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Religioni e culture
tra conflitto e dialogo

Incontro Internazionale
Uomini e Religioni
Palermo 1-3 settembre 2002

Comunit� di Sant'Egidio

Arcidiocesi di Palermo

   

Marted� 3 Settembre 2002 - Cinema ABC, Piazza Politeama
Il Concilio Vaticano II: quale dialogo con gli altri

Lluis Martinez Sistach
Arcivescovo cattolico, Spagna
  



1.- Importancia y actualidad del Concilio Vaticano II


El pr�ximo mes de octubre se conmemorar�n los cuarenta a�os de la celebraci�n del Concilio Vaticano II. Considero un acierto especial por parte de los responsables de la Comunit� di Sant'Egidio, organizadores de este Encuentro Internacional por la Paz, dedicar una mesa redonda a este gran acontecimiento eclesial y con el objetivo espec�fico del di�lo-go, que fue una caracter�stica de este S�nodo ecum�nico.

Todos somos conscientes de la importancia capital que ha tenido aquella iniciativa del Papa Juan XXIII, convocando un Concilio ecum�-nico. Ha significado much�simo para la Iglesia y para nuestro mundo contempor�neo. El Mensaje final del S�nodo episcopal extraordinario de 1985, lo afirma con rotundidad: "Hemos celebrado un�nimamente el Concilio Vaticano II como una gracia de Dios y un don del Esp�ritu San-to, del que se han derivado much�simos frutos espirituales para la Iglesia universal y para las Iglesias particulares, as� como tambi�n para los hombres de nuestra �poca" .

El Concilio no es historia. Est� vivo y tiene todav�a futuro. La riqueza de los documentos conciliares contribuyen a responder a los nuevos retos que presenta el mundo. Considero que la Iglesia encuentra hoy en el Concilio la luz y la fuerza que Cristo prometi� dar a los suyos en cada �poca de la historia. Por lo que se refiere al di�logo con los pobres, goza de gran actualidad la Constituci�n pastoral "La Iglesia en el mundo de hoy" (Gaudium et spes), a pesar de que los signos de nuestro tiempo son parcialmente distintos de los que hab�a en el tiempo del Concilio, lo que obliga -en el mismo esp�ritu pastoral conciliar- a una reflexi�n teol�-gica nueva y m�s profunda que interprete los actuales signos de los tiempos a la luz del Evangelio .

A los cuatro lustros de la iniciaci�n del Concilio se necesita todav�a una recepci�n m�s profunda del mismo. Esta recepci�n exige cuatro pa-sos sucesivos: conocer el Concilio m�s amplia y profundamente, asimi-larlo interiormente, afirmarlo con amor y llevarlo a la vida .


2.- El di�logo con el mundo, finalidad y caracter�stica del Concilio


En el Mensaje final del Concilio a la humanidad, de 28 de octubre de 1965, los obispos se refieren a la interrogaci�n de todos los que miran al Concilio y les preguntan con ansiedad: "�No ten�is una palabra que de-cirnos� a nosotros los gobernante [ ], a nosotros los intelectuales, los trabajadores, los artista [ ], y a nosotras las mujeres, a nosotros los j�-venes, a nosotros los enfermos y los pobres?" . Y los obispos afirman en el mismo mensaje final que estas voces no quedan sin respuesta en los documentos conciliares, especialmente en la constituci�n pastoral Gau-dium et spes, que fue promulgada en medio de entusiastas aplausos de la asamblea conciliar.

Esta constituci�n pastoral representa una absoluta novedad en la his-toria de los concilios ecum�nicos. Por primera vez, un documento conci-liar se dirige "no s�lo a los hijos de la Iglesia y a cuantos invocan el nombre de Cristo, sino a todos los hombres" . Este di�logo con el mun-do no estaba previsto en los esquemas de la etapa preparatoria del Conci-lio. En el cambio influy� el radiomensaje de Juan XXIII, de 11 de sep-tiembre de 1965, en el cual el Papa propone una distinci�n fundamental entre "la Iglesia [ ] en su estructura interior -vitalidad ad intra- " y "mirada en las relaciones de su vitalidad ad extra, es decir, la Iglesia de frente a las exigencias y a las necesidades de los pueblos" . El Papa enumera esas necesidades afirmando: "Estos problemas de gravedad su-mamente aguda pesan desde siempre sobre el coraz�n de la Iglesia. Por ello los ha hecho objeto de estudio atento, y el Concilio ecum�nico podr� ofrecer, con lenguaje claro, soluciones que est�n postuladas por la digni-dad del hombre" .

El Concilio ha representado un giro importante en la actitud de la Iglesia, no tanto en los contenidos doctrinales cuanto en la perspectiva desde la que la Iglesia se acerca a los problemas sociales. Como escribi� Congar, en sus cr�nicas de la segunda sesi�n, con Juan XXIII se pasa "de una Iglesia para s� a una Iglesia para los hombres; y esto no como fruto de una doctrina formal, sino de un instinto o inspiraci�n, de un esti-lo propio" .

En el discurso de apertura del Concilio, Juan XXIII afirm� con claridad cu�l deb�a ser el tema central del mismo: "La eficaz presentaci�n del sa-grado dep�sito". Pero enseguida a�adi� que en la forma de proponer la doctrina, "una cosa es el dep�sito y otra las formas de expresi�n". Con ello quedaba reafirmada la orientaci�n pastoral del Concilio y su inten-ci�n de entrar en di�logo con el mundo. Lo que anima y da cohesi�n a todos los documentos conciliares es el esp�ritu de reconciliaci�n con la modernidad, una nueva postura de la Iglesia ante la sociedad moderna. El Concilio ofrece una eclesiolog�a con nuevos acentos, base para una nueva comprensi�n de las relaciones Iglesia-sociedad: y dentro de �stas ocupa un lugar preferente no s�lo lo que la Iglesia tiene que decir sobre los problemas sociales, sino sobre todo c�mo lo dice y desde d�nde lo dice.

No hay duda que el eje central de todo el Concilio lo constituye la eclesiolog�a . Ella pone las bases para la nueva comprensi�n de la pre-sencia de la Iglesia en la sociedad, que inspirar� toda la doctrina social posconciliar. El di�logo con el mundo que el Concilio ha propugnado plantea la cuesti�n de c�mo justifica y c�mo legitima la Iglesia sus inter-venciones sobre las cuestiones sociales. Carrier lo sintetiza pregunt�ndo-se cu�l es el trato distintivo de la doctrina social de la Iglesia, respon-diendo que el di�logo de la Iglesia con el mundo se explica por estas dos consideraciones: la conciencia constante que ella tiene del deber de evangelizar a todos los pueblos y la necesidad de responder a los cam-bios de la sociedad . El Vaticano II fue, ante todo, un acontecimiento hist�rico: el paso de una forma de entender la Iglesia, su actitud ante la sociedad, y su puesto en ella, a otra m�s consecuente con el fen�meno irreversible de la modernidad .

Es evidente que el Concilio Vaticano II ha abierto un nuevo di�logo entre la fe cristiana y el mundo moderno. La Iglesia ha ofrecido un res-petuoso di�logo con todos los cristrianos y con todos los hombres de buena voluntad. Como ha afirmado el Concilio y han explicado Pablo VI y Juan Pablo II, la Iglesia no pretende dar una respuesta inmediata a to-dos los problemas complejos de la sociedad moderna. Junto a la doctrina proclamada con autoridad, la Iglesia se coloca tambi�n en actitud de busqueda y de reflexi�n, con todos cuantos llevan en su coraz�n el futuro de la humanidad . La Gaudium et spes muestra como la Iglesia acepta de buen grado establecer estas relaciones con el mundo de hoy en t�rmi-nos de di�logo y ayuda mutua.

El Concilio se sit�a enteramente en una perspectiva pastoral, lo que significa que est� atento a las necesidades espirituales y a las situaciones concretas de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. El Vaticano II ha enriquecido la doctrina social de la Iglesia ampliando y potenciando el modo de afrontar los problemas sociales de la sociedad. Y ello por la vi-si�n teol�gica de la sociedad actual, la llamada al di�logo con el mundo moderno, la cooperaci�n ecum�nica, el papel de los laicos, la misi�n universal de la Iglesia y el encuentro con la cultura. La introducci�n del documento conciliar ofrece una descripci�n sugestiva y realista de la ac-tual condici�n humana. Este discernimiento anal�tico constituye un acer-camiento t�pico del Concilio que consiste esencialmente en "leer los sig-nos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio" .


3.- Los pobres y la pobreza presentes en el Concilio


Con esta actitud es l�gico que el Concilio tenga palabras para los po-bres. Ellos estuvieron muy presentes en los trabajos conciliares. Ya en la apertura de la segunda sesi�n, el 29 de septiembre de 1963, Pablo VI dijo en su discurso: "Desde este Concilio desde donde se ve todo el mundo, la Iglesia [ ] mira a los pobres, a los necesitados, a los que sufren, a los que padecen hambre y dolor [ ] pues la Iglesia sabe que estos hombres le pertenecen por derecho evang�lico".

En los documentos conciliares se afirma que la Iglesia abraza con amor a todos los que sufren y descubre en los pobres la imagen de su Fundador pobre y sufriente, se preocupa de aliviar su miseria y busca servir Cristo en ellos , a la vez que les pide que sepan unirse especial-mente a Cristo y recuerda que el Se�or vino a evangelizar a los pobres como m�dico corporal y espiritual . En el Mensaje final del Concilio a todos los que sufren, los obispos afirman: "Vosotros que sent�s m�s pe-sadamente el peso de la cruz, vosotros que sois pobres y desemparados, los que llor�is, los que est�is perseguidos por la justicia� tened valor, sois los preferidos del Reino de Dios, el reino de la esperanza, de la feli-cidad y de la vida; sois hermanos de Cristo sufriente, y con El, si quer�is, vosotros salv�is el mundo". Inspir�ndose en la doctrina social del Conci-lio, se explicitar� la expresi�n de "la opci�n o amor preferencial por los pobres" que, como afirma Juan Pablo II, es una "forma especial de pri-macia en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tradici�n de la Iglesia" . El Concilio afronta tambi�n la pobreza en el mundo, sus causas y los caminos y medios para erradicarla.

En los a�os de los trabajos conciliares la pobreza era, y es todav�a, una realidad desgraciadamente clamorosa. La constituci�n pastoral em-pieza con estas palabras que dan un enfoque a todo el documento conci-liar: "El gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de todos los afligidos, son tambi�n gozo y esperanza, tristeza y angustia de los disc�pulos de Cristo y no hay nada verdaderamente humano que no tenga resonancia en su coraz�n" . Por ello se afirma a la vez que "el Concilio no puede dar prueba mayor de solidaridad, respeto y amor a toda la familia humana que la de dialogar con ella acerca de todos estos problemas, aclar�ndolos a la luz del Evangelio" . El eje de todo el contenido de este documento conciliar es el hombre en su unidad y totalidad, con cuerpo y alma, cora-z�n y conciencia, inteligencia y voluntad.

El documento conciliar empieza constatando que nunca ha tenido la humanidad tanta abundancia de riqueza, posibilidades y poder econ�mi-co, y, sin embargo, todav�a una enorme parte de la poblaci�n mundial se ve afligida por el hambre y la miseria y es incalculable el n�mero de los analfabetos . El desarrollo de la vida econ�mica podr�a mitigar las des-igualdades sociales que con demasiada frecuencia se convierten en un retroceso de las condiciones sociales de los d�biles y en un desprecio de los pobres. El lujo y la miseria coexisten . Es a�n una realidad que el 80% de la humanidad dispone s�lo del 20% de los bienes de la tierra. Juan Pablo II ha hecho esta denuncia social: "Nuestro mundo comienza el nuevo milenio cargado de contradicciones de un crecimiento econ�-mico, cultural, tecnol�gico, que ofrece a pocos afortunados grandes po-sibilidades, dejando a millones y millones de personas no s�lo al margen del progreso, sino a vivir en condiciones de vida muy por debajo del m�-nimo requerido por la dignidad humana" .

De ah� que el Concilio afirme que muchos exigen insistentemente aquellos bienes de los que se consideran privados por la injusticia o por un reparto no equitativo. Asimismo, los pueblos que pasan hambre inter-pelan a los m�s opulentos y los pa�ses en v�as de desarrollo quieren par-ticipar de los beneficios de la civilizaci�n moderna, no s�lo en el campo pol�tico, sino tambi�n en el econ�mico.

Llegado a este punto, como un signo de los tiempos que la Iglesia ha de interpretar a la luz del evangelio, el Concilio recuerda esta verdad de fondo: "Seg�n la opini�n casi un�nime de creyentes y no creyentes, todo lo que existe en la tierra debe ordenarse al hombre como su centro y su culminaci�n" . Y se dedica todo el cap�tulo 1� de la Gaudium et spes a presentar la dignidad de la persona humana. De toda persona humana, por tanto, tambi�n de los pobres, culminando con estas profundas pala-bras: "El misterio del hombre s�lo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado [�] Cristo en la misma revelaci�n del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descu-bre la grandeza de su vocaci�n" . Lo que el Concilio afirma en sus do-cumentos va dirigido a todos los hombres y mujeres, va dirigido a los pobres, si bien, como veremos, tiene para �stos palabras espec�ficas de aut�ntica y eficaz esperanza por cuanto, afrontando el problema de la pobreza en el mundo, ofrece unos principios para erradicarla en su causa.

La Iglesia no s�lo comunica al hombre la vida divina, sino que tam-bi�n derrama su luz reflejada en cierto modo sobre todo el mundo, espe-cialmente en cuanto que sana y eleva la dignidad de la persona humana, fortalece la consistencia de la sociedad e impregna de una significaci�n m�s profunda la actividad cotidiana del hombre. La misi�n que Cristo confi� a su Iglesia no es de orden pol�tico, econ�mico o social. El fin que le asign� es de orden religioso. Pero precisamente de esta misi�n religio-sa fluyen tareas, luz y energ�as que pueden servir para construir y forta-lecer la comunidad humana seg�n la ley divina .


4.- Palabras conciliares de esperanza para los pobres


Las palabras conciliares m�s directamente relacionadas con la pobre-za existente en el mundo las encontramos en el cap�tulo 3� de la Gau-dium et spes, que trata de la vida econ�mico-social. En este cap�tulo se recoge y sistematiza la doctrina de los Papas anteriores desde Le�n XIII, en particular la de la enc�clica Mater et Magistra. Convergen dos l�neas diferentes: el optimismo, t�pico de todo el Concilio, que aqu� se concreta en el progreso econ�mico y social del que se beneficia una parte impor-tante de la humanidad; y la voz de muchos obispos del tercer mundo de-nunciando el deterioro econ�mico y social de sus pa�ses. De la confron-taci�n de estas dos experiencias surge el mensaje central: el desarrollo es irrenunciable, pero debe ser para todos sin excepci�n .

Ese principio, que orienta todo el contenido del cap�tulo, no es m�s que una concreci�n actualizada de aquel otro que se explicita en las pri-mera l�neas: "Tambi�n en la vida econ�mico-social se debe honrar y promover la dignidad de la persona humana, su vocaci�n �ntegra y el bien de toda la sociedad. Pues el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida econ�mico-social" .

El Concilio contrapone el progreso t�cnico y econ�mico al esp�ritu economicista que ha generado y a los desequilibrios derivados de �ste. "Semejantes desequilibrios econ�micos y sociales - afirma el documento conciliar - se advierten tanto entre la agricultura, la industria y los servi-cios como entre las diferentes regiones de la misma naci�n. Cada d�a es m�s grave la oposici�n entre las naciones econ�micamente m�s desarro-lladas y las restantes" . La creciente toma de conciencia de esta injusti-cia est� urgiendo - dice el mismo documento - "muchas reformas en la vida econ�mico-social y un cambio en la mentalidad y la actitud de to-dos" . Por ello, el Concilio pretende fortalecer los principios de justicia y de equidad que forman parte de la doctrina social de la Iglesia, seg�n las circunstancias actuales y desea tambi�n dar algunas orientaciones relativas, sobre todo, a las exigencias del progreso econ�mico .

El documento conciliar invita a favorecer el progreso t�cnico y el es-p�ritu de innovaci�n, pero se�alando enseguida c�mo ha de orientarse este proceso: "La finalidad fundamental de esta producci�n no es su me-ro incremento, ni el beneficio o el dominio, sino el servicio del hombre, del hombre �ntegro, teniendo en cuenta el orden de sus necesidades ma-teriales y sus exigencias intelectuales, morales, espirituales y religiosas; de todo hombre, decimos, de todo grupo de hombres, sin distinci�n de raza o continentes" .

Por ello, el Concilio afirma que "el proceso econ�mico debe perma-necer bajo el control del hombre" y hay que entenderlo en el sentido de "sometido a la raz�n" y "protagonizado por todos los hombres". As� se excluye dejarlo a merced de intereses particulares, ya sea de grupo, ya sea de naciones, y se pide una colaboraci�n coordinada de todas las per-sonas y organizaciones de la sociedad . Esta participaci�n es un deber que afecta a las personas y a los recursos de que las personas disponen. As�, el documento conciliar se�ala que "en los pa�ses menos desarrolla-dos, donde se impone el empleo de todos los recursos, ponen en grave peligro el bien com�n los que retienen sus riquezas inproductivamente o los que -salvado el derecho personal de emigrar- privan a su comuni-dad de los medios materiales y espirituales que necesita" . Preocupa el uso que se haga de estos bienes, dado el car�cter social de propiedad. Los latifundios sin producir son causa de pobreza y miseria.

Tratando del desarrollo econ�mico, el Concilio no emplea el t�rmino "planificaci�n", pero presupone una intervenci�n de los poderes p�bli-cos. El texto conciliar excluye los extremos, al afirmar que "no se puede abandonar el progreso s�lo al curso casi mec�nico de la actividad eco-n�mica de los individuos ni s�lo al poder de la autoridad p�blica" .

Para que este progreso econ�mico sea justo y equitativo, es decir, �ti-co, se pide que se hagan todos los esfuerzos posibles para que se supri-man lo m�s r�pidamente posible las enormes desigualdades econ�micas que existen hoy y que frecuentemente crecen unidas a la discriminaci�n individual y social . Se sale al paso de una de las consecuencias del progreso, la movilidad de las personas. La inmigraci�n es un fen�meno actual que va en aumento, especialmente en Europa occidental.

El Concilio se�ala unas exigencias en bien de los inmigrantes que son de mucha actualidad. En primer lugar, pide que se "evite cuidadosamen-te cualquier discriminaci�n relativa a las condiciones de remuneraci�n o de trabajo hacia los trabajadores que, procedentes de otra naci�n o re-gi�n, contribuyen con su labor a la promoci�n econ�mica de un pueblo" . En segundo lugar, se�ala que "todos, especialmente los poderes pu-blicos, deben considerarlos no simplemente como meros instrumentos de producci�n, sino como personas, y ayudarlos para que puedan llamar junto a s� a su familia y procurarse una vivienda decente y deben favore-cer su incorporaci�n a la vida social del pa�s o regi�n que les acoge" . Y, en tercer lugar, se establece un principio que de aplicarse debidamen-te evitar�a los problemas y dificultades que acarrea la emigraci�n al tener que dejar el propio pa�s, la familia, la cultura: "En la medida de lo posi-ble, es necesario crear fuentes de trabajo en las propias regiones" . En lugar de tener que emigrar personas es preferible emigrar capitales para crear empleo en los pa�ses subdesarrollados.

Son tambi�n palabras conciliares de esperanza para los probres, las que se refieren al uso de los bienes materiales. El Concilio afirma con rotundidad este gran principio aut�nticamente revolucionario e innova-dor: "Dios ha destinado la tierra y todo cuanto ella contiene para el uso de todos los hombres y pueblos, de modo que los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa bajo la gu�a de la justicia y el acompa-�amiento de la caridad" . Es el destino universal de los bienes. Para el P. Lebret �ste es un principio y fundamento de todo el cap�tulo 3� de la constituci�n pastoral: el desarrollo econ�mico, como concepto din�mico, no tiene m�s objeto que poner a la humanidad en camino para que este principio se haga realidad .

�C�mo puede garantizarse que este destino universal de los bienes sea efectivo? El Concilio responde, en primer lugar, hablando de la atenci�n a los necesitados. Esta atenci�n incluye un deber para unos y un derecho para otros. Se afirma que "los hombres est�n obligados a ayudar a los pobres y, por cierto, no s�lo con los bienes superfluos" . Se observa en el texto un paso delante de mayor exigencia en el cumplimiento de este deber humano y cristiano. Los padres de la Iglesia hablaron de "dar lo superfluo", la escol�stica lo limit� a "dar de lo superfluo", mientras que el Concilio afirma "dar no s�lo de lo superfluo" .

El texto conciliar establece, tambi�n, que "quien se encuentre en ne-cesidad extrema tiene el derecho de procurarse de las riquezas ajenas lo necesario" . Este derecho tiene una larga tradici�n , si bien algunos dudan de la operancia actual, con la realizaci�n de la justicia social en-comendada a los poderes p�blicos . Sin embargo, no faltan razones pa-ra mantener la aplicabilidad de este principio.

A la vez el Concilio trata de las obligaciones inherentes a la inversi�n. Aqu� no se trata de ayudar transfiriendo una parte de la riqueza pose�da, sino de atender como repercute el uso de �sta sobre los dem�s. Se esta-blece este principio social: "Las inversiones deben tender a procurar oportunidades de trabajo y beneficios suficientes tanto a la poblaci�n actual como a la futura" .

Despu�s de justificar la propiedad privada o un cierto dominio sobre les bienes exteriores, el Concilio afirma con toda precisi�n la funci�n o �ndole social de la propiedad, a�adiendo cu�l es su fundamento: "La misma propiedad privada tiene tambi�n, por su naturaleza, una �ndole social, cuyo fundamento reside en el destino com�n de los bienes" .

Finalmente, el documento conciliar afronta la problem�tica de los la-tifundios rurales, mediocremente cultivados o dejados sin cultivar para especular. Frente a esta realidad existente especialmente en pa�ses del tercer mundo, se constata campesinos sin tierras, escasez de productos alimenticios, situaci�n infrahumana de braceros y arrendatarios . Para el Concilio las reformas se imponen, pero no las limita al tradicional re-parto de tierras, cosa que tampoco excluye. Propone subida de remune-raciones, mejora de las condiciones laborales, aumento de seguridad en el empleo, est�mulo para la iniciativa en el trabajo, y todo ello dentro de un plan que integre otras medidas complementarias, como los servicios, educaci�n, cooperativas, etc. .

El Concilio pide que los cristianos, con un aut�ntico esp�ritu ecum�-nico, cooperen en la construcci�n de un orden internacional m�s justo y fraternal, pues la mayor parte del mundo sufre todav�a pobreza y miseria . La acci�n caritativa puede y debe abarcar hoy a todos los hombres y todas las necesidades, para consolarlos y ayudarlos . Se subraya en el decreto conciliar sobre ecumenismo la colaboraci�n de todos los cristia-nos en el campo social. Esta cooperaci�n, adem�s de hacer m�s eficaz la tarea social, "expresa vivamente aquella conjunci�n por la cual est�n ya unidos entre s� y presenta bajo una luz m�s plena el rostro de Cristo" . Esta iniciativa interreligiosa que estamos celebrando, organizada por la Comunit� di Sant'Egidio, contribuye a cuando pide el Concilio y el tra-bajo que se realiza para solucionar pac�ficamente los conflictos entre los pueblos va en el mismo sentido. Es tajante el Concilio al afirmar que "la carrera de armamentos es una plaga grav�sima de la humanidad y perju-dica a los pobres de modo intolerable" .

Para acabar, del discurso de Pablo VI con motivo de la clausura del Concilio, el 7 de diciembre de 1965, podemos entresacar unas valoracio-nes que hace el Papa del trabajo conciliar realizado. Las necesidades humanas conocidas y meditadas de nuevo absorbieron toda la atenci�n de la asamblea sinodal. Al hacer el juicio sobre el hombre, el Concilio se ha ocupado m�s de la contemplaci�n de su aspecto dichoso que desgra-ciado, dirigi�ndose al hombre con mensajes de esperanza y palabras de confianza. La Iglesia ha entablado un di�logo con los hombres de nues-tro tiempo y, manteniendo siempre su autoridad y su virtud, ha aplicado, no obstante, la forma f�cil y amistosa de hablar que es la propia del amor pastoral. Ha querido ser escuchada y comprendida por los hombres. To-da la riqueza conciliar tiene una �nica finalidad: servir al hombre en to-das sus debilidades, en todas sus necesidades. La Iglesia se ha declarado en cierto modo la sirvienta de la humanidad. As�, el Concilio se reduce a su definitivo significado religioso que lo comprende y lo define, esto es, una invitaci�n vehemente y amistosa con la que el g�nero humano es llamado a encontrar a aquel Dios, como afirma san Agust�n, "de quien alejarse es caer, a quien dirigirse es levantarse, en quien permanecer es estar firmes [�] a quien volver es renacer, en quien habitar es vivir" .