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América Latina: por un futuro sin violencia. El trabajo de Sant'Egidio


 
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América Latina: por un futuro sin violencia. El trabajo de Sant'Egidio
21 de enero de 2011

 En el 30 aniversario de la muerte de monseñor Romero, liturgia eucarística en la iglesia del hospital donde fue asesinado el obispo mientras celebraba la liturgia. 

América Latina se presenta al inicio de la nueva década como un continente desarraigado y en búsqueda de nuevos equilibrios. En este escenario desorganizado no faltan cuestiones abiertas sin resolver, sobre todo las relacionadas con la paz, mientras que se añaden cuestiones nuevas, dramáticas heridas, como la penetración y expansión en el continente de las narcomafias y la explosión de un descontento juvenil asociado a la crisis económica mundial y al desempleo.

En muchos países de América Central y del Sur la aparición de la violencia ha alcanzado y superado límites preocupantes. La violencia tiene raíces en el pasado reciente del continente. El final de la guerra civil, que ensangrentó muchos países durante más de veinte años, ha dejado lastres de odio, de división y de contraposición y, como pasa siempre tras un conflicto, una herencia difícil de gestionar.

 

Además, la emigración hacia EEUU ha favorecido la ilusión de un bienestar, destinado todavía a unos pocos, mientras que integrarse en sociedades nuevas, duras y competitivas, no es fácil.

Factores más recientes han complicado aún más las cosas: la repatriación forzada de muchos jóvenes latinos de Estados Unidos a sus países de origen ha dado lugar a una generación de desarraigados, no escolarizados y sin competencias profesionales, que vive a los márgenes de los conglomerados urbanos, sin una perspectiva clara para su futuro.

El tejido de una convivencia normal y pacífica se ha visto rasgado también por desastres ecológicos y por frecuentes calamidades naturales, que estos años han afectado a muchos países del continente, con seísmos, huracanes e inundaciones: de golpe, barrios enteros han desaparecido y miles, o incluso cientos de miles -como pasó en Haití hace un año- de personas se vieron privadas de todo. Todo ello sin contar los masivos desplazamientos de población, que agravan duramente la desintegración del tejido humano.

 Mons. Jesús Delgado con la Comunidad de Sant’Egidio de Argentina, en mayo de 2010

Inauguración de un parque infantil en Bambular, barrio de la periferia de San Salvador

 

Así nacieron las maras, auténticas bandas juveniles que, en las periferias de muchas ciudades de América Latina se han afianzado en el territorio y atraen a una adolescencia sin puntos de referencia.  Se afirman con la sumisión y el terror, confieren respeto a quienes se suman a ellas y, sobre todo, dan una identidad a quien no la tiene ni la ha tenido jamás, aunque lo sienta necesario.

Las maras hacen adeptos también entre menores o jóvenes. Nacen como fruto de un materialismo difuso y desesperado, un capitalismo todavía muy joven y sin derechos, pero son la expresión de una visión nihilista y autodestructiva de la vida. 

En muchos países de América Central actualmente las maras son las grandes protagonistas de una auténtica “guerra civil molecular". 

 Se calcula que más de cien mil jóvenes forman parte de las maras. Salir de una mara es muy difícil y extremamente arriesgado. ¿Puede haber una vía de salida?.

La Comunidad de Sant’Egidio hace ya años que trabaja en algunos países de América Central y del Sur con estos jóvenes en situación de riesgo. Ha comprendido que el reto está en el terreno de la identidad y de los espacios de unión, así como en el de la paternidad y la autoridad. Hacen falta nuevos modelos humanos y de valores que se basen en otra idea de la vida. 

Las Escuelas de la Paz, además de un intenso trabajo de escolarización, de educación y de reinserción formativa para muchos niños y adolescentes, subrayan la importancia de estar juntos, de la fuerza del grupo, proponen una nueva identidad que hace que los niños se sientan grandes y responsables. 

 Una imagen de la Escuela de la Paz en San Salvador (C. Pagani)

William Quijano, joven de la Comunidad de Sant’Egidio de San Salvador, asesinado por las maras el 28 de septiembre de 2009
Algunas fotos de William con los niños
de la Escuela de la Paz

 Muchísimos jóvenes estos años han ayudado en ocasión de las catástrofes naturales. Han formado una especie de task force voluntaria de protección civil. En Haití, tras el terremoto, o en San Salvador en plenas inundaciones, fueron protagonistas de una "revolución del  bien". Se ofrecieron voluntariamente y ayudaron a repartir ropa, alimentos y material escolar.

Especialmente importante fue su ayuda en Haití junto a los jóvenes haitianos de Sant’Egidio. Allí, en la áspera polémica en la que se vieron envueltas muchas ONG, consideradas por la población como cuerpos extraños y acusadas de servir sus propios intereses, el modelo de los jóvenes haitianos de Sant'Egidio, caracterizado por una total gratuidad y un trabajo directo, generoso, sin intermediaciones, a favor de sus compatriotas, dio sus frutos.

 

Los “Jóvenes por la Paz” de la Comunidad de Sant’Egidio de América Latina, como demuestran  muchas historias, son una alternativa de verdad a las milicias, a las maras y al a fascinación de las bandas juveniles. La paloma de la paz en la camiseta o en la gorra ocupa el lugar del tatuaje en la piel, símbolo “permanente” de afiliación a la mara. No es fácil salir de la mara, pero hay algunos que lo han logrado y han demostrado que es posible.

Para nosotros, que somos europeos o italianos, no son historias lejanas. No sólo nos unen discursos abstractos sobre la globalización. Hay implicaciones muy concretas. 

Por ejemplo, son las historias de las numerosas madres jóvenes latinoamericanas para venir a Europa y a Italia para ser cuidadoras o canguros: cuidan a nuestros ancianos, ayudan a crecer a nuestros niños, pero ¿qué les pasa a sus hijos que se quedan al otro lado del océano? Por supuesto, están las abuelas y las consistentes remesas les proporcionan recursos económicos; pero no siempre es así de simple.


Jóvenes de la Comunidad de Sant’Egidio de San Salvador repartiendo ayuda a las víctimas de las inundaciones de 2005 

Hay muchos casos de niños que, por estar lejos de sus padres, terminan en la calle, presas fáciles de las bandas, que en este caso, paradójicamente, hacen las veces de agentes educativos. Sant’Egidio en este caso propone, con su actividad a favor de los  menores, una especie de pacto de mutua ayuda entre países de inmigración y países de emigración: un intercambio virtual que permite que nuestros ancianos no pierdan su preciosa ayuda y que los niños de las cuidadoras reciban una ayuda educativa en ausencia de su madre. Como en el caso de las adopciones a distancia, es otro aspecto de cómo, en la era de la globalización, se puede afianzar un modelo de familia ampliada, que une no sólo a personas sino también a mundos alejados y distantes.

 

ALGUNAS HISTORIAS                  

La historia de O., de Tegucigalpa, Honduras: Tenía 19 años cuando conoció a los jóvenes de Sant'Egidio. Era un niño de la calle desde la temprana edad de 7 años, expulsado de casa por su padrastro violento. Nunca fue inscrito en el registro civil, como muchos de sus contemporáneos que vagan por las calles de la capital hondureña, había sufrido violencia y abusos de todo tipo con total impunidad. Según la ley no existía. Al inicio, como un perro perdido y asustado, rechazaba cualquier tipo de ayuda, incluso la comida, porque tenía miedo que estuviera envenenada. Poco a poco se dejó convencer por la amistad, finalmente obtuvo una identidad legal, pero el camino del rescate se interrumpió pronto. A 21 años fue atropellado por un automóvil y murió. En la morgue querían que sus amigos se llevaran el cadáver: “No podemos enterrarlo –dijeron-, no está inscrito. Para nosotros no existe”.

La historia de G., 14 años, de San Salvador: Huérfana de padre, con la madre enferma de sida, su familia, ya muy pobre, en 2001 se vio afectada, junto a miles de personas más, por un devastador terremoto. Los desplazados fueron trasladados a Chanmico, un barrio de barracas de la periferia de la capital, donde reina la violencia. La convivencia entre viejos y nuevos residentes es dificilísima. G. termina en un circuito de prostitución infantil, del que sale prometiéndose con uno de los jóvenes jefes de la mara. En su nuevo papel, su vida no cambia mucho, está cansada de sufrir abusos y vejaciones, pero ahora está ligada para siempre a una organización de la que no se puede desertar. El trágico asesinato de su compañero es la ocasión para hacerlo. Ahora o nunca. La Comunidad de Sant’Egidio la ayuda y lo logra. Es una de pocos.

La historia de H., 12 años, de Lima, Perú: Vive a los márgenes de la capital peruana, en una zona decadente, alejada del centro. Cada día, desde hace varios años, toma el autobús y en no menos de dos horas llega a Miraflores, el lujoso barrio de los ricos, a orillas del océano. Allí pasa el tiempo intentando vender rosas. No puede volver a casa si no ha recogido una cierta cantidad de dinero. Por eso, a menudo, pasa allí cuatro o cinco días seguidos durmiendo en la calle. Su madre la maltrata. Pero hoy es una “Joven por la paz” y comparte con sus amigos sueños y proyectos: estudiar, crecer y ayudar a los demás.

La historia de A., 12 años, de San Salvador: Siempre ha vivido en Bambular, un barrio muy pobre de la capital centroamericana, donde la Comunidad de Sant’Egidio lleva a cabo su actividad de prevención de la violencia y de escolarización de los niños desde hace años. Es un joven inquieto, asocial; en varias ocasiones se ha metido en cosas extrañas. Pero la Escuela de la Paz de sus amigos de Sant’Egidio es siempre un poco como su casa. Su padre abandonó a la familia hace tiempo y no vive en el barrio. Lo considera débil y lo desprecia; querría que se convirtiera en marero. Pero en su barrio, por suerte, las maras, aunque lo ha intentado en varias ocasiones y aunque se dan las condiciones, nunca han conseguido echar raíces. La población local se ha rebelado en cada infiltración. Es el fruto de la difusión paciente y capilar de la cultura de la paz con el trabajo de Sant’Egidio: una sensibilidad que se transmite de persona a persona, de bloque a bloque, fuera de los centros en los que trabaja y más allá de las  personas a las que llega directamente. Se convierte en una barrera de protección para todo el barrio.  


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