Aachen 2003

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Luned� 8 Settembre 2003 - Eurogress
Coabitazione e immigrazione in Europa

  
  

Lluis Martinez Sistach
Arcivescovo cattolico, Spagna
  

La Uni�n Europea est� viviendo un momento crucial. En el pr�ximo mes empezar� el debate sobre el proyecto de la futura constituci�n europea. Estamos planteando qu� Europa queremos, una vez superada la simplemente econ�mica. Los valores ser�n tema importante en el debate y en la configuraci�n del futuro tratado.

La movilidad ha llegado a ser una caracter�stica general de la humanidad. El fen�meno de la inmigraci�n constituye un plato fuerte en la actual reunificaci�n europea. Juan Pablo II, en su reciente Exhortaci�n Apost�lica �La Iglesia en Europa� afirma que ante el fen�meno de la inmigraci�n se plantea en Europa la cuesti�n de su capacidad para encontrar formas de acogida y hospitalidad inteligentes� . Un estudio reciente de la ONU, confirmado por Eurostat, se�ala que hasta el a�o 2050 en la Uni�n Europea se necesitaran 159 millones de inmigrantes si se quiere mantener el ritmo econ�mico. En la Uni�n Europea actual, las dos terceras partes del crecimiento de la poblaci�n es obra de la inmigraci�n extranjera.

El referido informe de la ONU afirma que si Europa quiera mantener su actual ritmo de crecimiento econ�mico y sus prestaciones sociales en un contexto de progresivo envejecimiento y baja natalidad, no le queda otro remedio que abrirse a la inmigraci�n extranjera.

Europa necesita trabajadores y los inmigrantes necesitan el trabajo que se les ofrece o encuentran aqu� para vivir como personas. Estas dos necesidades, que obedecen a intereses bien leg�timos por parte de unos y otros, deber�an facilitar el camino de la acogida y la integraci�n, es decir, de una pac�fica y armoniosa convivencia.

Causas de la inmigraci�n

Nuestro continente, especialmente la parte occidental, es tierra de inmigraci�n, fundamentalmente por tres razones: la baja natalidad de muchos pa�ses, la necesidad de trabajadores en los diversos sectores y, principalmente, la falta de trabajo y de medios materiales para sobrevivir los inmigrantes en su pa�s de origen. Desgraciadamente, esta tercera causa parece que va en aumento ya que crece en el orden econ�mico internacional la separaci�n entre el Norte y el Sur, entre pa�ses desarrollados y subdesarrollados.

No se puede olvidar que los inmigrantes vienen por necesidad. Para muchos, la salida de sus pa�ses supone un autentico drama. Ellos no s�lo sufren al tener que abandonar su tierra y su familia, sino al tener que afrontar una nueva realidad y una nueva cultura totalmente desconocidas. Hay que a�adir la sangr�a humana que supone para sus pa�ses de origen el verse privados de personas valiosas por su preparaci�n y juventud para organizar e impulsar el propio desarrollo econ�mico que desear�an .

Aqu� no podemos olvidar que en los �ltimos quinientos a�os, hemos sido precisamente los europeos en general los emigrantes por antonomasia. Asimismo es preciso recordar que en la pobreza de los pa�ses de origen de muchos inmigrantes que vienen a nuestro continente, hay una parte europea de responsabilidad por el mal trato econ�mico que les infligimos, porque en sus guerras hay una presencia importante de armas fabricadas en Europa, y tambi�n porque muchos de los postgraduados procedentes del Sur que terminan su formaci�n en el Norte sirven a nuestra econom�a y no regresan a sus pa�ses de origen .

La inmigraci�n es consecuencia del aprovechamiento de los recursos naturales y de las materias primas de los pa�ses pobres por parte de los ricos. Se da, asimismo, una contradicci�n entre una globalizaci�n econ�mica vigente que predica la libre circulaci�n de capitales, tecnolog�as y empresas y, en cambio, las pol�ticas tendentes a evitar el movimiento de las personas en su condici�n de trabajadores. Si de verdad se cree en el libre mercado hay que aceptarlo en todas sus modalidades. El fen�meno de las migraciones interpela hoy m�s que nunca a la comunidad internacional y a todos y a cada uno de los pa�ses. Es indispensable realizar las intervenciones oportunas para corregir el actual sistema econ�mico y financiero, dominado y manipulado por los pa�ses industrializados en detrimento de los pa�ses en v�as de desarrollo . Como afirma Juan Pablo II, �es preciso un compromiso valiente por parte de todos para realizar un orden econ�mico internacional m�s justo, capaz de promover el aut�ntico desarrollo de los pueblos�

La inmigraci�n como una oportunidad

La inmigraci�n se ha calificado frecuentemente como un problema. No hay duda de que la inmigraci�n tiene implicaciones sociales, culturales, religiosas, ling��sticas, etc. de mucha magnitud. Pero prefiero considerar la inmigraci�n como una oportunidad para los pa�ses de acogida y para los mismos inmigrantes. Sin negar que plantea dificultades la venida de un n�mero elevado de inmigrantes, tambi�n es verdad que, adem�s del aspecto laboral, enriquecen el pa�s aportando su cultura y personalidad.

La Uni�n Europea est� destinada a la convivencia con personas de otras culturales, etnias y religiones. Cuenta con una larga tradici�n integradora de una rica diversidad de pueblos y culturas, que han configurado nuestra casa com�n europea. Por ello, la inmigraci�n antes que todo es una oportunidad de acogida, de di�logo y de integraci�n. Es cierto que la presencia de los inmigrantes en algunos pa�ses europeos ha suscitado una reacci�n hostil por parte de algunos. El cambio de mentalidad de una Europa que m�s bien exportaba su exceso de poblaci�n, a un a Europa que importa trabajadores no es nada f�cil. La irrupci�n del diferente puede ser percibida como una amenaza para la propia identidad y bienestar, y que como consecuencia brote consciente o inconscientemente el racismo y, con �l, la violencia.

Una cultura y una pol�tica de convivencia

Los inmigrantes han de ser acogidos como personas. Ellos no son pura y simple mano de obra. En absoluto. Son personas con sus derechos y deberes fundamentales que hay que respetar. El estatuto digno de un trabajador inmigrante debe incluir la estabilidad legal y el derecho a la residencia permanente, la equiparaci�n con los aut�ctonos en cuanto a derechos laborales y sociales se refiere, la no discriminaci�n en el acceso al trabajo, a la salud, a la vivienda, a la cobertura social, a la asistencia jur�dica gratuita, con el fin de hacer posible la integraci�n efectiva, y de asegurar una convivencia basada en los valores de la fraternidad, igualdad, justicia y libertad . En palabras de Juan Pablo II hay que reconocer a los inmigrantes "el derecho a tener una propia patria, a vivir libremente en el propio pa�s, a vivir con la propia familia, a disponer de los medios necesarios para llevar una vida digna, a conservar y desarrollar el propio patrimonio �tnico, cultural y ling��stico, a profesar la propia religi�n" .

El Concilio Vaticano II ya se ocup� de la movilidad humana, afirmando que "se ha de evitar cuidadosamente cualquier discriminaci�n relativa a las condiciones de remuneraci�n o de trabajo hacia los trabajadores que, procedentes de otra naci�n o regi�n, contribuyen con su trabajo a la promoci�n econ�mica de un pueblo" . El mismo documento conciliar se�ala que "todos, especialmente los poderes p�blicos [...] deben favorecer su incorporaci�n (insertio) en la vida social del pa�s o regi�n que los acoge" .

En el pre�mbulo de la Carta de los Derechos Fundamentales de la Uni�n Europea, de 7 de diciembre de 2000, se explicita que �la Uni�n est� fundada sobre los valores indivisibles y universales de la dignidad humana, la libertad, la igualdad y la solidaridad, y se basa en los principios de la democracia y del Estado de Derecho�. A su vez, los inmigrantes han de tener consciencia que son acogidos en un pa�s con su identidad, su cultura, su configuraci�n pol�tica y social, que han de respetar y han de hacer compatible con su propia identidad y cultura para conseguir la aut�ntica inserci�n de que habla el Concilio Vaticano II. En el proceso de acogida de la inmigraci�n extranjera conviene hacer entender a estos nuevos ciudadanos la especificidad de la sociedad que los acoge, con identidad cultural propia. Respetar las normas y los valores, los usos y lasa costumbres del pa�s de acogida es algo fundamental.

El campo de la inmigraci�n hay que recorrerlo con prudencia, sabiendo que, como acontece en otros fen�menos sociales, proliferan intereses de todo tipo (unas veces contrapuestos, otras complementarios), las emociones (contenidas o exacerbadas), los conflictos �ticos y legales, los problemas de percepci�n, las interdependencias con muchos otros factores. De ah� que sea conveniente que haya una preocupaci�n constante de los responsables p�blicos y de la sociedad civil para el proceso de incorporaci�n de los inmigrantes al pa�s.

La convivencia pac�fica y armoniosa se consigue si se da una aut�ntica acogida por parte de los aut�ctonos y una eficaz adaptaci�n, inserci�n e integraci�n por parte de los inmigrantes. Ello significa que unos y otros se reconocen sus propios derechos y ejercen sus propios deberes. No hay solo derechos para unos ni deberes para los otros. Por este camino no se consigue la debida convivencia.

La acogida debe ser de las dos partes. El inmigrante debe ver con buenos ojos, incluso debe intentar querer, valorando lo positivo de la sociedad que lo recibe. Y la sociedad que lo acoge debe tambi�n mirar con buenos ojos a los inmigrantes que llegan. En la adaptaci�n es exactamente lo mismo. No s�lo los inmigrantes deben adaptarse a su nueva sociedad, sino que �sta tambi�n debe adaptarse a los nuevos vecinos.

Es fundamental que los inmigrantes se conviertan r�pidamente en inmigrados; que no vivan de paso, sino que se integren en su nueva sociedad. Y, que, tambi�n, los inmigrados se conviertan en ciudadanos de pleno derecho, puesto que cuanto mayores sean las facilidades para la integraci�n, mejor convivencia habr� entre todos. La Comisi�n Episcopal para la misi�n universal de Francia afirma que, acoger a los extranjeros es permitirles participar r�pidamente en la vida social y pol�tica �Porqu� no promover una �ciudadan�a de residencia�, tan amplia como sea posible, en la cual el derecho al voto ser�a un elemento esencial?� .

No puede olvidarse que la movilidad implica siempre un desarraigo del ambiente originario, que se traduce con frecuencia en una experiencia de gran soledad, con el peligro de perderse en el anonimato. De estas situaciones se puede desprender el rechazo del nuevo contexto, pero tambi�n una aceptaci�n acr�tica y en pol�mica con la experiencia anterior . En este sentido hay que evitar la tentaci�n de una simple asimilaci�n de los inmigrantes que borrar�a sus caracter�sticas propias es preciso conseguir una inserci�n progresiva que valora las diferencias y se enriquece de las mismas.

La acogida e inserci�n de los inmigrantes constituye un test del grado de democracia y madurez de un pueblo. Apenas hay una se�al m�s eficaz para medir el aut�ntico nivel democr�tico de una naci�n moderna que la de considerar su comportamiento con los inmigrantes. Uno de los impedimentos principales para la construcci�n de una sociedad respetuosa con la diversidad y acogedora de los inmigrantes es la aparici�n de actitudes y discursos xen�fobos o excluyentes.

La experiencia demuestra suficientemente que la instrumentalizaci�n pol�tica de la inmigraci�n puede provocar graves perjuicios sociales. La pol�tica migratoria, en aquello que es esencial, no ha de estar sujeta a la contingencia de las opciones electorales de los ciudadanos. La Uni�n Europea precisa, m�s que una ley de inmigraci�n una ley de integraci�n. La primera es de car�cter policial y en general restrictiva. La segunda introduce un concepto de igualdad de derechos y deberes . Los desaf�os que supone la inmigraci�n se resuelven con un largo di�logo entre todos, con la educaci�n del coraz�n y la apertura del esp�ritu a la solidaridad

La incidencia de la herencia cristiana de Europa

Europa tiene una herencia judeo cristiana, que ha configurado nuestra cultura y nuestra identidad. Conviene, pues, recordar que el Lev�tico afirma: "Cuando un forastero resida junto a ti, en nuestra tierra, no le molestes. Al forastero que reside junto a vosotros, lo mirar�is como a uno de vuestro pueblo; y lo amar�s como a ti mismo; pues forasteros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto. Yo soy el Se�or, vuestro Dios" . En el Nuevo Testamento todas las distinciones entre los seres humanos desaparecen al derribar Cristo el muro de divisi�n entre el pueblo elegido y los paganos . El cristiano considera a todo hombre como el "pr�jimo", al que es preciso amar. Resuenan fuertemente en nuestros o�dos estas palabras de Jes�s: "Venid, benditos de mi Padre, porque era forastero y me acogist�is" . El autor de la carta a los Hebreos afirma: "Conservad el amor fraterno y no olvid�is la hospitalidad; por ella algunos recibieron sin saberlo la visita de algunos �ngeles" .

Estas exigencias b�blicas han de estimular el compromiso de los creyentes ante el fen�meno actual de la inmigraci�n. Para el creyente acoger al otro no es solo un gesto de filantrop�a, es mucho m�s, porqu� �l sabe que en todo ser humano se encuentra Cristo que espera ser amado y servido en los hermanos. Solamente una comunidad cristiana atenta a los otros acoge y realiza el testamento que Jes�s dej� a los Ap�stoles: �Como yo os he amado amaos los unos a los otros� . As�, Juan Pablo II afirma categ�ricamente: "En cuanto ciudadanos de un pa�s de inmigraci�n y conscientes de las exigencias de la fe, los creyentes deben mostrar que el Evangelio de Cristo est� al servicio del bien y de la libertad de todos los hijos de Dios [...] Los cristianos deben participar en el debate de la inmigraci�n formulando propuestas, con el fin de abrir perspectivas seguras que puedan realizarse, tambi�n en el �mbito pol�tico. La simple denuncia del racismo o de la xenofobia no basta" . Cristo quiere la Iglesia como un signo de unidad en el coraz�n del mundo. Es bajo esta �ptica que ella contempla el fen�meno de la inmigraci�n .

El valor de la hospitalidad es un valor cristiano, entre otras razones, porque es un valor que viene precisamente de Oriente, es decir, del Antiguo y Nuevo Testamento, y por tanto lo comparten los jud�os y los �rabes, ya que es un valor de esa cultura que recogi� muy bien el Evangelio .

Integraci�n en la comunidad cristiana. Relaciones ecum�nicas y di�logo interreligioso

En Europa occidental llegan emigrantes de la Europa del este, de Am�rica latina y de Africa del Norte especialmente. Los dos primeros grupos son en su mayor�a cristianos, mientras que el tercer grupo est� formado por musulmanes. No hay duda que estas diferencias tienen considerable repercusi�n en le momento de realizarse una acogida y una integraci�n en nuestros pa�ses. Es mucho m�s f�cil respecto de los primeros. El Concilio Vaticano II invitaba a que se tuviera una "solicitud particular por los fieles que, por la condici�n de su vida, no pueden gozar suficientemente del cuidado pastoral como son la mayor parte de los emigrantes, los exiliados y los pr�fugos" . Con un esp�ritu ecum�nico, en Europa cada d�a es m�s necesaria una colaboraci�n entre la Iglesia cat�lica y las otras Iglesias y Comunidades religiosas para prestar la debida atenci�n religiosa y pastoral a los inmigrantes ortodoxos y de distintos ritos.

La presencia de inmigrantes no cristianos en los pa�ses de antigua tradici�n cristiana representa un desaf�o para las comunidades eclesiales. Es un fen�meno que fomenta la caridad, por lo que se refiere a la acogida y ayuda a estos hermanos en la b�squeda de trabajo y de vivienda. No obstante, el objetivo fundamental de la misi�n del cristiano es el anuncio de Cristo y de su Evangelio. Este es el primer acto de caridad hac�a el hombre, m�s all� de cualquier gesto de generosa solidaridad. Esta actitud ha de respetar al m�ximo la leg�tima libertad religiosa de los inmigrantes, evitando todo proselitismo, pero procurando que los inmigrantes no cristianos puedan saber que la acci�n acogedora y solidaria de los cristianos obedece tambi�n y principalmente a la fe en Jes�s. Con relaci�n a este aspecto, Juan Pablo II indica que "a veces, debido a un ambiente dominado por un indiferentismo y relativismo religioso siempre m�s difundido, la dimensi�n espiritual del compromiso caritativo se manifiesta con dificultad .

La convivencia con un n�mero elevado de inmigrantes ofrece una oportunidad al di�logo intercultural y al di�logo interreligioso. Adem�s de una oportunidad, es una aut�ntica necesidad si se desea construir una convivencia rica y constructiva. El di�logo entre las culturas surge como una exigencia intr�nseca de la misma naturaleza del hombre y de la cultura. Este di�logo no significa que las diversas culturas se anulen en la uniformidad o que lleguen a una forzada homologaci�n o asimilaci�n. El di�logo intercultural ha de tender a superar cualquier ego�smo �tnico c�ntrico, con objeto de conjugar la atenci�n a la propia cultura y el respeto a la diversidad. Para conseguirlo es fundamental la educaci�n, la cual ha de transmitir a las personas la conciencia de las propias ra�ces y la valoraci�n de la propia identidad, as� como ha de ofrecer puntos de referencia que permita encontrar la propia situaci�n personal en el mundo. Juan Pablo II afirma que "el conocimiento de las otras culturas [...] conduce a un mayor conocimiento de los valores y de los l�mites inherentes a la propia cultura y revela, a la vez, la existencia de una herencia com�n a todo el g�nero humano" .

La convivencia entre personas no puede subestimar sus creencias religiosas y los valores que se desprenden de su fe. Por ello, en nuestro mundo marcado por el fen�meno de la movilidad humana, el di�logo religioso es cada d�a m�s necesario tambi�n en orden, a una convivencia aut�ntica. La rica experiencia que estamos viviendo en los encuentros promovidos por la Comunit� di Sant'Egidio, pone de relieve la eficacia del di�logo entre miembros de las grandes religiones, como reza el mismo lema: "Entre guerras y paz, religiones y culturas se encuentran", manteniendo vivo el esp�ritu del encuentro interreligioso de As�s de 1986. El encuentro, el di�logo y la amistad abren el camino para la consecuci�n de una aut�ntica convivencia. Juan Pablo II califica las parroquias de �laboratorios� de coexistencia civil y de di�logo constructivo, dado que es un lugar en el que se realiza una verdadera pedagog�a del encuentro entre personas de confesiones religiosas y de culturas diferentes .

La promoci�n de pol�ticas de convivencia ha de tener muy en cuenta la participaci�n activa del conjunto de entidades, del tejido social de la sociedad, las cuales tienen un papel importante en el campo de la inmigraci�n. Un instrumento b�sico para fomentar la participaci�n social es el asociacionismo de los inmigrantes, que puede adoptar formas plurales.

Los retos que presenta la inmigraci�n

El gran reto que nos plantea la inmigraci�n es la convivencia y la cohesi�n social. La inmigraci�n es expresi�n de un mundo globalizado que nos obliga a repensar la realidad de cada pa�s, su proyecci�n hac�a el exterior y afrontar una serie de retos para dar una respuesta adecuada a los cambios que aparecen unidos al fen�meno de la inmigraci�n.

El reto de la identidad. En un mundo globalizado y lleno de incertezas en que vivimos, las personas necesitan tener signos de identidad personales y colectivos que nos sirvan de punto de referencia. La cohesi�n social exige, adem�s de garant�as sociales, referentes compartidos con los cuales los ciudadanos puedan sentirse identificados. La integraci�n de los inmigrantes es un proceso clave para conseguir la cohesi�n social y para garantizar un marco de convivencia que ha de basarse en los valores democr�ticos y en una cultura y lengua propias. La integraci�n no es un proceso de asimilaci�n, sino un proceso de respeto mutuo que enriquece el pa�s acogedor y fomenta el sentimiento de pertenencia a una sola comunidad.

El reto de la dignidad humana. Es err�neo asimilar siempre la figura del inmigrante con la de una persona con deficiencias personales y materiales. Por el contrario, en muchas ocasiones el nivel econ�mico, cultural o profesional del inmigrante y su esp�ritu emprendedor es elevado. Muchos conflictos aparentemente culturales son en realidad problemas sociales encubiertos o bien tienen una �ndole psicol�gico. Hay que fomentar pol�ticas sociales basadas en valores como la equidad, la responsabilidad, la solidaridad, el sentido c�vico y, sobre todo, el respeto a la dignidad y a los derechos humanos de la persona.

El reto del mundo globalizado. En el siglo XXI los pa�ses se relacionan y compiten en el �mbito global, siendo necesario que tengan capacidad de presencia y de actuaci�n internacionales, y que sientan todo lo que sucede m�s all� de sus fronteras como propio. Por ello, los inmigrantes pueden contribuir positivamente en este proceso. Pero tambi�n es verdad que se impone a la Uni�n Europea, a los pa�ses desarrollados y ricos, considerar el imperativo de la solidaridad, colaborando con los pa�ses subdesarrollados de los cuales provienen muchos de los inmigrantes.

Mayor Zaragoza, en una reciente entrevista, afirmaba: �Los pa�ses occidentales, entre ellos el nuestro, tienen que hacer un poco de examen de conciencia porque muchas veces hemos prometido a los pa�ses menos desarrollados que les ayudar�amos, que les dar�amos fondos para su desarrollo end�geno, para su capacidad interna. Y no lo hemos hecho. Les hemos dicho que formar�an parte de una serie de planes de inversiones de nuestros pa�ses y despu�s nos hemos contentado con extraer sus recursos naturales a bajo precio� .

Ya el Concilio Vaticano II se�alaba que siempre que sea posible es preferible que sea el capital el que emigre con el fin de crear ocupaci�n en los pa�ses en v�as de desarrollo. As� se ofrecer�an a muchas personas posibilidades concretas de crearse un presente y un futuro digno sin tener necesidad de emigrar de su propio pa�s .

La Uni�n Europea se ha fijado la meta de establecer una pol�tica com�n sobre la inmigraci�n y los pr�fugos para mayo de 2004. Ya hace a�os que la Uni�n lanz� una campa�a para estimular el desarrollo econ�mico en �frica del Norte, de tal modo que no hubiera tanta necesidad de que la gente saliera de sus pa�ses en busca de trabajo.

El reto en la gesti�n ordenada del proceso. Uno de los pilares de la paz social es el respeto al Estado de derecho. La normativa elaborada mediante procedimientos leg�timos y que ordenan la convivencia y canalizan las tensiones sociales, es necesario que sea respetada por los aut�ctonos e inmigrantes. Tal normativa ha de ser tambi�n justa y �tica. Tambi�n es verdad que la caridad cristiana, respetando la justicia, va m�s all� de �sta.

La inmigraci�n es un reto. Debe evitarse caer en el peligro del paternalismo, de la intolerancia y del relativismo cultural. La convivencia pide saber gestionar numerosos conflictos y tensiones y convertirlos en ocasiones de aprendizaje, cohesi�n y crecimiento colectivo. Y todo esto lo deber� hacerlo conjuntamente la administraci�n y la sociedad civil. Los Obispos de la COMECE han hecho una llamada a los gobiernos de los Estados miembros de la Uni�n Europea con el objeto que reconozcan sus mutuas interdependencias y adopten las medidas comunes para el bien de todos, tanto de los inmigrantes como de la sociedad que los acoge .

Termino con estas palabras de Juan Pablo II dirigidas recientemente a Europa: �Una convivencia pac�fica y un intercambio de la propia riqueza interior har�n posible la edificaci�n de una Europa que sepa ser casa com�n, en la que cada uno sea acogido, nadie se vea discriminado y todos sean tratados, y vivan responsablemente, como miembros de una sola gran familia�

 

 

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