en los dolomitas. Hab�a salido muy de ma�ana para pasear sola, con una peque�a mochila a la espalda.El cielo estaba limpio, como s�lo puede estarlo tras una gran tormenta durante los �ltimos d�as del verano. Las ovejas y los caballos se encontraban a�n en los establos. Camin� durante horas entre bosques, dehesas y apriscos solitarios. Debajo de un �rbol, vi a un corderito que acababa de nacer y que luchaba por ponerse en pie. Para animarlo, la madre le lam�a muy delicadamente la cabeza bajo la mirada pac�fica de las dem�s ovejas. Al fondo, las cumbres rocosas brillaban de una forma casi irreal en el cielo azul. Aquel d�a, brillaba toda la creaci�n. Pura gloria de existir.

De regreso, cuando el crep�sculo lo comenzaba a envolver todo, una lectora a la que encontr� en el camino, me invit� a su casa a tomar algo. Me llam� la atenci�n un bonito melocotonero de su jard�n y nos pusimos a discutir sobre la mejor forma y la mejor �poca para podarlo mientras sabore�bamos un t� caliente.De pronto, su hijo adolescente entr� gritando: ��Ha pasado algo terrible!�. Acababa de poner la televisi�n para o�r las noticias.Eran las ocho de la tarde. Y desde hac�a ya muchas horas el mundo que nosotros conoc�amos ya no era el mismo.

Nunca he cre�do en la bondad natural del hombre. Nac� en una ciudad de frontera en una tierra devastada por la guerra y en una �poca en la que, hist�ricamente, esta devastaci�n se hab�a apagado desde hac�a poco tiempo. Durante muchas d�cadas, los r�os negros del odio, de la venganza y de la muerte bajaban crecidos.En mi infancia, el rostro del lobo de Caperucita era el de Hitler, y sus pasos y los de sus secuaces segu�an resonando todav�a de d�a y de noche. Sab�a que estaban muertos, pero sent�a que su muerte era s�lo aparente y que, en cualquier momento, pod�an materializarse nuevamente, porque las fuerzas de las tinieblas eran la fuerza que gobernaba el mundo. Volver�an a surgir con otros nombres, con otros rostros, para realizar la misma tarea: profanar la vida, destruir todo lo que vive, todo lo que existe, todo lo que ama, todo lo que es sagrado.

Mis abuelos hab�an sufrido las consecuencias de una guerra mundial; mis padres, las de otra. S�lo me esperaba aguardar a la tercera, la guerra de los hijos, porque las guerras se distribu�an, con equidad y generosidad, entre todas las generaciones. Pero mientras mi abuelo hab�a combatido con arma blanca, cuerpo a cuerpo, nosotros tendr�amos que esperar la muerte procedente de lo alto. Un gran hongo como si fuera nata montada nos sepultar�a. Morir�amos casi todos mientras a los pocos supervivientes les crecer�an dos cabezas, largas escamas verdes y un rabo violeta.

El hecho de no creer en la bondad natural del hombre ha provocado que no me sorprenda la exhibici�n de su maldad. Me maravilla, en cambio, que la gente se haya olvidado de esta natural tendencia al mal, que no tengamos ya memoria de nuestros or�genes. No fue Abel, muerto precozmente, sino Ca�n el que gener� todas las estirpes que pueblan la Tierra. Un cielo vac�o y un para�so f�cilmente edificable en la tierra sacaron al hombre de su camino. Entender la t�cnica -y dominarla- le proporcion� la ilusi�n de que el mismo saber era extensible al coraz�n. Sin cielo -y sin camino para recorrer-, tambi�n el hombre se torna m�quina y, como todas las m�quinas, puede funcionar bien o mal, depende de la construcci�n, del programa y del mantenimiento.

Sin los platos de la balanza que el arc�ngel San Miguel mantiene delicadamente en su mano, cualquier acto se torna relativo. Es bueno, si me sirve y si es �til a mi grupo, a mi familia, si ayuda a mi proyecto de transformar todo el mundo en un mundo que imagino a�n mejor.

Sin la idea de la redenci�n, la Historia se convierte en una arena en la que los vencedores amontonan constantemente los cuerpos de los vencidos. Sin la idea de la redenci�n, la vida de los seres humanos no es muy diferente de la de los excursionistas sorprendidos por la niebla. �Cu�l es el camino por el que hemos venido? �Por d�nde vamos caminando ahora? Nadie tiene una br�jula, andamos a ciegas, volviendo siempre sobre nuestros pasos. De esta forma, cuando llegue la muerte, habremos gastado todos los zapatos caminando siempre por el mismo lugar.

En tiempos tan dram�ticamente confusos, no se pueden lanzar las palabras al aire como si estuvi�semos core�ndolas. Cada palabra es una semilla y el terreno donde se siembra es el coraz�n del hombre. Al igual que las semillas, tambi�n las palabras pueden germinar pronto o esperar a�os en el mismo estado durmiente.Hay palabras instigadoras y palabras reflexivas, palabras que explotan en forma de rabia y de resentimiento y otras que, en cambio, son capaces de detener cualquier tipo de explosi�n. La dispersi�n de las palabras-semillas se hace en alas del viento, la brisa las transporta, las r�fagas se las llevan, nadie puede prever cuando se van a posar en tierra ni en que lugar van a caer. Precisamente por eso la escritura consume, porque es un peso y, ahora m�s que nunca, una responsabilidad.

Si hay una semilla que la escritura debe difundir no es la del reposo o la de un planeta que presenta sombras y reparos, sino la de la inquietud, invisible y punzante. La semilla de la inquietud hiere nuestro coraz�n y nos impulsa a caminar.

Antes de ser palabra, la escritura es visi�n. Veo lo que no es visible, aquello que, por t�cito acuerdo, se mantiene oculto.Veo lo terrible y lo devastador. Veo el cicl�n que se avecina antes de que pueda ser detectado por instrumento de previsi�n alguno.

Mi visi�n es soledad, ausencia de confortabilidad y burla por parte de todos los que levantan la cabeza y dicen: ��Pero qu� dices, no ves que luce el sol?�.

Para sobrevivir a la visi�n, hay que conseguir cualquier forma de ant�doto. Yo he optado por ocuparme de los �rboles. Durante estos a�os he plantado muchos. Apenas se levanta la ma�ana, en cada estaci�n, los voy a visitar. Con el tiempo he comprendido que los �rboles no son estructuras r�gidas, sino criaturas vivas y sensibles. Hay que tener con ellos la misma disponibilidad de �nimo que con los ni�os. Lo primero que nos ense�an estas criaturas es que crecer es una cuesti�n extraordinariamente dif�cil.Cada �rbol tiene un n�mero extraordinariamente grande de enemigos: insectos fit�fagos, chupadores y carp�fagos.

La segunda lecci�n que nos ense�an, pues, es la de la vigilancia.Pero la vigilancia, para ser eficaz, debe ir acompa�ada de atenci�n.�C�mo puedo, en efecto, distinguir un insecto bueno de otro malo? �C�mo puedo saber c�mo regar y cu�ndo, c�mo alimentar y proteger, si antes no he estudiado las leyes que permiten el desarrollo �ptimo de las plantas?

�Y nosotros, seres humanos, de qu� manera pensamos crecer interiormente si ya no sabemos nada de nosotros mismos?

Combatir el mal con el mal conduce a un c�rculo vicioso cada vez m�s estrecho. Si para eliminar un par�sito utilizo un potente veneno, adem�s del par�sito elimino tambi�n a sus depredadores �tiles y a los depredadores de los depredadores. La �nica v�a para contrarrestar a los par�sitos y conseguir una planta fuerte es nutrirla, regarla y hacer crecer sus ra�ces, porque el mal no puede ser derrotado totalmente y para siempre.

El mal, la enfermedad, la destrucci�n y la muerte tienen, de hecho, una misteriosa raz�n de ser y de existir. La salvaci�n no se consigue caminando al atardecer por la playa de un mar en calma, sino trepando por los montes, entre las zarzas y los espinos, con el riesgo constante de caerse por el barranco en cada instante.

El mal no se puede combatir con el mal, pero tampoco con la ret�rica del bien y de los buenos sentimientos. Es como querer construir un tanque con mondadientes. ��Tenemos que amarlos!�, �tenemos que querer la paz�. �Y por qu�, cuando todo el mundo alrededor s�lo habla de atropellos, de victoria de los imp�os y de la ferocidad que triunfa? El pecado de este tiempo -y de todo tiempo- no es el mal, sino la idolatr�a. Ella es la que conduce al hombre a la deriva y transforma la historia en una carrera sin frenos hacia la aniquilaci�n.

S�, tendremos que plantar m�s �rboles, observarlos, entender que entre nosotros y ellos la diferencia es realmente exigua, porque la vida de ambos depende de la generosidad de la luz y de la abundancia de agua. De la luz que es aut�ntica luz y del agua que calma la sed. Tendremos que sembrar m�s palabras. Palabras que golpean, que hieren. Palabras que hacen levantar la vista.Palabras que, en la estaci�n justa, sepan germinar y transformarse en plantas. Las plantas de la esperanza, del amor y de la misericordia.

Tendremos que ser de nuevo capaces de ver, de escuchar, de renovar la alianza. Circuncidar la oreja, la mirada y el coraz�n al igual que, con la poda, se circuncidan las ramas para que nazca la flor y se transforme en fruto.

Susanna Tamaro es escritora italiana, autora, entre otros libros, de Donde el coraz�n te lleve y Anima mundi. Este art�culo es un amplio extracto del discurso pronunciado ayer en el encuentro internacional para la paz organizado por la Comunidad de San Egidio.

Susanna Tamaro