En las últimas semanas se ha multiplicado dramáticamente el número de solicitantes de asilo en Hungría. El número de personas que llegan a través de la frontera sur del país ha llegado a 70 mil desde el inicio del año. Los refugiados, muchas familias con niños, provienen de países asolados por guerras y por la miseria, especialmente, Afganistán y Pakistán, pero también países africanos como el Congo y Senegal.
Los periódicos y la televisión hablan de invasión. La respuesta de las autoridades hasta ahora ha sido levantar un muro de alambre espinado en la frontera entre Serbia y Hungría, y endurecer las leyes de inmigración y de solicitud de asilo. Pero hay una parte de la sociedad civil que está reaccionando de manera totalmente distinta, con gestos de solidaridad y humanidad a veces inesperados. También la Comunidad de Sant'Egidio ha empezado a responder, visitando cada semana en la estación de trenes de Nyugati, en Budapest, a los refugiados que llegan para trasladarse luego a los centros de acogida donde serán temporalmente acogidos.
Con la ayuda de muchas personas de buena voluntad, a los jóvenes refugiados no les falta bebida, fruta y dulces, pero sobre todo, palabras, sonrisas y gestos de amistad. Muchos de ellos no hablan ni siquiera inglés pero la palabra "welcome" provoca sonrisas y les hace entender que existe una Europa, una Hungría, donde no son solo un problema que hay que resolver o que alejar, sino personas con problemas, mujeres, hombres, niños. Huéspedes que deben ser acogidos.
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