Cardenal, Arzobispo de Múnich
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Las imágenes de las dos torres del World Trade Center quedaron grabadas en la memoria de la humanidad. Son imágenes de horror, de violencia, de terror y de miedo. Todos recordamos aquel día, recordamos qué habíamos hecho aquel día, qué nos conmovió. Podemos recordar el impacto y la desazón que aumentaba con el paso de las horas.
Incluso diez años después esta herida no es fácilmente curable y lo que pasó tal vez no se ha repasado porque las consecuencias de aquel acto de desprecio hacia la humanidad se sienten todavía hoy. La violencia se perpetúa en los conflictos, en cada nueva reacción y de contraposición. Es una cadena de la que todavía no se ve el fin. Así pues, este aniversario nos pide que reflexionemos de nuevo. Se trata de un recuerdo en sentido amplio, de un recuerdo que se hace compromiso.
Recordamos a las víctimas del 11 de septiembre, de las guerras, de la violencia y del terrorismo de los últimos diez años.
Recordamos la enorme disponibilidad por ayudar que demostraron muchas personas el 11 de septiembre de 2001.
También pensamos en los soldados, tanto hombres como mujeres.
Recordamos también a aquellos que trabajan en distintos ámbitos para que cesen la violencia y el terrorismo.
Y reflexionamos de nuevo sobre cómo poder superar la lógica de la violencia y del miedo, la difusión del odio y de las barreras.
Los despreciables actos del 11 de septiembre de 2001 tenían un doble objetivo: por una parte la mayor destrucción posible, la aniquilación de vidas humanas, la puesta en escena de una representación de horror y de miedo. Por otra parte, obligar al mundo y en especial a las naciones de la civilización occidental a la lógica de la violencia y del terror.
Realmente hay que defenderse de los que con violencia y una inimaginable fantasía del mal actúan contra personas inocentes y desean solo la destrucción total. Pero nuestra respuesta debe ser más grande, más amplia y más profunda. Los Estados Unidos y toda la civilización occidental, toda la comunidad mundial, es decir, los que fueron objetivos del ataque, no deben solo protegerse de la violencia, sino que deben encontrar nuevas respuestas de paz y de convivencia en un mundo global. Un mundo en el que las distintas culturas, religiones e ideas deben y pueden tener un lugar.
De vez en cuando me parece como si la década pasada hubiera pasado sin buscar estas respuestas más altas. Probablemente nos hemos acostumbrado demasiado a los escenarios de guerra y a la retórica de la contraposición. Tenemos que aprender de nuevo que nuestro mundo solo sabrá construir un futuro si establece un orden de justicia y de solidaridad, con fuerzas de reconciliación, de paz y de convivencia.
El encuentro internacional de paz que se celebra aquí en Múnich quiere animar y orientar en esta dirección. Nuestro mundo puede dirigirse hacia el bien solo si lo hace paso a paso. No debemos olvidarlo.
Así pues, diez años después del 11 de septiembre significa todavía un compromiso y una misión: no caer en la lógica de la venganza, de la violencia y de la enemistad. No nos dejemos dominar por ella sino más bien comprometámonos con audacia por un gran espacio de paz, de justicia, de encuentro y de reconciliación. ¿Cuál sería, si no, la alternativa?
Los representantes aquí presentes de las religiones quieren formar parte de este movimiento. Queremos oponernos con firmeza al abuso del nombre de Dios, a todo tipo de violencia, de explotación y de opresión en el nombre de la religión. Apelar a Dios matando a personas inocentes es una blasfemia.
Estando juntos en Múnich queremos manifestar que las religiones quieren y pueden ser fuente de paz, del diálogo verdadero y de la reconciliación. |