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Hombres y mujeres de religiones distintas nos hemos reunido en Múnich por invitación de la Archidiócesis de Múnich y Freising y de la Comunidad de Sant’Egidio, que desde hace 25 años lleva adelante con tenacidad el "Espíritu de Asís". Damos las gracias a quienes han mantenido viva esta esperanza en años difíciles, cuando los puentes se derrumbaban. Tras diez años marcados por la cultura de la violencia, por la locura del terrorismo, en un mundo que parece dominado por un capitalismo sin reglas, nos hemos detenido simplemente para rezar, escuchar y escrutar el futuro. ¡Esta pausa de oración y diálogo nos ha cambiado! Hemos escuchado, en el testimonio de tantos, la demanda de un tiempo nuevo.
Grande es la tentación de encerrarse en uno mismo y de utilizar las religiones para separarse. Esta tentación se agudiza con la crisis de la economía mundial. El mundo a veces parece haber perdido el sentido del límite. Muchas veces se siente más atraído por lo que divide que por la simpatía hacia el otro; está más atento a las razones del yo que del bien común. En muchas zonas del mundo crecen la violencia y una crisis de sentido. ¡Hace falta un cambio!
La globalización, que es un gran recurso, necesita encontrar un alma. El egoísmo conduce a una civilización de la muerte y provoca también la muerte de muchos. Por esto hay que mirar a lo alto, abrirse al futuro y ser capaces de globalizar la justicia. Tenemos que volver a proponer, con fuerza, el problema de la paz en todas sus dimensiones. Estamos destinados a vivir juntos y todos somos responsables del arte de convivir. El diálogo se ha revelado hoy como el arma más inteligente y pacífica. Es la respuesta a los predicadores del terror, que utilizan incluso las palabras de las religiones para difundir odio y dividir al mundo. Nada se pierde con el diálogo. Aquí, en Múnich, hemos experimentado la lengua del diálogo y de la amistad. Porque ningún hombre, ninguna mujer, ningún pueblo es una isla: hay un único destino, un destino común.
Mirémonos con más simpatía y muchas cosas, todo, se volverá posible. Es tiempo de cambiar. El mundo necesita más esperanza y más paz. Podemos aprender de nuevo a vivir no unos contra otros, sino los unos con los otros. Somos conscientes de la responsabilidad de las religiones al poner en peligro la paz cuando no han mirado a lo alto. Quien utiliza el nombre de Dios para odiar al otro y matar, blasfema el Nombre Santo de Dios. Por eso podemos decir: ¡no hay futuro en la guerra! No hay alternativa al diálogo. El diálogo es un arma simple a disposición de todos. Con el diálogo construiremos una nueva década y un siglo de paz. Hagámonos, todos, artesanos de la paz. Sí, que Dios conceda a nuestro mundo el don maravilloso de la paz.
Múnich, 13 de septiembre de 2011
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