Comunità di S.Egidio


 

09/03/2003


Una diplomacia global

 

En estos tiempos de decisiones sobre la guerra se ha definido en el horizonte un nuevo activismo: el de la diplomacia del Papa. Juan Pablo II no ha dejado de hacer llamamientos a la paz, mientras ha sostenido con autoridad el papel de la ONU. El Vaticano ha enviado a Iraq al anciano cardenal Etchegaray, vasco franc�s, prestigioso mensajero del Papa en las situaciones m�s dif�ciles durante a�os, que ha mantenido coloquios con el dictador iraqu� y ha visitado a la comunidad cristiana de ese pa�s.

A Saddam Hussein le ha transmitido la preocupaci�n del Papa: que al pueblo iraqu� se le eviten dolorosos sufrimientos. Lo mismo que Juan Pablo II dijo en el Vaticano a Tareq Aziz, el viceprimer ministro iraqu�, cristiano de rito caldeo.

Despu�s, el Papa ha enviado a otro veterano protagonista de la diplomacia, el cardenal Pio Laghi, nuncio durante muchos a�os en Estados Unidos y ahora portador de un mensaje al presidente Bush. Mientras tanto, desde Roma, el ministro de Exteriores vaticano, monse�or Tauran, ha declarado en t�rminos contundentes la oposici�n vaticana a la �guerra preventiva�. Los l�deres europeos que han visitado el Vaticano han recibido el mismo mensaje.

En sus relaciones con Francia y Alemania, la diplomacia vaticana se ha movido contra la guerra de modo a�n m�s radical. Est� claro que el Vaticano tiene en mente a los cristianos de Iraq y del mundo musulm�n, que podr�an quedar como rehenes de una reacci�n isl�mica contra occidente. Pero no es �ste el �nico motivo de tanto esfuerzo. Como en la �poca de la guerra del Golfo, el Papa no quiere que el enfrentamiento se transforme en una guerra entre Occidente y el islam.

Tras los atentados del 11 de septiembre del 2001, el Papa expres� a Estados Unidos un pesar fuerte y claro. Aunque no en un sentido antiisl�mico. Poco despu�s, Juan Pablo II llamaba a los cat�licos a ayunar el mismo d�a de la conclusi�n del Ramad�n, el mes sagrado de penitencia para los musulmanes. El mensaje era claro: los cristianos no est�n en lucha contra el islam, del que no se puede tener la concepci�n reductiva de extremista. Al inicio del 2002, el Papa convocaba a los l�deres religiosos de todo el mundo en As�s para rezar por la paz. Tambi�n de esto se desprend�a un mensaje claro: las religiones no desean ni justifican la guerra.

Juan Pablo II rechaza la idea del enfrentamiento entre civilizaciones (y religiones) que tanto gusta no ya a Samuel Huntington, sino al fundamentalismo neoprotestante extendido por toda Am�rica y �frica. A lo largo del siglo XX ha madurado en la Iglesia cat�lica una firme oposici�n a la guerra. Desde la perspectiva cat�lica cada vez se ha reducido m�s, hasta casi desaparecer la justificaci�n de la lucha armada.

Las dos guerras mundiales han sido un terreno invivible para el catolicismo, con sus fieles divididos en un bando u otro. Benedicto XV, en 1917, habl� del conflicto como de una �matanza in�til�, y por ello recibi� �speras cr�ticas de los gobiernos y de los cat�licos impregnados de posiciones nacionales. La Iglesia cat�lica, a diferencia de otras iglesias cristianas, es una gran internacional que no se identifica con ning�n inter�s nacional, especialmente en su centro romano, la Santa Sede.

Por su experiencia hist�rica, la Iglesia conoce c�mo los conflictos desencadenan pasiones peligrosas y provocan graves consecuencias. Es cierto que la Segunda Guerra Mundial se caracteriz� por la derrota del nazismo y el fascismo, pero tambi�n abri� la v�a al dominio sovi�tico en el coraz�n de Europa y en pa�ses cat�licos como Polonia. El dominio sovi�tico en el Este europeo ha sido uno de los grandes problemas del catolicismo en la segunda mitad del siglo XX.

Testigo de la barbarie
Por otra parte, Juan Pablo II hace constantes referencias a sus experiencias juveniles durante la Segunda Guerra Mundial. Ha sido testimonio de la Shoa y del proyecto nazi para eliminar el pueblo polaco. Desde 1989 no ha dejado de hacer hincapi� en c�mo las transformaciones pol�ticas en el Este europeo se han registrado mediante un cambio no violento (excepto en el caso de Rumania). Para �l, �la guerra es una aventura sin retorno�. Se trata de un concepto varias veces esgrimido en los ambientes cat�licos en estos meses del 2003, sobre todo en las declaraciones con motivo del cuadrag�simo aniversario de la �Pacem in terris� de Juan XXIII, la primera enc�clica de un Papa dedicada �ntegramente a la paz.

No hay duda de que la fuerza del Vaticano es relativa, aunque tiene a su favor su car�cter global. El Papa no se identifica con un inter�s nacional y tiende a dar una lectura de los hechos caracterizada por el inter�s general. En este sentido, su diplomacia es universal: ello se constata en las motivaciones, y tambi�n en la nacionalidad de sus emisarios. Los interlocutores de la diplomacia del Papa deben mostrar respeto �al menos formal � por sus razones: o son cat�licos o tienen comunidades cat�licas en sus pa�ses y captan el papel autorizado y medi�tico de la figura de Juan Pablo II.

�Pero contar� realmente esta diplomacia sin divisiones armadas? Nadie se hace ilusiones, aunque puede construir un paraguas para cubrir la retirada de una u otra parte. Ya lo fue en 1962, durante la crisis de Cuba, cuando el mundo estaba al borde del conflicto. Kruschev manifest� aprecio por la invitaci�n del Papa a la paz y negoci� la retirada. Pero la historia no se repite.

Andrea Riccardi