En 1937, los corresponsales de prensa extranjeros que se hospedaban en el desaparecido hotel Florida de la plaza de Callao lo pasaban realmente mal cada vez que ten�an que atravesar los poco m�s de 100 metros que separaban su alojamiento del n�mero 28 de Gran V�a, donde se encontraba el edificio de Telef�nica, desde donde enviaban sus cr�nicas sobre la Guerra Civil.
Ambos inmuebles se encontraban en la l�nea de fuego de la artiller�a, y la sensaci�n de peligro que sent�an los periodistas Jay Allen, Henry Buckley o Ernest Hemingway cada vez que pisaban la calle fue narrada una y otra vez en sus propios reportajes.
Setenta a�os despu�s, el hotel Florida ya no existe y a priori, los turistas no tienen por qu� temer que un ob�s les caiga sobre la cabeza al salir del Metro Gran V�a. Pero si cualquier peat�n quiere hacer el mismo recorrido que los m�ticos corresponsales y elige para ello la noche, puede asegurar que no se ir� a la cama sin alg�n que otro sobre-salto: alguien que le invite a ir a un bar de striptease, que le mande besos volados o que simplemente le pida dinero con malas formas.
�La gente estaba harta de salir de las salas de cine a las 0.00 horas de la noche y encontrarse con gente trapicheando a su lado, o ir a coger un taxi y encontrarse con un tipo exigiendo dinero. Por eso pre
En esta zona, el lugar de m�s cach� es la esquina de una conocida franquicia de comida r�pida que da a Gran V�a. All� se encuentran meretrices famosas, como esa conocida como La tres cabezas por el generoso tama�o de sus senos.
A su lado suele haber uno o varios coches policiales, pero por la noche ellas se sienten lo suficientemente sueltas como para llegar a coquetear con ellos.
El grueso de la Gran V�a suele pertenecer a las prostitutas africanas. Desde la plaza de Espa�a hasta la fuente de Cibeles, su presencia se palpa en cada esquina y en cada port�n lo suficientemente grande como para que quepan las cajas de cart�n en las que se suelen sentar cuando est�n cansadas, si bien la mayor concentraci�n se encuentra entre las paradas de Metro de Callao y Gran V�a, dado que muchas de las calles perpendiculares llevan a diversas zonas de ocio, a bares de moda y a residencias de mala muerte con una cama barata para prestar sus servicios.
Dado que son las que se colocan en los lugares m�s visibles, tambi�n suelen ser las que m�s exabruptos se llevan. Han escuchados infinitas veces frases del estilo �Largaos. �O no veis que est�is convirtiendo en un puticlub uno de los lugares m�s importantes de Madrid?� Pero ellas hacen caso omiso y siguen a lo suyo. Y no porque desconozcan el idioma. Casi todas saben c�mo asaltar a cada transe�nte masculi fieren quedarse en su casa viendo un DVD o irse a otros cines�, explica uno de los quiosqueros de la Gran V�a, testigo directo de �la actual degradaci�n de una zona que deber�a ser el orgullo madrile�o�.
Prostituci�n
Conforme las luces de ne�n empiezan a iluminar el crepuscular cielo capitalino, la calle se transmuta, adquiere otra vida sin decrecer en su apabullante ritmo. Todos los d�as de la semana, llueva o truene, se transforma en el centro neur�lgico de las personas que no duermen, de los que salen o regresan de una noche de fiesta.
�Cuando llevan la sangre rellenita de alcohol, los futuros clientes son m�s f�ciles de convencer, por eso hay tantas como nosotras por aqu��, dice con una gran sonrisa Vicky, un travesti escultural que tiene como base de operaciones los alrededores de Gran V�a. Para ella, el trabajo comienza a las 21.00 horas y se extiende hasta el alba. Y si le preguntan si cree que la Gran V�a est� degradada, no duda en responder r�pidamente: �Si no hubiera clientes, si no hici�ramos negocio, ninguna de nosotras estar�a aqu�, as� que a otros con las culpas�, dice mientras una de sus compa�eras asiente a su lado con cara de convencimiento.
En la zona donde Vicky se coloca, en Gran V�a esquina con la calle de Valverde, casi todas las personas que venden sus servicios sexuales a cambio de dinero son travestis y transexuales. Lo mismo pasa en la adyacente calle del Desenga�o, donde tambi�n se suele encontrar alguna que otra chica espa�ola por la noche.
Pero la mayor�a de mujeres espa�olas se decantan por estar con las suramericanas en los alrededores de la llamada plaza de La Luna por el d�a, y si desean trabajar por la noche, se van con las chicas del Este a la calle de Montera.
En esta zona, el lugar de m�s cach� es la esquina de una conocida franquicia de comida r�pida que da a Gran V�a. All� se encuentran meretrices famosas, como esa conocida como La tres cabezas por el generoso tama�o de sus senos.
A su lado suele haber uno o varios coches policiales, pero por la noche ellas se sienten lo suficientemente sueltas como para llegar a coquetear con ellos.
El grueso de la Gran V�a suele pertenecer a las prostitutas africanas. Desde la plaza de Espa�a hasta la fuente de Cibeles, su presencia se palpa en cada esquina y en cada port�n lo suficientemente grande como para que quepan las cajas de cart�n en las que se suelen sentar cuando est�n cansadas, si bien la mayor concentraci�n se encuentra entre las paradas de Metro de Callao y Gran V�a, dado que muchas de las calles perpendiculares llevan a diversas zonas de ocio, a bares de moda y a residencias de mala muerte con una cama barata para prestar sus servicios.
Dado que son las que se colocan en los lugares m�s visibles, tambi�n suelen ser las que m�s exabruptos se llevan. Han escuchados infinitas veces frases del estilo �Largaos. �O no veis que est�is convirtiendo en un puticlub uno de los lugares m�s importantes de Madrid?� Pero ellas hacen caso omiso y siguen a lo suyo. Y no porque desconozcan el idioma. Casi todas saben c�mo asaltar a cada transe�nte masculino que ande solo o muy borracho en varios idiomas.
Esta t�ctica suelen ponerla en funcionamiento a partir de la 1.00 de la madrugada, momento en el cual incluso se lanzan a besar y a tocar a cada hombre que se para junto a ellas, aunque sea para atarse los cordones del zapato.
Venta ambulante
A esas horas, la prostitutas comparten las esquinas con los vendedores de comida y bebidas de nacionalidad china. Los bocadillos, los tallarines y el arroz a dos euros siguen siendo sus productos estrella, junto con la cerveza y los refrescos m�s o menos fr�os.
Los fines de semana, su presencia se multiplica, y todos parecen conocerse. Por eso cuando uno avisa de la presencia policial, desaparecen al estilo samurai pero sin necesidad de lanzar bombas de humo.
Antes, la mayor�a sol�a esconder las provisiones en los contenedo res de obras o debajo de los coches. Ahora se decantan por los portales donde tienen alg�n piso alquilado.
Otro gremio especializado en alterar los paseos de los transe�ntes son los repartidores de propagan das de night clubs, bares de top less y similares. M�s de una discusi�n han provocado a algunos hombres que, a la salida del cine con su pareja, ven como pr�cticamente le ponen encima un flyer con una mujer desnuda, con la consecuente mirada de consternaci�n de su compa�era. Su lugar de acci�n preferido lo constituye la Gran V�a en su cruce con las calles Silva, Valverde y San Bernardo.
Pero si algo llega a impactar a los visitantes for�neos, al p�blico de los musicales, a los clientes de los restaurantes y a los propios comerciantes de la zona es la presencia de mendigos, indigentes y delincuentes con el disfraz de necesitados.
Sin techo
Los hay de todo tipo y condici�n. Algunos s�lo acuden a la zona a dormirse con el continuo runr�n del tr�fico. Otros eligen las aceras de Gran V�a porque el eterno trasiego de gente les otorga seguridad. Los dem�s, optan por la zona porque as� est�n m�s cerca de los comedores sociales y al haber m�s gente, simplemente hay m�s dinero.
Los ni�os que gozan de bula progenitora para estar en la calle m�s tarde que Cenicienta, suelen mirar con estupor a ese se�or de color que con un vaso de pl�stico y los ojos desorbitados, pide con sonidos guturales algo de dinero. Siempre se sienta en el suelo, cerca de alg�n cajero autom�tico o una terraza de verano.
La forma convulsa con la que se toca el cuello como si no tuviera ya fuerzas para decir si lo que tiene es hambre o sed llega a impactar tanto que rara es la vez que no consigue reunir cerca de una decena de euros en apenas media hora.
Entonces, se levanta, desaparece de Gran V�a y acaba en alguno de los bares adyacentes, donde es conocido por tomarse a velocidad de v�rtigo varios chupitos de tequila. Acabado el dinero reunido, vuelve a mendigar, cambiando, eso s�, de zona.
Muchas veces, coincide cerca de una mujer oronda, procedente de Cuba, que no suele separarse de la esquina que une Gran V�a con la calle de Miguel Moya. Tiene los pies negros porque siempre va descalza. Duerme sobre un cart�n, acompa�ada de una radio de Todo a Cien y no duda en ponerse a hablar sola a cualquier hora del d�a.
Grita, llora y sonr�e sin dirigirse a nadie en concreto, y su misantrop�a es la misma para quien le mira con malos ojos que para quien se acerca a ver si necesita ayuda.
S�lo hace una excepci�n: cuando quienes se le acercan con gesto amable son Puri y Antonio, dos voluntarios de la Comunidad de Sant�Egidio, un movimiento laico de la iglesia cat�lica que lleva funcionando en Espa�a desde hace 20 a�os.
Todo esto, sin tener que intrincarse en las calles adyacentes, algunas de ellas a�n m�s deterioradas. Todo esto, en la que es considerada como una de las principales arterias de la capital.
Luigi Benedicto Borges
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