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20/10/2002 |
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Despu�s deL 11 de septiembre |
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El terrible atentado en Nueva York signific� un doloroso despertar no s� lo para la ingenuidad de algunos, sino tambi�n para la indiferencia de muchos frente al destino del mundo. Las crisis de la ex Yugoslavia y de Africa no fueron suficientes para salir de la enso�aci�n de los 'Happy years" (los a�os felices) del post-1989. Sin embargo, el atentado de Ben Laden lo pudo. Desde hace un a�o campea el pesimismo en las relaciones entre las concepciones religiosas y culturales, como si la desconfianza mutua pudiera protegernos de eventuales peligros. Es precisamente lo contrario: el pesimismo y la desconfianza avivan las tensiones en la sociedad y deterioran las relaciones entre los pueblos. Despu�s del 11 de septiembre se impone ser muy cuidadosos frente a las amenazas del terrorismo. De esto hoy estamos convencidos todos. Luchar contra el terrorismo no puede significar "menos di�logo" sino "m�s di�logo". Despu�s del 11 de septiembre necesitamos un esfuerzo extraordinario en el di�logo entre religiones y culturas. As� lo afirm� Juan Pablo II al convocar a l�deres religiosos de todo el mundo para el encuentro de As�s, en enero de este a�o. Lo han confirmado tambi�n, con intensidad y desde distintas perspectivas, jud�os, cristianos, musulmanes, budistas, hind�es, pensadores humanistas, reunidos en la ciudad de Palermo, en Sicilia, durante los tres primeros d�as del pasado mes de septiembre en el encuentro convocado por la Comunidad de Sant'Egidio junto a la arquidi�cesis local, bajo el lema: "Conflicto o di�logo". Tanto el cardenal franc�s Etchegaray como su compatriota el rabino Sirat, el te�logo musulm�n Smaili, el polaco Geremek y el patriarca copto de Etiop�a Paulos, todos subrayaron con realismo y convicci�n que el di�logo hoy no es s�lo una opci�n de las "almas buenas", sino una necesidad prioritaria en un mundo en gran transformaci�n y dificultad. El di�logo es la respuesta a la locura fundamentalista y a las tentaciones sectarias de odio y violencia terrorista. El di�logo no es la respuesta d�bil de quien le abre la puerta al adversario que lo amenaza, despoj�ndose del propio mundo, la propia religi�n, la propia identidad. Por el contrario, el di�logo es el remedio y la terapia para terminar el odio y la incomprensi�n, que despu�s de los acontecimientos del 11 de septiembre han crecido y amenazan dilatarse a�n m�s. Las diferentes religiones han sabido encontrarse sin confusiones sincretistas, m�s all� de los prejuicios y la ignorancia heredados de la historia; y m�s all� tambi�n de las recientes tensiones. En este momento de grandes tensiones, las mujeres y los hombres religiosos tienen necesidad de estrechar v�nculos, sobre todo para resistir a las pasiones que instrumentalizan la religi�n y pretenden sacralizar los conflictos, bendecir las guerras y las nuevas fronteras. Un mundo desorientado por tantas y tan profundas convulsiones, como el fin de las ideologias y del socialismo real, provoca turbaci�n en mucha gente de este planeta cada vez m�s globalizado. Necesitamos volver a las grandes lecciones de sabidur�a y santidad que nos proponen las tradiciones religiosas. En el encuentro realizado en la ciudad de Palermo se pudo percibir esto en la actitud de los participantes, que llenaron los recintos, formularon preguntas precisas y participaron y contribuyeron en la creaci�n de un intenso clima espiritual. En la famosa plaza Politeama, en el coraz�n mismo de la ciudad capital de la isla, numeroso p�blico se reuni� para compartir el mensaje de paz, sufrido y prof�ndo, que propusieron los l�deres religiosos. Era el d�a 3 de setiembre, se cumpl�an 20 a�os del asesinado del general Dalia Chiesa por parte de la mafia. La voz de Rita Borsellino, hermana de uno de los jueces asesinados por la mafia en 1992, leyendo el Llamado a la Paz, fue el eco de muchos dolores y heridas. Y tambi�n la esperanza de sanar�as.
Como peregrinos nos hemos reunido en la ciudad de Palermo para pedirle a Dios, al comienzo de este nuevo milenio, el don de la paz. Somos hombres y mujeres de diferentes religiones, provenientes de muchas partes del mundo, con un �nico anhelo de paz entre los pueblos. Este nuevo siglo ha conocido ya desde el comienzo la violencia. Muchos hombres y mujeres, ganados por el miedo ante el futuro, se han dejado dominar por la resignaci�n y el pesimismo. Nosotros, en tanto hombres religiosos y anhelantes de la paz, somos conscientes del enorme potencial de mal inserto en nuestro mundo. Es f�cil dejarse dominar por la violencia, por el enfrentamiento de unos contra otros, por la oposici�n de religiones y culturas. Hasta nosotros ha llegado el enorme sufrimiento, gemidos a veces silenciosos, de millones de pobres sin alimento, sin agua, sin medicamentos, sin seguridad, sin libertad, sin tierra, sin los derechos humanos fundamentales. Conocemos los riesgos de una vida cotidiana signada por el miedo y la desconfianza hacia los otros. El dolor del mundo nos impone buscarjuntos, creyentes y no creyentes, un camino de paz y de solidaridad. El mundo entero tiene necesidad de esperanza. La esperanza de poder vivir con el otro, la esperanza de no ser dominados por la memoria de los afrentas recibidas, la esperanza de poder construir un mundo en el cual todos vivan con dignidad. La globalizaci�n no puede limitarse s�lo a la libre circulaci�n de bienes; debe llegar a ser tambi�n la globalizaci�n de la solidaridad, del di�logo, de la justicia y de la seguridad para todos. Tambi�n nos hemos formulado interrogantes con respecto a nuestra responsabilidad de hombres y mujeres religiosos. No queremos ceder a la tentaci�n del pesimismo que conduce a muchos al repliegue. Sentimos con urgencia en este tiempo que debemos proseguir con firmeza el camino del di�logo, un camino para superar la divisi�n y los conflictos, para no dejar al mundo a merced de una globalizaci�n an�nima que, inevitablemente, se torna cruel. El di�logo no nos deja indefensos, por el contrario, nos protege. El di�logo no nos debilita sino que nos refuerza. Estimula a todos a ver lo mejor del otro y a radicarse en lo mejor de s�. El di�logo transforma al extra�o en amigo y nos libera del demonio de la violencia. Nada se pierde con el di�logo. Es la medicina que cura en lo profundo, que libera de la patolog�a de la memoria, que nos abre al futuro. A Dios le pedimos que crezca en el mundo el arte del di�logo y de la convivencia. El mundo entero lo necesita. Los conflictos y las guerras no nos salvan. Sabemos que hay quienes invocan el nombre de Dios para justificar el odio y la violencia. Nosotros afirmamos con la mayor solemnidad: las religiones no pueden justificar nunca el odio y la violencia. El nombre de Dios es la paz. Nadie puede invocarlo para bendecir la propia guerra. S�lo la paz rinde culto a Dios. El culto del odio genera violencia y humil�a a la esperanza. A quienes mata y hacen la guerra en nombre de Dios, les decimos: "&iexl;Det�nganse! &iexl;No maten! La violencia es derrota para todos. Dialoguemos juntos y Dios nos iluminar�". A quienes agravian al hombre y al planeta, les decimos: "En nombre de Dios, respeten lo creado y a toda criatura. Su vida es vuestro futuro y es nuestra esperanza Reunidos en la ciudad de Palermo, en el coraz�n del Mar Mediterr�neo, como humildes peregrinos de paz, queremos decirle al mundo entero que todo conflicto, todo odio, todo rencor puede ser vencido por la oraci�n, el perd�n y el amor. Por ello le pedimos perd�n a Dios y perdonamos. Y Dios sabr� transformar la desconfianza y el miedo en confianza y amistad. Que Dios le conceda a nuestro siglo el don maravilloso de la paz.
Andrea Riccardi
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