Comunità di Sant

Las Fronteras del Di�logo:
religiones y civilizaciones en el nuevo siglo

Encuentro Internacional Hombres y Religiones - Barcelona 2 - 3- 4 de septiembre de 2001


 Domingo 2 de septiembre 2001
Gran Teatre del Liceu, La Rambla
Ceremonia de Inauguraci�n

Jean Daniel
Director del �Nouvel Observateur�, Francia

   


Eminencia,

Se�oras,

Se�ores,

Queridos amigos

En este primer gran encuentro del nuevo siglo, el decimoquinto despu�s de la jornada hist�rica de As�s de 1986, los organizadores nos invitan a reforzar sus convicciones, y quiz�s tambi�n la de ustedes, de saber que �la voz del di�logo es la �nica voz capaz de construir un futuro para una existencia pac�fica en todas las partes del mundo�. Nosotros, representantes de todas las religiones y de todas las culturas tenemos la tarea de demostrar la solidez de las bases de las convicciones de una Comunidad muy querida para nosotros, la de San Egidio.

Personalmente, opino que este encuentro tendr� una importancia mayor si constituye un desaf�o para cada uno de nosotros, en el �mbito individual y com�n.

De hecho, es evidente que estaremos todos tentados de poner como ejemplo aquellos lugares en los que el di�logo ha facilitado alguna negociaci�n. As� mismo es evidente que hablaremos todos a favor de la armon�a y de la fraternidad universal deseando la paz en la tierra para todos los hombres de buena voluntad y para los dem�s.

Nos queda por saber, y este es el desaf�o, qu� hemos hecho entre un encuentro y el otro, a partir de aquel de As�s, y qu� haremos cuando volvamos a nuestros pa�ses, despu�s de haber pasado dos d�as juntos. Qu� haremos y qu� podemos hacer.

Ya que todo se desarrolla como si, con el aumento de los disgustos, de los lutos y de los sufrimientos, para los creyentes, Dios hubiera decidido ausentarse y, para los no creyentes, el Progreso hubiera decidido desaparecer.

Sin duda, a menudo la historia de los hombres no es m�s que la de las guerras en las que se han enfrentado. Y sin duda no se conoce un periodo en el que el Mal, con su nombre laico de Violencia, haya podido poner fin a su reino. Pero hoy la unidad del mundo se cumple en la desuni�n de la sociedad.

En este caso, son posibles dos actitudes: La primera consiste en el replegarse sobre s� mismo, sobre el propio grupo, sobre la propia comunidad. Se est� m�s preocupado por recordad que por descubrir. Nos acercamos �nicamente a aquellos que suscitan en nosotros complicidad en la memoria o consonancia de afinidades. En lo universal vemos solo una fuente de desarraigo, en el extranjero un enemigo virtual y en el diferente un her�tico. Entonces nos agregamos, sin saberlo, a aquellas fuerzas que est�n dispuestas a provocar lo que se llama �el conflicto de la civilizaci�n�.

Sea lo que sea los que pens�ramos de nosotros mismos en este encuentro, cada uno nos comportamos�inconscientemente- de esta forma funesta.

La segunda actitud consiste, seguramente, en dirigirse al Otro con una mezcla de particular curiosidad de la inteligencia y de diligente disponibilidad del coraz�n.

Esto implica que se espere algo de otro y no de nosotros mismos o de los nuestros. Esto supone que no se excluya en el Otro y en la necesidad que puede tener de nosotros, una riqueza superior. En definitiva esto lleva consigo la idea querida por el gran metaf�sico Emmanuel Levinas, de que en definitiva no se puede existir sin el Otro, cualquiera que �ste sea. Es evidente que la expresi�n �cualquiera que �ste sea� es la m�s importante. EN ESE SENTIDO NOS ENCAMINAMOS HACIA EL DI�LOGO. El conflicto de la civilizaci�n se sustituye, ya sea por instinto o por voluntad, por la complementariedad de las identidades.

El di�logo, en el origen latino de la palabra, indica conversar. No es la pregunta del profeta, la orden del jefe, el mon�logo del sabio, la oraci�n del creyente, el �xtasis del m�stico, ni el edicto del d�spota. Para que el di�logo tenga las virtudes que le atribuimos, es necesario que exista igualdad. Se necesita crear una situaci�n igualitaria, una situaci�n excepcional, ya que va contra natura.

Y bien, esta situaci�n es dif�cil, sino imposible, entre el maestro y el servidor, el hombre y la mujer, el patr�n y el obrero, el rico y el pobre, el colonizador y el colonizado.

No es ni siquiera necesario que exista una actitud de �tolerancia�. Es una palabra al mismo tiempo noble y peligrosa. Una persona tolerada es una persona que se soporta, que se decide que no es insoportable, alguien a quien se digna dar el derecho a la existencia o a la coexistencia. No hay que hablar de tolerancia sino de acogida. �Y ni siquiera es suficiente! Es necesario que ninguno de los participantes al di�logo se crea el �nico portador de la verdad.

Podr�a haceros la lista de las tratativas, de los coloquios, de las negociaciones que han fracasado porque no exist�an las condiciones que acabo de citar.

Hoy esto se refiere a Chechenia, Timor, Sud�n y sin duda, Oriente Medio.

Pero prefiero recordar a los unos, y comunicar a los otros lo que yo mismo recientemente he comprendido-, aprendiendo con qu� prodigiosa libertad del esp�ritu han hecho el inventario de las condiciones del di�logo, monjes como el impulsivo franc�s Pierre Ab�lard en el siglo XII, el aventurero mallorqu�n Ram�n Llull en el siglo XII, el visionario alem�n Nicol�s de Cues en el siglo XV.

En estos tres monjes �recordemos sus nombres- existe esta idea, de una gran audacia, seg�n la cual, decidir por anticipado que un di�logo no te har� cambiar de opini�n, significa que el coloquio fracase y pensar que Dios nos ha dado un tesoro que ha negado a los otros constituye, sin duda de manera muy indirecta, un rechazo hacia todos aquellos que creen formar parte de los elegidos.

Es importante que estos principios, que representan al mismo tiempo indicaciones aut�nticas, sean redescubiertos. Ya que en este inicio de siglo debemos conciliar a toda costa la universalidad de los valores y la diversidad de las ra�ces, la unidad de la civilizaci�n y la diferencia de las culturas. Y bien, �qu� armas nos quedan para hacerlo?

�La de las Iglesias? Pero vemos que los hombres se laceran entre ellos en nombre de la Fe, de la misma Esperanza y de la Caridad. Las Iglesias oscilan entre una fidelidad a sus etnias de origen y una organizaci�n de los ritos que comporta una voluntad de potencia. Nosotros tenemos el Ideal Democr�tico que, desde 1989 y la ca�da del muro de Berl�n, es objeto de consenso mundial pero que a�n no ha llegado a contener �falta todav�a mucho- las derivaciones de la econom�a de mercado que sirve de base a la democracia.

En cambio tenemos un nuevo imperio que se cree investido de una misi�n providencial porque es el m�s potente y que intenta acreditar la idea de que todo lo que obstaculiza la salud econ�mica de los Estados Unidos es una injuria a una democracia bendecida por Dios. Contra la arrogancia de esta pretensi�n, m�s que contra el mal funcionamiento de su ejercicio, es contra la que los pueblos se manifiestan haciendo una revoluci�n del Sur contra el Norte. La denuncia de la globalizaci�n es la condena de la americanizaci�n.

Entonces, con la humildad a la que nos invitan los problemas del mundo y nuestra impotencia para afrontarlos, no veo qu� otra cosa puedo hacer yo, sino aceptar como S�sifo el trabajo de empujar las piedras, o, como Ezequiel y Juan de la Cruz, volver a los or�genes, al periodo preeclesi�stico. Es aqu� donde encontraremos los Diez Mandamientos, el Serm�n de la Monta�a, la invitaci�n para los elegidos a no ser m�s que simples �sacerdotes y testigos� y en definitiva la idea, tan confortante, de que Dios, el Absoluto, el Progreso, la Verdad, la Felicidad puedan encontrarse, aqu� y ahora, en cada instante en el que el di�logo se instaura aboliendo las fronteras que nuestro amigo Mario Giro nos invita a abatir.