Cuando, a comienzos de a�o, la Comunidad de Sant� Egidio promovi� en Roma una marcha por la paz junto a otras asociaciones, cat�licas y no, hombres de buena voluntad, creyentes y no creyentes, en apoyo del tradicional mensaje por la paz lanzado por Juan Pablo II y en memoria de los cuarenta a�os de la hist�rica enc�clica Pacem in Terris , del beatificado Juan XXIII, ya imaginaba la urgencia de gestos concretos de apoyo a los reiterados llamamientos del Papa, frecuentemente no escuchados y que parecen, cada vez m�s, "la voz que grita en el desierto" de Juan Bautista, como si la guerra fuese para la mayor�a el camino m�s razonable e inevitable.
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Me parece que en este tiempo en que soplan fuertes los vientos de guerra hay que reflexionar sobre el valor de la paz, una paz que no se puede conseguir por medio de guerras "preventivas" o con la antigua y no apagada idea de una guerra "purificadora" como premisa de una paz verdadera.
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La mencionada manifestaci�n no violenta del 1� de enero quiso significar la voluntad de tanta gente que piensa que la paz es un don precioso que no debe ser desperdiciado sino custodiado celosamente, aun en las actitudes de cada uno en la vida diaria.
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"No hay que resignarse a la guerra." El Santo Padre no se cansa de repetirlo en todas las ocasiones que se presentan, como en el discurso que dirigi� en enero a todos los representantes del cuerpo diplom�tico ante la Santa Sede. "Todo puede cambiar, depende de cada uno de nosotros", afirm� con fuerza el Pont�fice, y esto puede cambiar en lo profundo la mentalidad con que se piensa la paz. De hecho, se piensa muchas veces que la manera en que vivimos no influye en la conciencia colectiva en beneficio de mejores relaciones humanas. Pero la paz se construye con esfuerzo y fatiga tambi�n cada d�a, a partir de las actitudes que tenemos hacia los otros, hacia las personas que nos rodean.
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La guerra empieza ya en los sentimientos de indiferencia hacia los propios semejantes, en el deseo de poseer, que puede llegar al aniquilamiento del otro. �Cu�ntos ejemplos de esto tenemos en la historia cercana y lejana de los hombres! Muchos pueden hacer la guerra, pero igualmente muchos pueden construir la paz, a trav�s del di�logo, del encuentro, de actitudes humildes en las que prevalezca la b�squeda de escucha de las razones del otro.
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Hoy hay todav�a treinta y tres conflictos o guerras abiertas. Pi�nsese s�lo en los tantos conflictos "olvidados" en Africa y Asia, como Ruanda, Uganda, Costa de Marfil, Myanmar... Los pedidos de paz brotan de muchas partes del mundo y se nos pide a todos que nos involucremos activamente para buscar caminos de reconciliaci�n y de entendimiento.
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Compromiso del cristiano
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El compromiso para construir la paz y la justicia nunca es marginal para los cristianos: se hace solidaridad hacia los m�s pobres, se hace determinaci�n diaria en la defensa de la dignidad humana, significa obrar para la prevenci�n y la soluci�n de los conflictos. Y este compromiso debe concretarse en el di�logo con todos los creyentes para afirmar las razones del amor. Sobre todo, el di�logo ecum�nico entre cristianos y los contactos respetuosos con las otras religiones, especialmente con el islam, constituyen el mejor ant�doto contra las corrientes sectarias, el fanatismo y el terrorismo religioso.
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El riesgo de que la guerra con Irak se transforme en un camino sin retorno ha obligado al Santo Padre en estas �ltimas semanas a redoblar los esfuerzos para encontrar soluciones pac�ficas a la crisis iraqu�. La paz necesita de una gram�tica de la reconciliaci�n. Todos los cristianos, los creyentes de otros credos, los hombres de buena voluntad, todos estamos llamados, con audacia y coraje, para encontrar ocasiones en que la paz y la convivencia civil se realicen, como en nuestro caso argentino, con la construcci�n de una sociedad m�s justa y m�s humana, con un atenci�n especial hacia los m�s pobres, que no nazca de intereses pol�ticos mezquinos sino por la b�squeda del bien com�n. "No hay paz sin justicia", ha repetido muchas veces Juan Pablo II.
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Es necesario y urgente indicar y ayudar a la sociedad a practicar "aquella arte para convivir" , como afirma el profesor Andrea Riccardi, que es premisa indispensable para instalar una paz duradera en una humanidad tentada fuertemente por el odio y por la violencia. El verdadero problema es si la convivencia ser� fuente inagotable de conflictos y tensiones o si se podr� llegar a una civilizaci�n del convivir en el nivel local y en el nivel planetario.
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La Argentina nos demuestra que es posible la convivencia de distintas culturas y que en esta mezcla est�n la riqueza y el potencial humano del pa�s. Es cierto que no es un equilibrio absolutamente logrado, que hay que empe�arse d�a tras d�a en el respeto de las minor�as e incorporar arm�nicamente el aporte que cada grupo migratorio ha tra�do consigo. Hay que pasar de las declamaciones te�ricas a acciones humildes y concretas, que puedan hacer brotar energ�as de paz, presentes en cada uno. Hay urgencia de una sociedad cada vez m�s dispuesta a incorporar en su tejido a los m�s pobres, para construir un pa�s donde la convivencia entre generaciones distintas, entre grupos heterog�neos, entre culturas diferentes sea el lugar privilegiado para la construcci�n de una paz verdadera, que se toca con mano y que tiene impacto en una mejor calidad de la vida de la gente, sobre todo en la de los m�s pobres. S�lo multiplicando iniciativas de solidaridad se podr� achicar la brecha entre ricos y pobres, verdadera amenaza pendiente que puede conducir a la disociaci�n de una convivencia civilizada.
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El mundo est� hambriento de gestos de paz. Justamente ante una paz en peligro, el Santo Padre ha vuelto a recordar, en una audiencia concedida en Roma a sacerdotes y obispos amigos de la Comunidad de Sant� Egidio, c�mo el desaf�o de la paz obliga a los hombres a cambiar las propias actitudes. "La paz -ha subrayado Juan Pablo II- no es tanto cuesti�n de estructuras, sino de personas. Estructuras y procedimientos de paz son sin duda necesarios y afortunadamente est�n muchas veces presentes. Ellas sin embargo no son sino el fruto de la sabidur�a y de la experiencia acumulada a lo largo de la historia a trav�s de innumerables gestos de paz, hechos por hombres y mujeres que han sabido esperar sin ceder nunca al desaliento. Gestos de paz nacen de la vida de personas que cultivan en el propio �nimo constantes actitudes de paz."
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Y en este sentido el Santo Padre ha pedido que se intensifiquen oraciones por la paz, con la realizaci�n de acciones concretas a favor de la reconciliaci�n y de la solidaridad entre los hombres y entre los pueblos. Sus palabras nos obligan a reflexionar sobre nuestras responsabilidades para aceptar el desaf�o de aprender cada d�a el arte del convivir con el otro, en la b�squeda de la tan anhelada paz.
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El autor es miembro de la Comunidad de Sant� Egidio de Buenos Aires y de la Secretar�a de Ecumenismo y de Di�logo con Otras Religiones de la Conferencia Episcopal Argentina.
Marco Gallo
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