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30 Abril 2015 | BARÍ, ITALIA

Andrea Riccardi en #christians4middleast: La unidad es la fuerza de los cristianos

Intervención en la cumbre de Bari

 
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¿Cuál será el futuro de los cristianos en Oriente Medio? Esta es la pregunta que nos hacemos en un momento dramático para las comunidades cristianas de Oriente Medio: la región está viviendo unos meses terribles. Ayer escuchamos algunos testimonios de primera mano. Si bien es cierto que existe un conflicto durísimo entre los musulmanes (entre sunnitas y chiitas, o entre sunnitas de distintas tendencias), también es verdad que los cristianos en Oriente Medio están en una situación especial, que hay que tener en cuenta como tal. Así lo llevan diciendo los líderes cristianos medioorientales desde hace tiempo: se está produciendo un cambio radical.

Muchas veces, en su historia bimilenaria, los pueblos cristianos de Oriente han sido víctimas de la violencia, y su existencia ha estado en peligro. Pero esta vez asistimos a una dramática limpieza étnica en enteras regiones, que quizás no tiene parangón en la historia y representa casi el final de una historia. Querría recordar, al tiempo que saludo a su Beatitud Crisóstomo, la dolorosa situación de Chipre ocupado.

Es significativo que estos días se conmemore un centenario: la masacre de los armenios y de los cristianos, que empezó el 24 de abril de 1915, un plan de limpieza étnica nacionalista que se sirvió del fanatismo religioso para destruir cruelmente a más de un millón y medio de armenios y de cristianos en el imperio otomano. Es el Metz Yeghern, el Gran Mal, de los armenios. Pero –para los sirios y los caldeos, que han quedado en el olvido durante mucho tiempo– es el Seyfo, el tiempo de la espada. Desapareció un mundo de convivencia (difícil pero real) entre musulmanes y cristianos en la actual Turquía, mientras que Siria, el Líbano, Iraq y otros países se convirtieron en refugio para los cristianos. Hoy –cien años después de aquella historia– parece que se esté cerrando un ciclo con éxodos y masacres justo en aquellas tierras. Hay quien habla de un genocidio de las minorías en Oriente Medio. Es sin duda un martirio para muchos, que se ven obligados a abandonar sus casas o que pierden la vida por ser cristianos.
Atención: el martirio no es de aquel que busca la muerte o de aquel que va a la muerte para matar a otros. El martirio es de quien –queriendo vivir– no renuncia a su fe y a su identidad. Y por eso lo eliminan. Sigue abierta una pregunta sin respuesta: ¿Por qué? ¿Por qué van contra ellos? Los cristianos son mansos, inofensivos, trabajadores, están acostumbrados a vivir pacíficamente con personas de otra religión. Tal vez esa realidad tan pacífica resulta intolerable para el totalitarismo islámico que quiere construir un Estado musulmán integrista y opresivo. Sigue abierta y sin respuesta adecuada la pregunta: ¿por qué estos cristianos pacíficos son perseguidos? Esta pregunta es, al mismo tiempo, una acusación y un grito de dolor contra la persecución insensata e implacable.

Entre otros motivos, porque en la larga historia del mundo árabe, las minorías cristianas han representado una realidad de apertura y una garantía de pluralismo, arraigadas en historias antiguas que se remontan a antes del islam. En la ecología política y social del mundo musulmán, incluso en regímenes cerrados, han sido un dique de contención ante los impulsos totalitarios del islam. Su eliminación representa un suicidio del pluralismo, por el que deberán pagar un alto precio los mismos musulmanes, sobre todo las minorías islámicas consideradas heterodoxas, los chiitas, las mujeres, los jóvenes más globalizados, los más laicos. Sí, un suicidio, porque los cristianos siempre han hecho una aportación importante a las mejores épocas de la sociedad árabe, aunque sea solo en su renacer, la Nahada.
Está desapareciendo un mundo. Es un drama para los cristianos, un vacío para las sociedades musulmanas, una pérdida para el equilibrio del Mediterráneo y para la civilización. Han vivido los dolorosos acontecimientos de la llanura de Nínive, bimilenaria tierra cristiana de la que han sido arrancados de raíz los cristianos, que en gran parte se han refugiado en el Curdistán. Por otra parte está la situación de Siria, asolada por cuatro años de violencia y de guerra. Alepo, por la que lanzamos un llamamiento –que no ha granjeado una respuesta significativa– que el enviado de la ONU asumió, está muriendo en un círculo de fuego. Alepo, patrimonio de la UNESCO, encrucijada secular de convivencia y de intercambios, se apaga bajo los bombardeos, mientras que los que pueden, huyen. Era un lugar de convivencia, que recuerdo con nostalgia y dolor por su vida dulce y tolerante. La guerra de Siria ha durado casi como la Primera Guerra Mundial y ha provocado un increíble número de refugiados, que ahogan al Líbano (1.500.000 de tres millones de habitantes).

La pregunta sobre el futuro de los cristianos en Oriente Medio está estrechamente ligada a un marco regional de violencia difusa y de inseguridad para todos, sobre todo para los grupos minoritarios. ¿Qué se puede hacer por los cristianos ante esta situación? Para encontrar una respuesta eficaz –y creo que ese es el objetivo de este congreso– es necesario escuchar las voces de los cristianos de Oriente. ¿Qué piensan los cristianos de Oriente sobre su futuro? En esta perspectiva doy las gracias al ministro italiano de Asuntos Exteriores y de Cooperación internacional, Paolo Gentiloni, por su presencia en este encuentro. Asimismo, doy las gracias a monseñor Paul Richard Gallagher, secretario para las relaciones con los estados de la Santa Sede, y a los demás representantes de los ministerios de exteriores.

La mayoría de los cristianos orientales –lo dijo ayer monseñor Kawak– siempre ha pensado que, en los países árabes, las primaveras comportarían consecuencias negativas para su seguridad, considerando garantías mejores la persistencia de los regímenes autoritarios: para sobrevivir –añadió el patriarca Efrén. Desde 2003, ha considerado la guerra de Iraq como un error clamoroso para aquel país. Existe una evidente distancia en la percepción que tienen los cristianos de Oriente por una parte y Europa y Occidente por la otra, pero no una apertura. Occidente, a pesar de su articulación, tiene la clara conciencia de que la inestabilidad mediooriental abre graves fallas en el equilibrio mediterráneo: paz y estabilidad, el contagio terrorista, son sus preocupaciones. Rusia es una realidad relevante en este marco, y es parte de la solución. Queridos amigos, ante los problemas complejos no hay soluciones simples.

La cuestión es, pues: ¿qué le pasa al islam y cómo reaccionar? Asistimos a un conflicto mortal para la supervivencia y el liderazgo en el mundo sunnita entre Turquía, Arabia Saudita y Egipto. A todo ello se suma el desafío que el islam chiita plantea a la mayoría sunnita. En este contexto son aplastadas todas las minorías y se ha creado una área de inestabilidad gravísima. Se trata de una situación no nueva en la historia del islam: el caos, la fitna. Sabemos que muchas guerras han dividido a los musulmanes, al menos hasta la llegada de los otomanos. Entre los mismos terroristas yijadistas también hay un conflicto, como pasa entre al Nusra (al Qaeda) e Isis, por ejemplo.
Venza quien venza esa guerra (y no preveo que la venza nadie), de sus ruinas nacerá un monstruo... Los musulmanes deben hacer frente a su responsabilidad. Hay que hablar con ellos de todos los modos posibles, en todas las instancias. Deben ser conscientes de que hacer la guerra entre ellos afecta a otros, afecta a todos, incluso a quienes están muy lejos. El odio entre chiitas y sunnitas y la aversión dentro del islam sunnita está desfigurando el rostro del islam secular. No pueden pensar en hacer rehén al mundo por sus divisiones. Deben saber que su reputación tiene repercusiones en el mundo: el islam provoca miedo, hay temor ante su capacidad destructiva, como ha dicho también el presidente Al Sisi.

Sabemos que el pueblo del islam sufre, desea la paz, pero su voz queda apagada por los impulsores del odio. Solo si se encuentra una solución (o al menos una tregua) a la crisis entre musulmanes podremos salvar a la cristiandad en Oriente y la estabilidad en la zona, y podremos tener menos refugiados (que tanto obsesiona a la política europea) y detener a los foreign fighters. No existe una solución simple para lo que es complejo. Nadie tiene una varita mágica.
Sigue abierta la pregunta sobre la emergencia: qué hacer para los cristianos refugiados en Curdistán y en los demás países, Turquía incluida. La reciente reunión del consejo de seguridad de las Naciones Unidas dedicada a las minorías, del 27 de marzo de 2015, impulsado por Francia, fue un importante toque de atención, cuando afirmó que el retorno de los refugiados a sus casas es una prioridad. Tenemos aquí la angustiosa pregunta que las distintas comunidades, desde hace tiempo, hacen a sus líderes cristianos: ¿hay futuro en nuestras tierras o tenemos que emigrar? Hace falta hacer una reflexión a largo plazo sobre el futuro de la región y sobre el espacio de los cristianos en la zona. Hay que encontrar puertos seguros, unos safe haven para resistir, como afirmo desde hace años (y a ese respecto ha habido un gran miedo de construir guetos). Esa es la tarea de la política: negociar con quien puede y con quien quiere por el futuro de la cristiandad en aquellas tierras, pedir a los Estados (como Iraq) que garanticen la seguridad de los ciudadanos cristianos.

Este tema debe entrar a formar parte de la acción de los gobiernos. Aunque no se trata de reforzar la protección de los cristianos que ha hecho un gran daño. Crear zonas de tregua en Siria, como Alepo (la propuesta está todavía sobre la mesa de la ONU). Ayudar especialmente al Líbano (la operación Unifil impulsada por Italia la ha protegido, pero ¿hasta cuándo?). Es imprescindible revisar la estrategia en Siria. Occidente y Europa hoy no son los mismos del siglo XIX, que protegían a los cristianos. No hay duda de que en Occidente ha crecido la sensibilidad hacia el drama de los cristianos de Oriente. En Oriente, se ha creado una gran unidad entre los cristianos. Pero –me pregunto– ¿no es necesario que, precisamente en esta emergencia se encuentre una manera de llevar a cabo intervenciones humanitarias más incisivas? Es decir, la valentía de acciones unitarias en el mundo globalizado. La unidad (entre ellas y con todas las Iglesias del mundo) es la fuerza de los cristianos, en esta dramática situación de debilidad. En la difícil situación actual, la esperanza se conjuga con el realismo. La esperanza viene de Dios, lo sabemos. No de Occidente. Y esta esperanza creará nuevas relaciones en Oriente Medio. ¡Pronto, sí, muy pronto, espero!


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