Un "pacto común" de las religiones, de las culturas y de la diplomacia para erradicar la violencia y construir la paz en el mundo. Ese es el llamamiento en el que han coincidido el presidente de la Comunidad de Sant'Egidio, Marco Impagliazzo, y Jerry White, dimplomático del Departamento de Estado americano, líder reconocido de la Campaña internacional contra las minas antipersona que recibió el Nobel por la paz en 1997, durante el congreso internacional "Las religiones y la violencia" que ayer organizó Sant'Egidio, y en el que participaron personalidades religiosas, de la política, de la diplomacia de Europa, Asia, África y Oriente Medio. "Para lograr el objetivo de la paz en el mundo post ideológico y globalizado en el que vivimos –destacó Impagliazzo– la diplomacia tradicional necesita nuevos instrumentos en los que participen todas las dimensiones de la vida: la religión en primera lugar, luego la política, la cultura y la lucha contra el subdesarrollo. Toda la sociedad civil debe participar en un esfuerzo de superación de antiguas desconfianzas cuando no de auténticos conflictos que son el origen de las explosiones de violencia y de terrorismo que han ensangrentado el mundo al inicio del tercer milenio". Similar fue la consideración de Jerry White: "La diplomacia tradicional ha descubierto que las religiones pueden contribuir a construir un 'ecosistema' de paz inyectando virus de paz en un mundo infectado por una 'epidemia de violencia': es la 'diplomacia indirecta' que el presidente Obama intenta utilizar en las situaciones más delicadas.
En el fondo, está la consideración de otro ponente del congreso, el teólogo catalán Armand Puig, decano de la facultad de Teología de Barcelona: "La violencia no se puede justificar nunca, y por eso siempre necesita justificaciones. La paz, en cambio, no necesita justificarse, no tiene que pedir permiso para entrar en los caminos de la historia".
El congreso partió de una consideración no optimista: "En los últimos años la violencia religiosa ha aumentado de manera desproporcionada", dijo el cardenal Walter Kasper, presidente emérito del Pontificio Consejo para la Unidad de los cristianos, y eso se ha producido porque "los fieles de todas las religiones, incluidos los cristianos, es decir, personas o grupos que pretenden actuar en nombre de una religión, o del cristianismo, han sido impulsores de violencia". Así pues, la religión es al mismo tiempo víctima y actora de violencia; pero "la paz en el mundo no es posible sin paz entre las religiones" y sin que las religiones promuevan sus rasgos comunes en cuestión de derechos humanos, libertad religiosa, tolerancia, misericordia y perdón, rompiendo así "el círculo vicioso de la violencia que genera violencia".
Sobre estas premisas se formó una idea distinta. La masacre de las Torres Gemelas, al inicio del sigo XXI, fue recordada por el rabino jefe de Roma, Riccardo Di Segni, como la imagen de una "violencia teñida de religiosidad", como si las religiones "pudieran ser violentas por principio". Inmediatamente después, Abdelfattah Mourou, vicepresidente del movimiento Ennahdha, vencedor de las elecciones en Túnez y artífice de la nueva Constitución que es uno de los frutos más maduros de las primaveras árabes, afirmó que la violencia, incluida la violencia entre Estados, "fue anterior a la religión" y en ocasiones se ha servido de ella; es, pues, tarea de las religiones recuperar su autonomía y contribuir a construir la paz alimentando cultura, valores y educación.
Asimismo, Muhammad Khalid Masud, miembro del Tribunal Supremo de Pakistán, niega que la religión sea "parte de la violencia", aunque reconoce que "puede utilizarse para justificar la violencia", y por tanto hay que trabajar "para aclarar esta confusión" construyendo una "nueva teología que ayude en la cooperación entre Estados en lugar del dominio de uno sobre otro".
El libanés Samir Frangieh, intelectual y ex diputado del parlamento de Beirut, afirmó que "las religiones, en su diversidad, tienen una misión común: hacer comprender a los hombres que están condenados a cooperar para sobrevivir, y que la relación de unos con otros no es una opción que se puede elegir o rechazar sino una necesidad que hay que reconocer". El escritor indio Sudheedra Kulkarni insistió en la combinación de espiritualidad tradicional y moderna tecnología para una educación a la paz de las jóvenes generaciones; el arzobispo siroortodoxo de Siria, Dionisius Kawak, lanzó un sentido llamamiento para que se hagan "todos los esfuerzos para detener la violencia y la lucha y se ponga fin al caos, de modo que se evite la derrota de todos los sirios"; y el obispo anglicano de Jos (Nigeria), Benjamin Kwashi, explicó un ejemplo directo del papel que el diálogo interreligioso, no solo a nivel de las altas esferas de las Iglesias, sino también del pueblo y de las distintas articulaciones de la sociedad, puede llevar a cabo para hacer frente y resolver situaciones de dramática violencia como las que afectan a su país. |