Comunità di Sant

Las Fronteras del Di�logo:
religiones y civilizaciones en el nuevo siglo

Encuentro Internacional Hombres y Religiones - Barcelona 2 - 3- 4 de septiembre de 2001


 Domingo 2 de septiembre 2001
Gran Teatre del Liceu, La Rambla
Ceremonia de Inauguraci�n

Andrea Riccardi
Comunidad de Sant�Egidio, Italia

   


Se�or Presidente,

Ilustres representantes de las Iglesias cristianas y de las grandes Religiones mundiales,

Autoridades,

Queridos amigos,

Estoy contento de transmitirles el saludo de la Comunidad de Sant�Egidio. Quisiera dar las gracias a todas las ilustres autoridades aqu� reunidas. Este Encuentro nuestro goza de la generosa y sol�cita acogida de Catalu�a: de las autoridades catalanas, de Barcelona y de Espa�a. Hacia ellos se dirige nuestra gratitud, especialmente hacia el se�or Jordi Pujol, Presidente de la Generalitat; hacia el alcalde de Barcelona, se�or Joan Clos. Dirijo mi agradecimiento tambi�n al card. Carles, por la significativa acogida de la Iglesia de Barcelona. Perm�tanme saludar tambi�n al se�or Ministro de Exteriores, Josep Piqu�.

En Catalu�a se respira un clima que favorece este acontecimiento. Es un clima del que me gusta encontrar las ra�ces en el talante del mallorqu�n Raimundo Lullo, quien en tiempos lejanos so�� con el di�logo como v�a de encuentro entre Juda�smo, Cristianismo e Islam. Es el clima de di�logo que se ha conservado a lo largo de las orillas de este Mediterr�neo, mar de muchos conflictos pero tambi�n de verdadera convivencia. Pero es un clima que procede tambi�n de la historia reciente de Catalu�a: la de una democracia conquistada en el marco de Espa�a; la de un dinamismo cultural y econ�mico marcado por el sentido de la propia identidad pero a la vez por la inteligente convicci�n de que es necesario vivir en el marco nacional y europeo un amplio abanico de relaciones. Es un clima que hace de Barcelona capital del di�logo y que encontrar� una significativa expresi�n propia en el Forum Universal de las Culturas del 2004.

Para la realizaci�n del Encuentro de Barcelona han trabajado muchos amigos y voluntarios, j�venes y menos j�venes, de la Comunidad de Sant�Egidio aqu� en Espa�a, de Italia y de Europa, con un empe�o generoso, encontrando un ambiente de gran colaboraci�n. Hacia ellos se dirige mi agradecimiento.

Este Encuentro representa la vig�simo quinta etapa de un camino iniciado en As�s en 1986. Se sit�a en un momento delicado para la relaci�n entre los pueblos y las religiones. Es un periodo del que, con su habitual fineza, ha escrito Jean Daniel: �la desaparici�n de los imperios, es decir, del cemento federativo o imperial, el final de las ideolog�as unificadoras, la supresi�n de las distancias, pero tambi�n la inmensa presi�n de aquellos que no tienen nada y llaman a la puerta o atraviesan el umbral de los que tienen algo, llevan a una aceleraci�n del cosmopolitismo en la babelizaci�n de las lenguas, en la superposici�n de las culturas y en la agresividad urbana�.

Hemos entrado en una estaci�n en la que se entrecruzan mensajes, culturas y procesos. Es esa globalizaci�n de la que tanto de discute pero que es nuestra realidad. Como se puede observar desde los a�os 90, los cambios se producen con tal rapidez que es muy dif�cil adaptarse. Es tambi�n la experiencia de los mundos religiosos. Y, a veces, a las generaciones m�s ancianas les falta la agilidad para adaptarse y a las m�s j�venes el sentido de la profundidad.

Este Encuentro, que re�ne a tanta gente de religiones diferentes, no es un homenaje a la babelizaci�n, a la confusi�n del mundo de hoy, seg�n la cual todo se mezcla y es igual entre sincretismo y folklore. Este Encuentro tiene una historia de al menos quince a�os: parte de As�s en 1986, donde Juan Pablo II invit� a los l�deres de las Iglesias cristianas y de las grandes religiones a rezar por la paz. Fue solamente una jornada de oraci�n unos junto a otros, no unos contra otros �como dice el papa-. Juan Pablo II intuy� que era necesario volver a proponer el v�nculo profundo entre religi�n y paz. El esp�ritu de As�s, es decir, el acercamiento amistoso de los diferentes mundos religiosos, pone de relieve c�mo el mensaje de paz es algo profundamente enraizado en la mayor�a, si no todas, de las grandes tradiciones religiosas del mundo. En los a�os 90, las religiones se las tendr�an que ver con grandes problemas de guerras y paz, de relaci�n con la naci�n, de relaci�n con las otras naciones, de responsabilidad hacia las grandes masas de desheredados del mundo.

Es sorprendente c�mo, precisamente durante las �ltimas d�cadas del siglo XX, un siglo que parece ser el m�s secularizado de la historia, es m�s, un siglo en el que incluso se ha teorizado sobre la desaparici�n de las religiones; precisamente al final de este siglo, las religiones, en algunas regiones del mundo, han sido proyectadas al espacio p�blico. Es un espacio a veces relacionado con el renacimiento de las naciones; otras veces en conexi�n con la protesta de los excluidos; otras veces en contestaci�n a los conflictos o tambi�n vinculado al redise�o de las identidades.

En As�s, en 1986 �y esto el card. Etchegaray, quien fue uno de los principales protagonistas de aquella iniciativa y a quien se dirige nuestro saludo, lo sabe bien- se abri� un camino. El riesgo consist�a en hacer de �l un icono aislado. Nosotros de Sant�Egidio nos convencimos de que era necesario profundizar en el camino de As�s, sobretodo continuar ese lenguaje de di�logo. Ha nacido un movimiento que se ha desarrollado a�o tras a�o, en varias etapas, que re�ne hombres y mujeres de diferentes religiones. Con la oraci�n de unos junto a otros ha crecido un di�logo libre y comprometedor sobre temas religiosos y sobre los grandes problemas del mundo contempor�neo. Recuerdo el encuentro de Varsovia en 1989, en el 50 aniversario del comienzo de la segunda guerra mundial, que se inici� en una Polonia ansiosa por su futuro y termin� en el silencio de una peregrinaci�n com�n (de todas las religiones) a Auschwitz.

Tengo en mente el encuentro de Malta, en 1991, que dio impulso a las negociaciones en curso en Sant�Egidio, en Roma, para la paz en Mozambique. Ha sido una paz, firmada en 1992 en Sant�Egidio, que ha puesto fin a una guerra africana muy ignorada que hab�a producido un mill�n de muertos. No pocas iniciativas de di�logo en b�squeda de la paz conducidas por la Comunidad de Sant�Egidio, est�n vinculadas a la conciencia de que los creyentes pueden contribuir a la paz mucho m�s eficazmente de cuanto creen. Ellos tienen una fuerza �d�bil� de paz, como he dicho otras veces. Es una lecci�n exigente que induce a todos a esperar m�s y a osar m�s para que muchos pa�ses del mundo dejen de conocer la atroz experiencia de la guerra o del odio civil. Por lo dem�s, muchas comunidades religiosas, en muchas partes del mundo, reciben presiones o son tentadas para que legitimen las contraposiciones, cuando no para que incluso motiven los conflictos.

Deber�a recordar muchas otras cosas de estos quince a�os. Me limito a evocar Jerusal�n en 1995, el encuentro en el que participaron las tres religiones monote�stas, que se concluy� simb�licamente con tres olivos plantados en el recinto de la Ciudad Vieja... Nos vuelve a la mente, precisamente en estos momentos de grave recrudecimiento del conflicto entre israel�es y palestinos. En estos momentos en los que el proceso de paz agoniza, nos preguntamos si las tres religiones monote�stas no tienen ninguna palabra que decir m�s all� de lo que hacen o dicen los pol�ticos que persiguen, a su manera, los intereses nacionales. Es un interrogante que nos inquieta pero que tambi�n pide una audacia nueva, no irresponsable e irreal, sino en el sentido de la esperanza.

Al final me vuelve a la mente el encuentro de 1998 en Bucarest, Ruman�a, muy significativo especialmente entre cristianos, sobretodo ortodoxos y cat�licos. Venimos de Lisboa, donde el a�o pasado hemos reafirmado la importancia de la cultura del di�logo. No se trata de crear un frente de las religiones contra un mundo secularizado, sino de desarrollar una cultura capaz de entablar un di�logo con el humanismo laico, que representa una parte conspicua de la tradici�n espiritual europea. Para nosotros el di�logo entre laicos y creyentes forma parte del esp�ritu de estos encuentros.

�Qu� quieren y qu� pueden hacer hombres y mujeres de religiones distintas? Cada vez se confrontan menos con sus mundos homog�neos, mundos de fieles o de culturas afines. El nuestro es un tiempo en el que gentes de religi�n y etnias distintas viven juntos cada vez m�s. Es la experiencia de Europa frente a la inmigraci�n pero tambi�n de un mayor comunitarismo entre el Este y el Oeste. Es el desaf�o del mundo africano que, especialmente en esta estaci�n dif�cil, se encuentra ante la fragilidad de los estados nacionales, que las diferencias �tnicas, religiosas o de otro g�nero pueden poner en discusi�n. Es el desaf�o del renacimiento de las naciones, de las relaciones entre religiones y naciones, de los procesos de limpieza �tnica en algunas regiones del mundo. Pero es tambi�n el desaf�o del mundo virtual, en el que cada vez m�s se entra en contacto con todos: en la dimensi�n virtual vivimos cada vez m�s juntos y estamos destinados a cruzarnos cada vez m�s con quien es distinto de nosotros. Es, en definitiva, el desaf�o de un mundo en el que se ve todo y cada vez m�s se ve la riqueza de pocos y la miseria de muchos.

Convivir se est� volviendo la condici�n humana. Convivir es la realidad de muchos pueblos, de muchas religiones, de muchos grupos. No es siempre f�cil. Una convivencia con demasiadas diferencias, con horizontes demasiado amplios como los de la mundializaci�n, inducen a fen�menos preocupantes que est�n ante nuestros ojos: individualismos irresponsables, tribalismos defensivos, nuevos fundamentalismos. Hay gente que se siente agredida y desplazada ante nuevos vecinos y ante un mundo demasiado grande. Hombres y mujeres desplazados tienen miedo del presente y del futuro. Piden a las religiones proteger sus miedos, a veces con los muros de la desconfianza. Nacen fundamentalismos de diferente g�nero que, como fantasmas, pululan e inquietan. Crecen tambi�n fundamentalismos de car�cter �tnico o nacionalista, que llegan hasta el terrorismo. Los fundamentalismos son simplificaciones que puede fascinar a los j�venes, a los desesperados, a gente desplazada, a gente para la que este mundo es demasiado complejo y hostil; pero que puede interesar a pol�ticos sin escr�pulos en b�squeda de atajos para llegar al poder. Los fundamentalismos tienen siempre la marca del odio cuando no de la lucha contra el diferente tanto religiosa como �tnicamente.

A�o tras a�o hemos seguido el desarrollo de este escenario. Nuestros encuentros han sido una imagen viva de la convivencia entre religiones diferentes. Quiz� en el pasado los mundos religiosos pod�an ser ignorados. En un mundo de grandes distancias y de lentas reacciones, como era el del pasado, ignorarse era, quiz� no menos da�ino pero s� m�s f�cil. Hoy, la mutua ignorancia conduce r�pidamente a la exacerbaci�n. Los responsables religiosos aislados a veces se encuentran atrapados entre horizontes demasiado nacionalistas. La universalidad, que es propia de las diferentes tradiciones religiosas, se libera en el contacto y en el di�logo.

Quince a�os de intenso di�logo han puesto de relieve lo que une pero tambi�n lo que diferencia y divide. No somos simuladores de unanimismo, pero mucho menos somos impacientes y presuntuosos que quieren empaquetar todo en f�ciles procesos de homologaci�n. El di�logo es el arte paciente de escucharse, de comprenderse, de reconocer el perfil humano y espiritual del otro. Del seno de las tradiciones religiosas, capaces de di�logo, emerge el arte de convivir, tan necesario en una sociedad plural como la nuestra. Es el arte de la madurez de las culturas, de las personalidades, de los grupos.

Las religiones, que viven en medio de comunidades particulares, nacionales, y universales, que hablan de Dios y viven con los hombres... las religiones pueden ser una escuela de convivencia y de paz. Las Escrituras cristianas recuerdan que ��l es nuestra paz�. De esta voz se hace eco el magisterio de los papas del siglo XX acerca de la paz. En la tradici�n isl�mica, uno de los nombres de Dios es Salam, paz. La mirada religiosa se mueve desde el individuo, considerado criatura de Dios y hermano, hasta los pueblos, con la convicci�n de que la guerra envenena la tierra.

Las religiones no tienen la fuerza pol�tica para imponer la paz, pero, transformando al hombre desde dentro, invit�ndole a distanciarse del mal, le conducen hacia una actitud de paz del coraz�n. Cada religi�n tiene su camino. Nada es igual. Sin embargo, el clima de di�logo hace madurar la convergencia hacia la paz, como se ve en los manifiestos que han concluido nuestros encuentros. En uno de ellos, el de Mil�n en 1993, se lee:

�Nuestro �nico tesoro es la fe. El dolor del mundo nos ha hecho inclinarnos sobre nuestras tradiciones religiosas en b�squeda de la �nica riqueza que el mundo no posee: hemos sentido desde lo profundo el eco de un mensaje de paz y el emerger de energ�as de bien. Es la invitaci�n a despojarnos de todo sentimiento violento y a desarmarnos de todo odio. La mansedumbre del coraz�n, la v�a de la comprensi�n, el uso del di�logo para la resoluci�n de conflictos y contraposiciones son los recursos de los creyentes y del mundo�.

El manifiesto concluye as�:

�Sobretodo debemos reformarnos a nosotros mismos. Que ning�n odio, ning�n conflicto, ninguna guerra encuentren en las religiones un incentivo. La guerra nunca puede ser motivada por las religiones. �Que las palabras de las religiones sean siempre palabras de paz!�

En los hombres y en las mujeres de fe se encuentra la convicci�n de la fuerza moral. No siempre todos han estado a la altura, pero toda comunidad religiosa, compuesta de hombres y mujeres pecadores, muestra un rostro humano y misericordioso, que deber�a distanciarse de la terrible utop�a de las sociedades perfectas que las ideolog�as y el sectarismo han querido edificar con la violencia. La fuerza moral se conecta profundamente con las ense�anzas de piedad y misericordia de muchas religiones. La piedad, la espiritualidad, se viven en comunidades religiosas concretas y locales pero abren siempre una ventana a lo universal. Se relacionan con esto, por ejemplo, las antiguas prescripciones religiosas sobre la hospitalidad a los extranjeros.

En definitiva, en el mundo contempor�neo, el extranjero se hace cercano; o bien, dram�ticamente, se descubre que el vecino se ha convertido en un extranjero. Hoy, en un mundo globalizado, gente de fe, etnia y cultura diferentes; convive en las mismas ciudades, sobre los mismos escenarios, en los mismos horizontes nacionales. Mientras todav�a se persiguen dise�os de homogeneidad a trav�s de la limpieza �tnica, gente distinta vive junta sin destruir las identidades nacionales, tan s�lo planteando nuevos problemas. La Comunidad de Sant�Egidio, que tiene el honor de promover este Encuentro, trabaja cotidianamente en el terreno de la solidaridad con los m�s pobres en muchas grandes ciudades europeas y no europeas. De hecho, para la casi totalidad de nosotros, hay un compromiso cotidiano de solidaridad con los d�biles. En el seno de Sant�Egidio ha nacido un movimiento de europeos y emigrantes llamado �Gentes de paz�, que habla de la voluntad de romper el muro de la extra�eza cotidiana. Una hermosa representaci�n de ellos participa en este encuentro.

Las religiones tienen una responsabilidad decisiva en la convivencia: su di�logo teje una trama pac�fica, rechaza las tentaciones a lacerar el tejido civil, a instrumentalizar las diferencias religiosas con fines pol�ticos. Pero esto pide audacia y fe a los hombres y a las mujeres de religi�n. Pide coraje. Pide abatir con la fuerza moral, con la piedad, con el di�logo, los muros. La tarea de las religiones de educar al amor del arte de convivir puede ser grande. Grande es tambi�n la tarea de las religiones en el recordar que el destino del hombre va m�s all� de los propios bienes terrenales �como muchas ense�an-, que se enmarca en un horizonte universal, en el sentido de que todos los hombres son criaturas de Dios. Desde siempre, sus santos y sus sabios escrutan un horizonte global.

Hoy nuestra mirada se extiende lejos. La globalizaci�n de la informaci�n nos lleva a conocer necesidades y dramas lejanos. La mirada de los hombres de religi�n no puede no cruzarse con la de los pobres, los m�seros, los pueblos m�s marginados. Las pobrezas y las exclusiones del mundo contempor�neo nos interpelan.

No es casualidad que �frica haya estado siempre en el centro de nuestra atenci�n y lo siga estando en estos d�as, con la presencia del presidente de Costa de Marfil, S.E. Laurent Gbagbo, de relevantes hombres de cultura y de personalidades religiosas musulmanas y cristianas cat�licas y ortodoxas de todo el continente, entre los cuales se encuentran cuatro cardenales, el patriarca de Etiop�a y el presidente de los obispos nigerianos. Ahmadou Korouma, a lo largo de su obra escrita, ha dirigido una mirada fina y libre sobre el mundo africano, mucho m�s all� de un tercermundismo obsoleto y de una a�n m�s vieja visi�n euroc�ntrica: emergen la riqueza y la pobreza del �frica contempor�nea, la gran riqueza de sus hombres y la pobreza de su situaci�n y del ejercicio del poder.

�frica ha padecido procesos de occidentalizaci�n y de globalizaci�n que han modelado dolorosa y concretamente su historia, pero hoy corre el riesgo de permanecer al margen. Pues bien, nosotros pensamos que precisamente �frica representa una mesa de prueba de las actuales pol�ticas internacionales: es una cita decisiva para una pol�tica que quiere ser sabia, pero lo es tambi�n para las grandes comunidades religiosas. Para nosotros, europeos, �frica representa una parte irrenunciable de nuestro pasado, con el tenemos que contar de cara a nuestro futuro. De hecho, -y esto es algo que sentimos en esta orilla del Mediterr�neo- Europa y �frica no est�n lejos. �Acaso no son parte del mismo mundo y de la misma civilizaci�n? Hay que renegociar un nuevo pacto entre Europa y �frica a las puertas del nuevo siglo.

No es s�lo una gran demanda africana En las comunidades de Sant�Egidio africanas �estamos presentes en m�s de veinte pa�ses africanos- nosotros respiramos una gran demanda de esperanza de un futuro mejor para �frica. No s�lo desde �frica, se eleva una demanda desde los desheredados de este mundo nuestro, pero tambi�n, parad�jicamente, desde los pueblos m�s ricos. Una demanda de esperanza para el futuro en un mundo grande, maravilloso y al mismo tiempo terrible. Una demanda de un pensamiento, de una pol�tica, de una solidaridad que no excluyan sistem�ticamente.

Las religiones tienen respuestas diferentes, pero el di�logo entre ellas es ya un signo de esperanza: que los hombres y las mujeres no se volver�n a asesinar m�s en el nombre de Dios y no evocar�n a Dios para santificar sus odios, que mirar�n m�s all� de sus propios l�mites. Que, descubriendo el rostro de Dios, descubrir�n el valor de la paz en un mundo como el nuestro. Esta es una gran esperanza que mueve corazones y energ�as.