Comunità di S.Egidio


 

26/06/2006


Encuentro con los pobres

 

Dice Jes�s a los disc�pulos indignados porque una mujer quebrando un frasco de alabastro, derram� el perfume de nardo, muy caro, sobre su cabeza: �Porque pobres tendr�n siempre con ustedes, pero a m� no me tendr�n siempre�. La Comunidad de Sant�Egidio, desde sus inicios bajo los auspiciosos aires del Concilio Vaticano II, ha siempre tenido una particular atenci�n por los pobres con el cuidado de sus cuerpos y sus almas como se har�a con el cuerpo doliente del Se�or, como lo hiciera la mujer de Betania, que derram� sobre �l aquel perfume muy caro. Partiendo de las llagas abiertas de Jes�s, hemos ido encontrando, a lo largo del tiempo, nuevas llagas, nuevas heridas, a las cuales curar, sobre las cuales detenerse. Hay un itinerario que va desde la atenci�n por el cuerpo de Jes�s, que en los d�as de la Semana Santa contemplamos en toda su debilidad y abandono, en su lucha contra el mal, en su ser derrotado hasta el extremo de la cruz para vencer a la muerte con la Resurrecci�n, hasta el cuerpo de los pobres que siempre tenderemos entre nosotros. Este itinerario es un recorrido de cada cristiano, de cada hermano, que se hace de encuentros concretos, de preocupaciones por el otro, de cari�o, de acompa�amiento aun cuando todo parece ya perdido.

La Comunidad de Sant�Egidio nace hacia 1968, por la intuici�n de por aquel entonces un joven de un liceo secundario de Roma, Andrea Riccardi, quien, siguiendo con inquietud el Evangelio, no quiso encasillarlo en las ideolog�as imperantes de la �poca, sino m�s bien que fuera su gu�a y la de sus amigos. De la mano de San Francisco de As�s y de San Benito de Nursia, Andrea comenz� un camino de encuentro con el Se�or, acercando con su sensibilidad y premura a muchos hasta el Rostro de Jes�s, buscando construir una comunidad de hermanos que escuchan la Palabra y la viven en la vida de cada d�a, como �monjes en el desierto de la ciudad�. La oraci�n cotidiana, personal y de la comunidad, es un pilar fundamental, la Roca sobre la cual sostener y sostenerse; la oraci�n como aquel peque�o grano de mostaza, que cuando crece se hace grande, al punto que sus ramas pueden dar sombra a las aves del cielo.

Y tantas ramas que cobijan y dan sombra han ido creciendo, a lo largo de los a�os, de aquella peque�a semilla: ni�os de barrios marginales que en las Escuelas de la Paz encuentran amigos m�s grandes que no los abandonan, que los ayudan a estudiar pero tambi�n a abrir caminos para sus futuros; ancianos solos en sus casas o en institutos geri�tricos que pueden salir de la soledad, tambi�n aprendiendo a ayudar a los otros; minusv�lidos que son el testimonio del encuentro genuino con un Jes�s cercano; extranjeros que, despreciados por todos, encuentran quien los acerque con calidez, dando los medios para insertarse socialmente, como por ejemplo ense�ando el idioma local; gente de la calle que puede salir del anonimato, que encuentra parte de su historia y de su dignidad porque se los ayuda a construir lazos de amistad; enfermos que son visitados y, como los de Sida en �frica, pueden encontrar el tratamiento que hace m�s humana la vida, los mismos tratamientos que para una parte del mundo son moneda corriente y para la otra, en cambio les est�n negados; presos y condenados a muerte que pueden reconciliarse con la vida porque hay alguien que conf�a en ellos y, aun para quien se encuentra en el corredor de la muerte, puede recibir una carta y en algunos casos hasta una visita que aliente y lleve esperanza. Junto a estas ramas han ido creciendo tambi�n otras que han llevado al di�logo a situaciones de conflicto, �Buscando lo que une y dejando a un lado lo que divide�, como ha sido el proceso de Paz en Mozambique, concluido con la firma de la Paz en Sant�Egidio el 4 de octubre de 1992; o el encuentro con la cultura y la realidad de un mundo en continuo cambio y al que es muy necesario orientar con una Palabra siempre aut�ntica, como es la del Se�or Jes�s.

Muchos se preguntan de d�nde surge el nombre de Sant�Egidio. Es importante destacar que al comienzo, hacia 1968 y los a�os sucesivos, la preocupaci�n de Andrea Riccardi y sus amigos era la de escuchar juntos el Evangelio, comunicarlo a los otros y vivirlo en el servicio a los m�s pobres; por ello al principio se llamaban sencillamente �Comunidad�, un nombre que nace de las escrituras, en particular como se lee en el libro de los Hechos de los Ap�stoles, para definir a los ap�stoles y las mujeres que segu�an a Jes�s. En 1973 la Comunidad encontr� un lugar estable donde poder rezar y reunirse, en el antiguo barrio romano de Trast�vere, en una peque�a iglesia dedicada a Sant�Egidio. Si bien no se tienen muchas noticias de este santo (m�s conocido durante la Edad Media pues su santuario era meta de los peregrinos que se dirig�an al camino de Santiago de Compostela, y que fue destruido durante las Cruzadas), se sabe que naci� en Grecia en torno al siglo VI y vivi� muchos a�os en Francia donde se hizo abad. En la imagen del santo, que se encuentra en una de las capillas laterales de Sant�Egidio, se lo representa mientras protege a una cierva y tiene en la mano la Biblia. Se narra que durante una caza, el rey, tratando de herir a la cierva, atraves� con una flecha la mano de Sant�Egidio que intentaba defenderla. Por ello Sant�Egidio es recordado como protector de los d�biles, algo que se identifica con el carisma de la Comunidad de Sant�Egidio, por su amor por todos y en especial por los m�s pobres.

Desde Roma a Italia, en Europa, �frica, Am�rica y Asia, la Comunidad de Sant�Egidio ha ido sembrando en distintas realidades y con un mismo coraz�n, la semilla del Evangelio, naciendo as� muchos �rboles que dan sombra, que reparan y cobijan. Cada Comunidad de Sant�Egidio, si bien profundamente insertada en la realidad local, conserva una cierta romanidad que le permite tener un respiro universal. Y as�: nadie es tan d�bil como para no poder amar a los dem�s, nadie es tan pobre como para no poder hacer algo por los dem�s, nadie es tan pecador como para no poder comunicar la alegr�a del Evangelio.

La Comunidad de Sant�Egidio ha comenzado a dar sus primero pasos en Argentina en 1987. A trav�s de la amistad con algunos miembros de las comunidades italianas de Roma, G�nova, N�poles y Novara, que hab�an llegado a Buenos Aires con la visita de Juan Pablo II para la Jornada Mundial de los J�venes de ese a�o, comenzamos un itinerario de oraci�n y servicio a los m�s pobres. Al principio fue con la Escuela de la Paz en el barrio de La Boca. All�, detr�s de la pintoresca �Caminito�, encontramos la realidad de ni�os y familias que, en los conventillos, viven en condiciones de gran precariedad. No nos es indiferente el estado de deterioro y abandono que all� se vive; tan solo una semana atr�s, el 15 de junio, se ha incendiado un conventillo muriendo un joven, Sebasti�n G�elmos de 17 a�os, situaci�n que ya hab�amos vivido hace 2 a�os con el incendio de otro conventillo donde fallecieron tres hermanos, Juan, Favio y le peque�o Giancarlo. De hecho en habitaciones de esas caracter�sticas aun el m�s peque�o de los accidentes se convierte en tragedia. Junto a los ni�os, visitando sus casas y familias, hemos ido encontrando la realidad de muchos ancianos a los que comenzamos a encontrar y acompa�ar en sus vidas. Muchos de ellos ya han fallecido y forman parte de nuestra familia en el cielo, que goza plenamente de la presencia del Se�or. Unos a�os m�s tarde comenz� la Escuela de la Paz en Villa XXI (Barracas), donde tambi�n la posibilidad de estudiar con los ni�os va creando puentes de solidaridad que dan mucha esperanza y posibilidades de un futuro m�s digno para ni�os a los que la infancia les ha sido pr�cticamente robada. Y en los �ltimos a�os ha crecido una preciosa rama en la amistad con gente de la calle a quienes, a trav�s de un plato de comida caliente, apreciada tanto en invierno como en verano, se los ayuda a reconstruir lazos de amistad, dignidad y sentido de la vida.

La familia de Sant�Egidio vive en medio de estas realidades, por las calles de nuestra ciudad de Buenos Aires, con el deseo de hacer crecer la solidaridad, desde el cuerpo doliente del Se�or, hasta el cuidado del de tantos que hoy nos hablan del mismo Jes�s.

Andrea Poretti