El presidente salvadoreño, Mauricio Funes, pedirá este miércoles perdón en nombre del gobierno de su país en ocasión de recordarse los 30 años del asesinato del arzobispo Oscar Arnulfo Romero, mientras celebraba una misa.
En la homilía de aquel 24 de marzo, Romero había ratificado su denuncia contra el gobierno de El Salvador que, en el contexto de la guerra civil que vivía ese país centroamericano, actualizaba día a día los mapas de los campos minados enviando adelante a niños, que eran víctimas de las explosiones.
El asesinato, cuyo mandante fue el jefe de la extrema derecha, mayor Roberto D'Aubuisson, fue cometido con un solo tiro, que cortó la yugular de Romero mientras elevaba la hostia de la comunión.
Desde entonces, el arzobispo salvadoreño es reconocido y venerado como un santo por sus compatriotas, al mismo tiempo que mártir de la fe y símbolo de la defensa de los pobres y de los oprimidos, asesinado por su compromiso en denunciar la violencia de la dictadura.
El miércoles, en el 30mo. aniversario de su muerte, en San Salvador una misa solemne conmemorará el sacrificio de Romero, durante la cual el actual presidente, Mauricio Funes, pedirá perdón.
Además, el 24 de marzo fue declarado por decreto del Parlamento salvadoreño como Jornada de Monseñor Oscar Arnulfo Romero y Galdames, mientras desde 1993 esta fecha fue elegida por la Iglesia incluso como Jornada de Plegaria en memoria de los misioneros mártires.
Romero tuvo siempre, por sus posiciones aparentemente cercanas a la "teología de la liberación", mala relación con la Curia romana, tanto que no pudo obtener el apoyo del entonces recién electo papa Juan Pablo II.
Recién en 2000, en ocasión del gran Jubileo, Karol Wojtyla incluyó a Romero en el texto de la celebración de los Nuevos Mártires.
Tampoco la causa de beatificación del arzobispo asesinado, que se inició en 1994, tuvo un proceso rápido. Aunque fue asesinado en el altar, la Iglesia aún no decidió reconocer mártir a Romero, no obstante ser la "effusio sanguinis", para los católicos, una señal típica de martirio, es decir, de la muerte para testimoniar la fe.
Hace apenas dos años, L'Osservatore Romano, diario de la Santa Sede, escribió un artículo sobre monseñor Romero para decir que "no era un comunista", sin tener en cuenta que, en realidad, Romero partía de posiciones conservadoras alejadas de una teología cercana al marxismo, y que el hecho que lo llevó a su actividad de denuncia fue la muerte del padre Rutilio Grande, jesuita y colaborador suyo, asesinado apenas 18 meses después de su ingreso en la arquidiócesis.
Lo recordó hoy también el cardenal arzobispo de Nápoles, Crescenzio Sepe, en la misa en memoria de Romero celebrada en la Basílica romana de Santa Maria en Trastevere, en el marco de las celebraciones promovidas por la Comunidad de San Egidio. "Romero era la única voz que hablaba en defensa de los pobres, dijo Sepe. Y lo hacía desde el altar de la catedral que cada domingo veía acudir a los pobres de distintas partes para escuchar la voz de su pastor".
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