La guerra ha vuelto a prender en Oriente Medio. Quien segu�a los acontecimientos libaneses de los a�os ochenta, como el que esto escribe, recuerda una manera distinta de verlos. El 11 de septiembre y el desaf�o terrorista han dejado marcas profundas. La opini�n p�blica tiene otra relaci�n con la guerra. La reacci�n a la muerte del otro es distinta. La guerra se percibe con m�s facilidad como una necesidad. Nos consideramos - espec�ficamente en Occidente- m�s vulnerables, con m�s necesidad de defendernos, de prevenir ataques. Las amenazas son m�s globales y destructivas. �Existen otros recursos para la paz y la seguridad aparte de la guerra? Los problemas son muy numerosos. Una de sus facetas m�s importantes es la relaci�n entre guerra y religiones.
Sobre el islam se ha escrito mucho, quiz� superficialmente. Es evidente la familiaridad que han retomado vastos sectores musulmanes con la violencia, como en Oriente Medio. El libro de Farad Josrojavar Les nouveaux martyrs d�Allah (Los nuevos m�rtires de Al�)muestra el crecimiento de la figura del terrorista suicida. Para el cristianismo, la cuesti�n de la guerra es hoy distinta. Existe un elaborado patrimonio que no debemos malversar. Juan Pablo II, con su oposici�n a la guerra de Iraq (a cuyo tr�gico ep�logo asistimos), fue un punto de referencia para cristianos y no cristianos. No predic� la aquiescencia, sino que anim� la transici�n pac�fica, como en Polonia y en casi todo el Este.
Sinti� que la Iglesia ten�a un papel en el paso no violento de la dictadura a la democracia en Chile y Filipinas.
Los a�os del Papa Wojtyla fueron significativos en relaci�n a la paz y la violencia. Pero el 11 de septiembre dispuso un escenario distinto. No es casualidad que el Papa, tras aquellos tr�gicos acontecimientos, pidiera un encuentro en As�s de religiones por la paz. Lo convoc� en 1986, antes del fin de la guerra fr�a, cuando las religiones parec�an a�n pesar escasamente en el gran juego de la paz. Intuy� su papel en la contribuci�n a la paz o la guerra.
Hoy ha crecido la aceptaci�n de la guerra, que se viste de realismo, pero posee aspectos irracionales, m�sticos y religiosos. Parecen faltar otros instrumentos para hacer frente a una situaci�n compleja. Se plantea la pregunta a los cristianos: �tiene su tradici�n pac�fica algo que decir? El grito de dolor de los papas del siglo pasado por la guerra fue a menudo menospreciado, considerado d�bil y fruto del miedo por las opiniones p�blicas belicistas. Pero en el siglo XX el pensamiento y la voluntad de la Iglesia por la paz crecieron mucho, sobre todo en torno al ministerio papal, que acab� calific�ndose como ministerio de paz.
La repulsa por la guerra nac�a de cristianos "expertos en la humanidad" (como dijo Pablo VI en la ONU). Una reflexi�n largamente ponderada les sugiere que guerras y revoluciones dejan a la humanidad peor de como estaba. Es una posici�n que puede parecer conservadora, pero que posee en sus activos una gran experiencia de humanidad y el anhelo de paz de mucha gente. Hasta el grito de dolor posee valor. Los cristianos no renuncian a la paz, que tambi�n es una realidad espiritual, de la que no siempre emanan propuestas inmediatas sobre c�mo suavizar los conflictos. Se reza por la paz, aunque por dentro te enfurezca la guerra. No se sacraliza la guerra. Seraf�n de Sarov, un grande del espiritualismo ruso, dec�a: "Consigue la paz en ti mismo, y miles a tu alrededor la encontrar�n".
La Iglesia no se convierte en una agencia pol�tica. Lo sosten�a el cardenal Ratzinger hace a�os: "La Iglesia no hace m�s por la paz, sino menos, cuando abandona el plano de la fe, de la educaci�n, del testimonio, del consejo, del amor al servicio para transformarse en una unidad pol�tica de acci�n directa...".
La paz est� arraigada interiormente en la vida de los cristianos. A partir de esta uni�n genuina, los recursos cristianos y humanos por la paz deben medir sus fuerzas ardorosamente con la nueva temporada internacional. "Dios - dec�a Benedicto XVI- nos ha indicado incluso la v�a de la paz: el di�logo, el perd�n, la solidaridad". No es ret�rica, ni deseo de quedarse fuera de la batalla por la supervivencia.
En el siglo XX el martirio por la paz de no pocos cristianos demostr� su valor. Hoy, frente a impresionantes sacralizaciones de la violencia, ante situaciones que parecen desbocadas, se debe renovar la v�a del di�logo como instrumento fuerte para la paz. Los cristianos tienen algo que decir y mucho que intentar.
Traducci�n: Libertad Aguilera Ballester
Andrea Riccardi
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