Lo sucedido la noche del 31 de diciembre en El Calvario se suma a la historia de acontecimientos trágicos que ha vivido la ciudad en los últimos años: la explosión del 7 de agosto, el crimen del personal de Dinners en el Edificio Otero, el secuestro de los miembros de la Asamblea del Valle y su posterior muerte a manos de la guerrilla, los secuestros masivos de La María y la Carretera al Mar, y el asesinato de monseñor Duarte Cancino en Aguablanca.

Mientras la ciudad celebraba la llegada del Año Nuevo, medio centenar de habitantes de El Calvario consumía con voracidad la ración de natilla contaminada con pesticida y vidrio molido, ‘obsequio’ de personajes siniestros que aún no han sido detectados por las autoridades. Cinco de ellos fallecieron y quince más están en observación (...)
le corresponde a la sociedad aliviar el sufrimiento de estas personas que han llegado a la calle por distintas razones. Y sin demeritar la obra del padre José González que lidera el reparto de comida en barrios marginales, hay un interesante grupo de jóvenes y adultos que realizan una labor humanitaria sin protagonismos.

Se trata de la Comunidad Sant´Egidio, que ante el “acto de exterminio” de El Calvario está convocando a la ciudad “para crear un acto de memoria y reconocimiento hacia los habitantes de la calle”. La comunidad existe en Cali desde el año 2000, cuando su líder conoció la obra en Italia, cuyo fundador Andrea Riccardi, un joven que en 1968 tenía menos de 20 años, estableció vínculos de diálogo con los pobres de la calle, niños de sitios marginados, inmigrantes, enfermos de sida, ancianos y encarcelados. Actualmente Sant´Egidio está en más de 70 países, con cerca de 60.000 voluntarios.

En Cali hay 20 adultos y 25 jóvenes que empezaron en el Parque Panamericano a entablar amistad con los pobres, sin asistencialismos ni señalamientos, para continuar en Siloé con los niños y hacer presencia en ancianatos. Néstor Raúl Rodríguez y Ana María Arango son dos jóvenes que interpretan el pensamiento del fundador de Sant’Egidio: “La sociedad auténtica no sólo depende de los niveles de bienestar económico sino que también hay un indicador moral y social, que es la vida de los más débiles”.