Comunità di S.Egidio

4/10/2002 
Roma, Basilica di Santa Maria in Trastevere

Memoria de San Francisco de As�s


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Bienaventurados los pobres de esp�ritu,
porque de ellos es el Reino de los Cielos. 
Bienaventurados los mansos, 
porque ellos poseer�n en herencia la tierra. 
Bienaventurados los que lloran,
porque ellos ser�n consolados. 
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia,
porque ellos ser�n saciados. 
Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzar�n misericordia. 
Bienaventurados los limpios de coraz�n,
porque ellos ver�n a Dios. 
Bienaventurados los que trabajan por la paz,
porque ellos ser�n llamados hijos de Dios. 
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia,
porque de ellos es el Reino de los Cielos. 
Bienaventurados ser�is cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegr�os y regocijaos, porque vuestra recompensa ser� grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.
Mateo 5, 3-12
 

 

Queridos hermanos,

con la lectura del Evangelio de las Bienaventuranzas que acabamos de escuchar queremos hoy recordar la figura de San Francisco. Despu�s de muchos siglos, Francisco sigue dando testimonio de que es posible vivir el Evangelio. S�, es posible vivir el Evangelio en este mundo nuestro de la complejidad y de las imposibilidades que se entrecruzan, es posible vivir el Evangelio, este es el mensaje que hoy nos ofrece el testimonio de Francisco. Esto es un esc�ndalo para los sabios, sobre todo en este tiempo que nos hace sentirnos a todos sabios. De hecho, entre los cristianos, no todos estamos convencidos de que es posible vivir de verdad el Evangelio. Parece un ideal, pero demasiado alejado de la realidad. Todos lo hemos pensado alguna vez: la realidad es mucho m�s compleja que el Evangelio.

Esta tarde, Francisco predica en medio de nosotros que el Evangelio es posible, que es un gran don que Dios ha hecho a hombres y mujeres sin m�ritos. Parece sugerirnos con una gran convicci�n aunque sin levantar la voz que es el momento de vivir el Evangelio, de decidirse a vivir el Evangelio. Para ello hace falta dejar atr�s, como el joven rico, muchas riquezas que llevamos dentro, para ir tras el Se�or y seguirle. 

El problema no es encontrar �xito, afirmarnos, tener cosas, quedar por encima de los dem�s, ser reconocidos.... A menudo esta es nuestra l�gica. Estas son nuestras riquezas, detr�s de las que pasamos nuestro tiempo, entre avidez y tristeza. Quiz� nos preguntamos, �acaso no es normal? �c�mo vamos a ir contra nuestro car�cter, contra nuestra naturaleza, contra nuestra voluntad m�s profunda? En el fondo, tenemos una soberbia que nos hace sentirnos propietarios de nuestra vida, o de la vida de la Comunidad. Una altivez que al final se convierte siempre en tristeza.

Esta tarde, Francisco, el pobrecillo, como le gustaba definirse, nos acompa�a en nuestra oraci�n. El icono rodeado de flores nos recuerda su presencia. A sus hermanos, en cierta ocasi�n les dijo: �Nosotros no debemos ser sabios y prudentes seg�n la carne, sino simples, humildes y puros. Despreci�monos a nosotros mismos, porque todos, por nuestra culpa, somos m�seros. No debemos desear nunca estar por encima de los dem�s, sino que debemos ser siervos�. Francisco se presenta como el humilde y aconseja a los cristianos que sean humildes. Quiz� su consejo suene a extra�o entre nosotros, entre nuestra soberbia. Pero nos ofrece una llave.

La llave para atravesar la puerta y salir de los muros del orgullo y la soberbia es la humildad. La humildad es la llave de la libertad de esos muros que parecen defendernos pero que nos aprisionan y, sobretodo, ofenden a los que chocan contra esos muros. Hay muchos que chocan contra el muro de nuestra mirada sombr�a, de nuestro hablar apabullante, de nuestro pensar s�lo en nosotros mismos, con el muro de nuestro no dejar espacio a los dem�s, de nuestra humanidad poco acogedora y muy protagonista. Es el muro contra el que chocan nuestros amigos pero tambi�n muchas personas que no conocemos sin darnos cuenta. Como dice el ap�stol Pablo, hacemos el mal que no queremos hacer.

La humildad es la llave que hay que utilizar para salir de estos muros. Es la llave de la libertad. El Evangelio regala a cada uno esta llave. Cuidemos de no perderla. No hay otro modo de ser libres que siendo humildes. Francisco se presenta como el hermano humilde que no pide para s�, que no se afirma, pero que vive el Evangelio como la palabra decisiva de su vida. Francisco recomienda vivir el esp�ritu del Evangelio que empieza con la humildad. �Las palabras matan a aquellos religiosos que no quieren seguir el esp�ritu de la divina Escritura, y que s�lo quieren aprender palabras y explic�rselas a otros�. Es una de las moniciones de la vida del santo de As�s. Hay que tomar en serio el Evangelio, la Palabra que Dios nos ha dado: hay que fiarse de Dios tomando en serio el Evangelio en nuestra vida. Por ello, con coraje y con fuerza, debemos abrir la puerta de la vida con la llave de la humildad. Dice Francisco tambi�n en sus moniciones: �donde hay paciencia hay humildad no hay ni ira ni turbaci�n�.

La humildad nos permite acercarnos al Evangelio con respeto, ya que no es un libro m�s entre muchas cosas hermosas que quiz� no valen nada. Francisco contin�a: �Somos sus hermanos cuando hacemos la voluntad del Padre suyo que est� en los cielos. Somos su madre cuando le llevamos en el coraz�n y en nuestro cuerpo con amor y una conciencia pura y sincera, y lo generamos por medio de nuestras santas obras�. El coraz�n del ser cristianos no est� en un hacer cosas especiales, sino en un ser humildes y disc�pulos. De aqu� surge una forma de obrar que es mucho m�s profunda que cualquier obrar. Por esto, las bienaventuranzas son vivibles. Por esto los mansos, aunque sean mansos, heredar�n la tierra, y no la heredar�n los fuertes y poderosos.

Pero manso y humilde no significa triste. Con frecuencia nuestro mundo es triste, incluso cuando se exalta a s� mismo con alegr�a. Es la tristeza de aquel joven rico que ve sus sue�os truncados por el apego a sus riquezas. Tom�s de Celano, un bi�grafo de Francisco, dice que el santo estaba completamente convencido de que la alegr�a era el remedio m�s seguro contra el mal. �El diablo se alegra, sobretodo, cuando logra arrebatar la alegr�a del alma al siervo de Dios. Lleva polvo que poder colar en las rendijas m�s peque�as de la conciencia y con que ensuciar el candor del alma y la pureza de la vida. Pero cuando la alegr�a espiritual llena los corazones, la serpiente derrama en vano el veneno mortal. Los demonios no pueden hacer da�o al siervo de Cristo, a quien ven rebosante de alegr�a santa. Por el contrario, el �nimo flebe, desolado y melanc�lico se deja sumir f�cilmente en la tristeza o envolverse en vanas satisfacciones� (Celano, Vida segunda, 125).

�Qu� dir�a Francisco si entrara en medio de nosotros? Quiz� tendr�a las mismas palabras que dirigi� a un compa�ero con el rostro triste y melanc�lico: �No va bien en el siervo de Dios presentarse triste y turbado ante los hombres, sino siempre amable. Tus pecados exam�nalos en la celda ... Cuando vuelvas a donde est�n los hermanos, depuesta la melancol�a, conf�rmate a los dem�s� (Celano, Vida segunda, 128) Y dir�a todav�a: �Gu�rdense los hermanos de mostrarse ce�udos exteriormente e hip�critamente tristes, mu�strense, m�s bien, gozosos en el Se�or, alegres y risue�os y debidamente agradables� (Celano, Vida segunda, 128). La humildad no es imponerse, sino ser alegres, risue�os y agradables.

Tomemos en serio y con humildad el Evangelio. Tratemos de vivir sus palabras. La llave de la humildad nos liberar� de los muros melanc�licos y tristes de nosotros mismos. La palabra del Evangelio nos conducir� por los caminos del mundo. Francisco hab�a entendido que es in�til indicar sus errores a los dem�s, como utilizar palabras severas o tratar de hacer grandes programas de reforma que siempre resultan in�tiles. Hay que empezar reform�ndose uno mismo partiendo del Evangelio. Hay una fuerza transformadora que se desarrolla a partir del Evangelio vivido.

Queridos hermanos, nosotros estamos convencidos de que hace falta una nueva orientaci�n en este tiempo, como una reforma profunda. Este mundo nuestro que est� desperdiciando el gran bien de la paz la necesita. La necesita este mundo nuestro que est� desperdiciando tantas riquezas que podr�an ser la posibilidad de un mundo mejor. Este mundo nuestro dominado por la avidez y el victimismo necesita una reforma profunda. Pero esta reforma o esta nueva orientaci�n empiezan por nosotros mismos, por cada uno de nosotros, si nos fiamos de Dios viviendo verdaderamente el Evangelio. Cada uno de nosotros puede empezar a cambiar el mundo partiendo de s�. Por eso estamos convencidos de que esta fiesta de San Francisco puede realizar el milagro de hacernos simples, es decir, humildes, ante el Evangelio. Ser� quiz� el milagro del camello que atraviesa el ojo de una aguja. Pero para Dios todo es posible.

Se lee en las Florecillas de San Francisco que el hermano Maseo le pregunt� al hombre de Dios: ��Por qu� a ti? �Por qu� a ti? �Por que a ti? �Qu� quieres decir con esto? �repuso San Francisco. Y el hermano Maseo : Me pregunto �por qu� todo el mundo va detr�s de ti y no parece sino que todos pugnan por verte, oirte y obedecerte? T� no eres hermoso de cuerpo, no sobresales por la ciencia, no eres noble, y entonces, �por qu� todo el mundo va en pos de ti?� San Francisco le respondi�: ��Quieres saber por qu� a m�? �quieres saber por qu� a m�? �quieres saber por qu� a m� viene todo el mundo? Esto me viene de los ojos del Dios alt�simo, que miran en todas partes a buenos y malos, y esos ojos sant�simos no han visto, entre los pecadores, ninguno m�s vil ni m�s in�til, ni m�s grande pecador que yo. Y como no ha hallado sobre la tierra otra criatura m�s vil para realizar la obra maravillosa que se hab�a propuesto, me ha escogido a m� para confundir la nobleza, la grandeza y la fortaleza, y la belleza y la sabidur�a del mundo, a fin de que quede patente que de �l, y no de criatura alguna, proviene toda virtud y todo bien, y nadie puede gloriarse en presencia de �l, sino que quien se glor�e, ha de gloriarse en el Se�or�(Florecillas, cap. X).

Este es el secreto de Francisco: toda su fuerza est� en ser humilde. Hay una gran alegr�a, la de creer que el hombre humilde puede desplazar el mundo. Es el milagro de Francisco. �Y no es tambi�n ese milagro que hace diez a�os, en la fiesta de San Francisco, se realiz� cuando se firm� la paz en Mozambique? �No ha sido un milagro esa obra de gente sin fuerza que ha llevado a la paz? �Y no es un milagro que esa paz se haya sostenido durante diez a�os en medio de enormes dificultades?

S�, los milagros son posibles.


San Francisco, ruega por nosotros.
Quiz� es la timidez, o la tristeza, o la soberbia de tantos cristianos, como nosotros, la que aleja la sabidur�a de tu Palabra.
San Francisco, ruega por nosotros.
San Francisco, �brenos el camino de la humildad, que crece, escuchando el Evangelio, en la alegr�a del rostro y del coraz�n.
San Francisco, ay�danos a desafiar el esp�ritu de la guerra con la alegr�a del rostro y del coraz�n, y con las palabras de nuestra vida.
San Francisco, cond�cenos en estos tiempos dif�ciles, realizando en nosotros el milagro del camello que atraviesa el ojo de una aguja.

 

 


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