La labor que iniciaron en 1968 en Roma les ha merecido este año la nominación al Premio Nobel. de la Paz, y es que la Comunidad de Sant'Egidio tiene como misión ayudar a los más necesitados.
Este grupo de católicos laicos, que toma como ejemplo la parábola bíblica del buen samaritano, sale cada semana a ofrecer comida, ropa, medicamentos y su compañía a grupos vulnerables de la Ciudad de México.
"No somos una ONG, somos un grupo de voluntarios. Todos tenemos un trabajo y una familia y en nuestro tiempo libre nos gusta convivir con los más pobres.
"Nuestra labor es muy simple: leemos el Evangelio y lo llevamos a la práctica a través del trabajo con los pobres porque para nosotros es como si fueran parte de nuestra familia" comenta Ugo Cianetti, voluntario desde hace 20 años.
La fundación de Sant'Egidio se remonta a 1968, cuando el historiador italiano Andrea Riccardi siendo un estudiante de bachillerato, reunió a un grupo de jóvenes para ayudar a los niños que vivían en condicional precarias en la periferia de Roma.
Ahora la Comunidad está integrada por cerca de 60 mil miembros y tiene presencia en 73 países, entre ellos Italia, Estados Unidos, España, Mozambique, Argentina, Chile y El Salvador.
En. México, el grupo trabaja desde hace 21 años. Entre los servicios qué realizan están la asistencia a ancianos y personas en situación de calle y el apoyo docente en la Escuela de la Paz.
"La Escuela de la Paz es una actividad que se hace los sábados por la mañana. En este sitio les enseñamos a leer y a escribir, les ayudamos a hacer sus tareas, y es a través de los niños que buscamos apoyar a sus familias", señala Eva Pala, quien ingresó al grupo a los 17 años en Roma. La voluntaria agrega que atienden a 40 niños.
RESPETO MUTUO
"Gasparín, de 23 años, y Elizabeth, de 19, son jóvenes que, desde temprana edad, han compartido frío, hambre y vejaciones con una veintena de muchachos de entre 12 y 30 años que viven en la calle, en las afueras del metro Barranca del Muerto.
Llegaron ahí orillados por la violencia intrafamiliar, el maltrato y la drogadicción.
Motivada por estos casos, fue que Susana Romo, integrante de la Comunidad desde hace cinco años, se encarga de repartirles comida, ropa y jabón cada fin de semana, además de llevarlos al médico cuando lo necesitan.
"Estaba buscando servir a Dios de alguna forma y, cuando encontré la Comunidad, me di cuenta de que ahí estaba mi oportunidad. Desde el primer encuentro, nuestro trato ha sido muy respetuoso", comenta Susana.
Su grado de empatía con los jóvenes es tal que algunos la llaman mamá y logró que dos dejaran la droga y buscaran trabajo.
Al no contar con patrocinios ni apoyo gubernamental, trabajan con recursos propios. Por ello quienes estén interesado en ayudarles pueden contactarlos en: [email protected].