Comunità di S.Egidio


 

19/09/2004


El esp�ritu de As�s y las matanzas
EL MUNDO DE MA�ANA necesita creyentes de fuertes convicciones para ser no identidades en lucha, sino una civilizaci�n de la convivencia

 

Vivir juntos no es f�cil en el mundo contempor�neo. �se es el gran problema. Lo demuestra la brecha de la opini�n p�blica europea y mundial frente a la guerra, frente a los medios para combatir el terrorismo. Lo demuestran los abismos de horror que han acompa�ado a las matanzas de ni�os, y no s�lo en Osetia, con sus problemas cauc�sicos y chechenos sin resolver; la escalada de atentados desde Oriente Medio hasta Yakarta; el negocio pol�tico y financiero de la industria del secuestro en Iraq, ya sin freno tras la inclusi�n de mujeres y organizaciones humanitarias entre las v�ctimas, y que, sin embargo, se parece cada vez m�s a la an�loga y floreciente industria de Colombia, con m�s de mil personas secuestradas por distintos grupos y olvidadas por el resto del mundo.

Lo demuestra la impresionante concatenaci�n de conflictos �tnicos, nacionales, algunos de trasfondo religioso. Las m�ltiples fracturas y la descomposici�n de la vida nacional e internacional desde 1993 han intentado leerse como desencuentro entre civilizaciones. Es una teor�a simplificadora para leer un presente desordenado: tranquilizadora y alarmante al mismo tiempo. Es una teor�a conveniente para quien quiera oponerse a ella, incluso puede que usando la violencia extremista. Es una teor�a vieja, que ya discut�an los cat�licos franceses en los a�os treinta, y ya entonces llegaron a la conclusi�n �aunque entre par�ntesis� de que el cristianismo trascend�a dicho desencuentro.

Son muchos los desencuentros que hieren nuestro presente, pero bastante m�s complejos que los que tienen lugar entre algunas civilizaciones o religiones. Vivimos en una �poca en la que demasiados pueden hacer la guerra, pues tienen a su disposici�n armamentos temibles. La lucha armada se ha vuel-to popular, a veces se la considera inevitable. Y no tiene lugar s�lo entre civilizaciones, sino tambi�n en el interior de las mismas naciones, de las mismas religiones. El terrorismo, antigua plaga, usa hoy armas poderosas e instrumentos de comunicaci�n tales, que llega a parecer una mano invisible. Pero el terrorismo descalifica, mortalmente, por su barbarie, la causa que defiende.

En este clima se ha celebrado la cumbre mundial de hombres y mujeres religiosos y personalidades del humanismo laico, por iniciativa de la Comunidad de San Egidio, en la archidi�cesis de Mil�n, cuyo cardenal ha ejercido de anfitri�n. Que el Gran Rabino de Israel, Metzger, y el rector de la Universidad de Al Ahzar en El Cairo, la m�s grande del mundo con cuatrocientos mil matriculados, pudieran unirse bajo el signo del di�logo parece a muchos un hecho excepcional. Pero los trescientos cincuenta dirigentes religiosos y laicos que trabajaron codo con codo y que se esforzaron para imaginar v�as de salida, recogiendo el desaf�o de la complejidad, representaban una cosa: una crisis, un problema, preguntas que al mundo le cuesta contestar pero que no por ello anulan dichas preguntas. De este modo, personalidades como Ezzedine Ibrahim, de los Emiratos �rabes Unidos, han podido expresar durante las sesiones plenarias un rechazo radical al uso pol�tico y religioso de los ataques y secuestros de civiles en Iraq: �Una verg�enza. Acciones antiisl�micas�, sin posibilidad de defensa. Y que tanto los dos Al Khalisi como Sharif, rector de la Universidad de Bagdad, miembro del consejo de la refundaci�n iraqu� y portavoz del consejo de los ulema respectivamente, junto al obispo Wardouni lanzaran la primera llamada a la liberaci�n de los colaboradores iraqu�es y las dos Simonas, las dos italianas secuestradas, precisamente de Mil�n, pocos minutos despu�s de difundirse la noticia del nuevo ataque: �Liberadlos sin condiciones. Estas acciones van dirigidas contra Iraq�. Se trata del esp�ritu de As�s, iniciado hace dieciocho a�os por iniciativa de Juan Pablo II, en un mundo a�n dentro de la guerra fr�a, y recogido por la Comunidad de San Egidio y todos aquellos que se les han unido en estos a�os.

�Ha perdido vigencia el esp�ritu de As�s en �ste nuestro mundo? Si hay desencuentros inscritos en el futuro, habr� que multiplicar los encuentros. Incluso tras el tr�gico atentado del 11 de septiembre del 2001, volvi� el anciano Papa a proponer un nuevo encuentro en As�s entre los dirigentes religiosos, al que siguieran compromisos concretos en busca de la paz y contra el terrorismo. Por otra parte, en uno de sus mensajes, el terrorista m�s conocido de nuestro tiempo declar�: �Hay que responder con la muerte al di�logo�. �C�mo responder al terror si no es volviendo a conectar los mundos religiosos?

S�, un mundo ha terminado, pero no es el fin del mundo. La continuidad del modo de vida de cada uno (como debe ser), hoy, en la �poca de la globalizaci�n, pasa por la inevitable convivencia con otros mundos, lo que requiere concierto, di�logo y composici�n de intereses

y culturas dentro de una amplia visi�n del futuro. Son in�tiles las simplificaciones de los que insisten en seguir apelando a los terroris-tas con que el islam es igual a un nuevo nazismo, y que con el nazismo y los que matan a nuestros hijos no se dialoga. Nadie es ya tan ingenuo para pensar que se dialoga con los que ponen bombas. Pero no hay duda de que hay que buscar las v�as para que, incluso los que pasan por las filas terroristas, acaben por estimar razonable no hacerlo y conseguir, con el tiempo, el agotamiento y no el aumento del terrorismo.

No es f�cil en este mundo contempor�neo, donde la pol�tica se hace a gritos, donde el dolor de tantos se olvida tan r�pidamente, don-de sobre todo los grandes proyectos parecen no tener cabida. Tenemos una econom�a glo-

bal; pero no una governance global, ni tampo-co una visi�n global ni la identificaci�n de intereses globales compartidos. La globalizaci�n avanza, pero dificulta la cultura de la globalizaci�n.

El hombre sin patria, arrastrado por la globalizaci�n, se ve tentado por el fundamentalismo: por la ilusi�n fan�tica que sacrifica la fe con la humanidad de la vida. Pero hombres y mujeres sin patria hay cientos de millones en este mundo nuestro, algunos dispuestos a las m�s variadas aventuras. Es una realidad a la que hay que enfrentarse. �Qui�n va a dirigirse a ellos? Parad�jicamente, en el mundo de la globalizaci�n, los hombres pueden mucho en un sentido o en otro: unos pocos pueden desestabilizar el mundo de muchos.

El mundo sin patria es un mundo desarraigado. Es el producto del secularismo, en Occidente y otras partes del mundo. Tambi�n es el producto de la gran pobreza del Sur, porque la pobreza desarraiga. Un mundo de desarraigados se enfrenta al futuro. Es un riesgo sobre el que se reflexiona poco. Recientemente he concluido un largo viaje por �frica, donde la Comunidad de San Egidio se encuentra presente en veinticinco pa�ses, y he encontrado a muchos j�venes con sed de un ma�ana mejor. La comisi�n de emigraci�n de la ONU acaba de facilitar datos impresionantes: en los pr�ximos diez a�os prev� casi mil millones de parados del Sur, young workers, muchos africanos, sin ra�ces ni posibilidad de trabajo en sus sociedades. Dato que revela que la inmigraci�n se va cualificando �que dec�a Duroselle� como el empuje de una invasi�n m�s que como una migraci�n. Y aqu� es donde se nota el corto h�lito de las pol�ticas de inmigraci�n, que deber�an concentrarse en el desarrollo del Sur antes que en las fronteras. Para nosotros, los europeos, se trata de �frica, un continente ligado a nuestro destino. Parte de los recursos de �frica han sido dilapidados y parte esquilmados. Hoy, a trav�s del proceso de la Uni�n Africana, podr�a ser socio en la cooperaci�n internacional.

En un mundo de desarraigados, las religiones hablan de ra�ces. No s�lo de ra�ces hist�ricas; tambi�n de las ra�ces que unen al hombre con Dios, que est� m�s all� de nosotros. La fe une el hombre con Dios, pero tambi�n con el respeto de sus semejantes.

Tras el siglo XX, en el que se preve�a el fin de las religiones, hoy nos encontramos no s�lo frente a un renacimiento religioso, sino tambi�n frente a un difuso sentido religioso, bien distinto del fanatismo. En un mundo donde todo cambia r�pidamente, las religiones siguen siendo atracaderos fuertes y fieles. Por otra parte, cuando el mundo cambia tan deprisa, los universos mentales necesitan tiempo para orientarse. Y no s�lo nos orientamos con la conciencia de la realidad, siempre dif�cil en un mundo complejo. Nos orientamos tambi�n gracias a la intuici�n sabia del coraz�n. De ah� la importancia de las religiones.

Las religiones apelan a seres plenamente humanos. Quiz� lo conviertan en los tiempos que corren en inhumano. Dec�a el maestro Hillel: �Si te encuentras en la circunstancia de que no haya hombres, esfu�rzate por ser hombre�. �Esto es esencial!

Los creyentes son llamados, dir�a obligados, a vivir con los dem�s: donde la inmigraci�n densifica distintas poblaciones; donde la diversidad se convierte en ocasi�n de desencuentro; en un universo globalizado donde todo se acerca. El mundo de ma�ana necesita creyentes de fuertes convicciones para ser no una galaxia de identidades en lucha, sino una aut�ntica civilizaci�n de la convivencia. La civilizaci�n de la convivencia no se nutre de irresponsabilidad, de vacuidad de valores: lo que necesita, en cambio, son convicciones s�lidas, paciencia constructiva. Es importante que estas s�lidas convicciones provean de sustancia a las instituciones nacionales e internacionales del vivir com�n: el valor de un nuevo humanismo.

Andrea Riccardi