Toda la isla de Leyte, en el centro del archipiélago de las Filipinas, todavía muestra las cicatrices del tifón Yolanda del pasado invierno. La gente del lugar tiene un fuerte deseo de volver a la normalidad: se construyen muchas pequeñas casas amontonadas a lado y lado de la carretera principal, un centro comercial que acaba de abrir, campos de baloncesto improvisados y los primeros restaurantes de comida rápida. Las plantaciones de arroz darán su primera cosecha dentro de pocos meses, pero los árboles de coco quedaron rotos por el viento y harán falta algunos años antes de que puedan volver a producir. La iluminación pública todavía no se ha restablecido y por la noche la oscuridad es total.
Todos los edificios de cemento, sobre todo los más grandes, como los edificios gubernamentales, los almacenes, sobre todo las iglesias y los edificios de viviendas, quedaron reducidos a escombros. Los seminaristas hablan de sucesos extraordinarios: ráfagas de viento del tifón que se lo llevaron todo por delante durante cuatro horas consecutivas, muebles y automóviles volando por encima de los tejados, olas del mar que inundaron zonas interiores alejadas de la costa, y escenas escalofriantes de cuerpos de amigos o vecinos dispersos por los jardines.
La reconstrucción de las infraestructuras y de los servicios públicos tarda en empezar, pero la Iglesia está muy unida a la población. John Du, arzobispo de Taclobán, la principal ciudad de la isla, recibió cálidamente a una delegación de la Comunidad de Sant'Egidio que este mes volvió a la isla. Tras enseñarles un santísimo que quedó intacto bajo las ruinas de la iglesia, protegido por un crucifijo que cayó de la pared, indicó los lugares donde se erigirán casas para huérfanos y para ancianos solos.
Luego el arzobispo acompañó a la delegación de la Comunidad a Matlang, uno de los pueblos más afectados por el tifón. Allí Sant'Egidio, a petición del mismo John Du y de la población local, está construyendo una escuela para unos 200 niños de la guardería y de primaria (MIRA LA NOTICIA >>). Actualmente las clases todavía se hacen en la vieja iglesia, en la casa parroquial e incluso en el garaje, lugares que también quedaron afectados por el tifón. El director y el párroco enseñan con orgullo y agradecimiento las obras: algunos operarios son voluntarios de la zona, contentos porque pronto sus hijos estudiarán en un lugar hermoso y práctico. Los niños sonríen, alguno dice que cuando sea mayor quiere ser cocinero o médico, algunos preguntan cuándo estará lista la nueva escuela. Cuando oyen que se inaugurará antes de terminar el año aplauden y corren a abrazar a sus maestras. |