Don Quijote de la Mancha recuerda Barcelona como «archivo de cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes (…) y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y belleza, única». Es una descripción que no utilizaría una campaña publicitaria de la «marca Barcelona» pero seguramente evoca la ciudad que muchos queremos construir.
Los conflictos, la guerra y la crisis económica han puesto a prueba en más de una ocasión este espíritu. Los gremios, las congregaciones religiosas, el tejido asociativo y vecinal, las organizaciones no gubernamentales y los propios ciudadanos individualmente, junto con las instituciones, han creado en cada época movimientos ciudadanos que se han conmovido y se han responsabilizado partiendo de los problemas del otro: el pobre o el refugiado.
Barcelona en los años 90, mientras se daba a conocer al mundo con las olimpiadas, estrechaba sus lazos con Sarajevo. Se calcula que durante la guerra entre 3.000 y 4.000 bosnios vivieron en Cataluña. Cerca de 300.000 aún permanecen fuera de su país. El Ayuntamiento de Barcelona creó el distrito 11 Sarajevo para fortalecer el hermanamiento entre las dos ciudades y contribuyó a su reconstrucción.
En febrero de 2003 Barcelona salió masivamente a la calle contra la guerra en Irak. La ciudad se convirtió en un símbolo mundial de la lucha contra la guerra. Después la sombra de la globalización adormeció el ímpetu ciudadano. No hemos visto
estas grandes movilizaciones por la guerra en Siria. Pero con la crisis económica, la sociedad civil ha vuelto a despertar.
Hoy, una nueva crisis internacional llama dramáticamente a la puerta y los gobiernos y las instituciones europeas todavía no han aprendido a responder con inmediatez a las grandes crisis. Miles de refugiados de la guerra en Siria están llegando al viejo continente. Hay quien dice que los refugiados son una amenaza y que es preciso continuar alzando muros.
Afortunadamente, estas últimas semanas hemos visto cómo la indignación de los ciudadanos está forzando la apertura de una nueva política para la acogida de los refugiados.
Barcelona ha propuesto construir una red de ciudades-refugio. No podemos perder tiempo. «¡Pobre ciudad!» escribía Joan Maragall viendo la ciudad Barcelona golpeada por la violencia y el desconcierto al inicio del siglo XX. ¡Pobres ciudades sirias! Pero afrontando la tentación de cerrarse en una visión pesimista e impotente continuaba diciendo: «¡Pero no! Me he lanzado a la calle a vivir con mis conciudadanos y muchos otros han hecho como yo, y nos hemos inspirado una mutua confianza. Y nos ha parecido que, en el mero hecho de renacer la alegría entre nosotros, ya habíamos vencido espiritualmente el mal».Y después añade: «Y contra el espíritu no hay bombas.»