Nuestra atenci�n se centra estos d�as, con toda justicia, sobre el problema iraqu�. Tal vez por esta raz�n, y por una falta de atenci�n �ya arraigada� hacia el continente africano, la crisis de Costa de Marfil ha transcurrido casi en silencio. Al cabo de unos meses, este importante pa�s africano se ha visto en peligro de libanizaci�n: el norte (musulm�n) en manos de los rebeldes, el oeste insurrecto, el sur (cristiano) sometido al control gubernamental del presidente Laurent Gbagbo. Los rebeldes exig�an la dimisi�n al presidente, electo en el a�o 2000. Alassane Outtara, un destacado dirigente pol�tico, no hab�a podido sin embargo participar en las elecciones porque su procedencia costamarfile�a fue objeto de discusi�n, a pesar de que hab�a sido primer ministro en la �poca del �padre y patr�n� (y fundador) del pa�s, F�lix Houphouet-Boigny. �C�mo salir de la crisis que amenazaba con romper Costa de Marfil en fragmentos? El gobierno no consegu�a imponerse por medios militares, hasta que fue destacada una fuerza militar de interposici�n de 2.500 soldados franceses, emplazada entre los beligerantes.
No hab�a m�s que hablar. Sin embargo, �pod�a un presidente electo negociar con los rebeldes? �No equival�a a alentar los prop�sitos de cualquiera que quisiera lanzarse por la senda extrainstitucional y violenta? �No capitulaba de esta forma el sistema democr�tico ante la rebeli�n militar? No obstante, los rebeldes negaban los fundamentos democr�ticos del poder de Gbagbo. Las negociaciones, propiciadas por los pa�ses vecinos, se hab�an trasladado a Togo sin llegar a resultado alguno. Francia, en un momento dado, se ha hecho cargo de la situaci�n con una mesa redonda en Par�s entre las fuerzas costamarfile�as concluida el 24 de enero y seguida de una conferencia de jefes de Estado africanos bajo la �gida de Chirac. �Se trata de un regreso con fuerza del poder colonial en �frica? Francia, en realidad, ha dudado en inmiscuirse pasando a un primer plano de la cuesti�n que comentamos. Su asunci�n de responsabilidades parec�a contrastar con la tesis seg�n la cual quienes resuelven las crisis africanas son los propios africanos; tesis apreciada ciertamente en el caso de Sud�frica y de muchos pa�ses del continente pero que, en todo caso, no deja de convenir al enfoque de los europeos y los norteamericanos. Francia, por el mismo hecho de intervenir, se arriesgaba a una especie de Vietnam, como Estados Unidos hace m�s de veinticinco a�os.
Francia, por fin, ha elegido. La Uni�n Europea, mediante una intervenci�n de Romano Prodi en la mencionada conferencia, ha acudido en auxilio del proceso de transici�n costamarfile�a y de la mediaci�n francesa aportando un fuerte compromiso econ�mico. Las soluciones halladas no son malas, y confiamos en que echen los cimientos de la paz. Ha nacido un nuevo gobierno de transici�n. Se ha buscado un compromiso sobre el problema de muchos no costamarfile�os que residen en el pa�s desde hace tiempo. Las permeables fronteras africanas, la pol�tica �de altos vuelos� de Houphouet-Boigny, el milagro econ�mico de Costa de Marfil, han atra�do a numerosa poblaci�n procedente de los pa�ses vecinos. Actualmente resulta dif�cil definir a los costamarfile�os. En el seno de �frica, los problemas de la inmigraci�n son bastante m�s graves que en Europa, aunque a decir verdad se les presta escasa atenci�n.
M�s all� de las vicisitudes de Costa de Marfil, hay un aspecto de gran relieve: el compromiso directo de Francia y de Europa en una grave crisis africana. No se trata del regreso de una potencia neocolonial. Tal vez se est� esbozando un nuevo modelo de relaciones entre Europa y �frica. En realidad, los a�os noventa �con algunas excepciones� marcaron el desentendimiento de �frica subsahariana, que interesa escasamente a la pol�tica internacional, mucho menos de lo que hab�a interesado en la �poca de la guerra fr�a. Las crisis africanas (las guerras, el sida, la corrupci�n y los golpes de Estado...) acabaron por distanciar a los gobiernos europeos de un mundo inestable, excesivamente menesteroso y necesitado de intervenci�n incluso econ�mica. Mientras tanto, �frica se halla inmersa en una profunda crisis. La emigraci�n hacia el norte es una de sus expresiones m�s patentes. No pocos pa�ses africanos son como �polvo que se deshace entre los dedos�, pierden su identidad, son minados por luchas intestinas incluso de car�cter b�lico. Y la poblaci�n ya no vislumbra c�mo puede ser su propio futuro en el continente.
No es justo, ni tampoco juicioso, abandonar a su suerte a un sector del continente africano. No es sensato porque, en el mundo globalizado en que vivimos, las crisis se transmiten en primer lugar a los pa�ses m�s pr�ximos: �frica subsahariana y Europa se hallan estrechamente enlazadas. Son dos universos que comparten muchas cosas, tal vez un incluso un destino y una honda proximidad. La historia y la geograf�a trabajan en esta direcci�n.
Los acuerdos de Par�s pueden constituir una se�al de las nuevas relaciones entre pa�ses europeos y africanos, en un contexto de corresponsabilidad que incluso los programas del G-8 tienden a fomentar. Quiz�, despu�s del colonialismo, la descolonizaci�n, el tercermundismo y la guerra fr�a as� como los �ltimos tiempos caracterizados por la actitud de desentenderse de los problemas, madura ahora una nueva etapa. Podr�a constituir una �poca atenta a lo concreto y realista, pero capaz al mismo tiempo de ver m�s all� de las fronteras europeas, guardando una actitud respetuosa con la realidad africana. Porque respeto no significa desentendimiento. Hace muchos a�os, el presidente y poeta de Senegal, L�opold Sedar Senghor, lanz� la idea de una �civilizaci�n euroafricana�. Quer�a decir con ello que �frica negra y Europa comparten un destino y un espacio cultural. As� lo concibieron los so�adores, y lo cierto es que siempre resulta c�modo zaherir a los poetas. Pero a veces los poetas ven el porvenir. Por otra parte, Senghor era en verdad un presidente singular: casi �nico entre los dirigentes del continente; despu�s de veinte a�os de gobierno (1960-1980) se retir� sin aguardar que se produjera un golpe de Estado o le llegara la muerte.
Andrea Riccardi
|