stos días de emergencia debido al paso por Milán de cientos de refugiados sirios, jóvenes musulmanes de varias organizaciones (GMI, Insieme per la Siria libera) y jóvenes cristianos de la Comunidad de Sant'Egidio y de la Iglesia copta de Egipto han trabajado juntos para ayudar y estar cerca del drama de los refugiados sirios.
De ello se habló en el congreso "Milán 2013. Las religiones y el bien de la ciudad", organizado por la Comunidad de Sant'Egidio y la Fundación San Fedele en ocasión de las celebraciones del aniversario del Edicto de Milán de 313. El congreso, celebrado la vigilia del aniversario del encuentro por la paz de Asís de 1986, fue una ocasión para debatir con las comunidades religiosas y los inmigrantes de Milán sobre su trabajo por el bien común en la ciudad.
La proximidad a los refugiados sirios es una experiencia de diálogo en la solidaridad que abre un nuevo camino de colaboración entre las religiones. Desde principios de octubre, cada tarde los jóvenes de la Comunidad de Sant'Egidio y de las asociaciones musulmanas han llevado alimentos, mantas, ropas y medicamentos, pero sobre todo calor y proximidad humana a familias, a menudo con niños pequeños, que han dormido en el frío de la Estación Central, en espera de continuar su viaje hacia el norte de Europa.
Poner en el centro a los pobres ha ayudado a no mirar las diferencias, sino a trabajar juntos por una ciudad más humana. La solidaridad ha contagiado la ciudad: muchos milaneses se han unido a esta fuerza espiritual y el Ayuntamiento ha decidido abrir dos centros de primera acogida para más de 250 personas.
Nada Kabakebbji, de la Dirección de los Jóvenes Musulmanes de Italia, explicó cómo nació la colaboración con la Comunidad de Sant'Egidio: "Un día me avisaron de que iba a venir la Comunidad de Sant'Egidio a ayudar. Confieso mi postura inicial algo escéptica sobre la ayuda real que iban a prestar, debida a un desconocimiento mío de la Comunidad, y a un sentimiento de confusión general sobre la situación que hace que nadie la pueda gestionar. Llega mucha gente, con mantas, ropa, té caliente y alimentos. Son de ayuda, piden qué hacer, cómo ayudar y cómo están las personas. Al día siguiente me llaman por teléfono: sí, están con nosotros y traerán comida y cena. De la inquietud inicial me siento envuelta por personas que piden solo cómo pueden ayudar. El sentimiento de hermandad en la humanidad crece, desaparece toda barrera que a veces los medios de comunicación ponen en nuestras cabezas, desaparece todo miedo y trabajamos, codo con codo, ayudamos. El profeta Mahoma nos dijo: 'Ninguno de vosotros es un auténtico creyente mientras no quiera para su hermano lo que quiere para sí mismo'". Ayudar a los demás se convierte así en una obra que combina mística y acción.
Mientras tanto, en la Estación Central empezamos a oír las historias de los refugiados que huyen de los horrores y de la guerra en Siria. Han atravesado el Mediterráneo en barcas, saben que algunos compañeros suyos han muerto. Luego huyeron de los centros del sur en dirección a Milán: no quieren quedarse en Italia sino llegar a Suecia, Noruega y Alemania, donde muchos de ellos tienen parientes. El único camino es atravesar la frontera a escondidas: muchos lo logran, pero no faltan las expulsiones y los que vuelven a la Estación Central están abatidos y sin dinero.
Cada refugiado tiene su historia. Y. llegó a Milán hace cuatro días tras haber perdido a su hijo en el viaje en patera y tras haber huido posteriormente de un hospital siciliano para que no la identificaran y no verse obligada a quedarse en Italia. H. está desesperado: todavía no ha tenido la valentía de decirle a su esposa que su hijo pequeño está muerto, solo le ha dicho que no lo encuentra. Va por todas partes con lágrimas en los ojos y con la foto de su hijo en la mano preguntando a todos si sabían algo de él. Ranea, refugiada palestina que nació en Siria, ha perdido a un hermano por las bombas. Al segundo intento logró pasar la frontera con sus dos hijas y tras algunos días escribió un sms a un amigo de la Comunidad de Sant'Egidio que conoció en la Estación: "He llegado, estoy en Noruega. Gracias por la tarde que me dijiste que compartías mi esperanza. Que Dios te bendiga". |