TIRANA - "Nápoles es su mar. No obstante, en muchos aspectos, tenía razón Anna Maria Ortese: el mar no baña a Nápoles, porque la ciudad ha sido construida con el paso de los siglos como ciudad de tierra firme, poco ligada a la dimensión mediterránea, capital de un reino y de un vicereino poco proyectados hacia el exterior. En el fondo también la camorra, como fenómeno social y cultural de larga duración, manifiesta esta alma cerrada, inmóvil, terrosa de una ciudad contradictoria".
Con estas palabras el cardenal Crescenzio Sepe, arzobispo de Nápoles, abrió la mesa redonda "Historias del Mediterráneo: mar que divide y une", en el segundo día del encuentro internacional de oración por la paz de Tirana organizado por la Comunidad de Sant'Egidio.
"El futuro de Nápoles –concluyó el cardenal– es abrirse con confianza al mundo, dar espacio a la esperanza. Su acogida no puede cerrarse en el estereotipo de una cierta napolinidad de postal. Tiene que ser cada vez más vida concreta, corazón que late, espacio que une".
Para Álvaro Albacete, vicesecretario general de Relaciones Exteriores del KAICIID, "hay una incapacidad en el norte del mundo por construir una comunidad en el Mediterráneo, porque ante la complejidad de la realidad deben imponerse soluciones igualmente complejas. Mientras tanto es urgente aplicar nuevamente la diplomacia y al mismo tiempo hay que tomar decisiones de tipo humanitario".
El escritor turco Nedim Gursel afirmó con amargura: "Es difícil constatar que el Mediterráneo, la cuna de la civilización, se ha convertido en un cementerio de niños".
La mesa redonda terminó con la intervención de Jaume Castro , de la Comunidad de Sant’Egidio de Barcelona, que divisó señales de esperanza: "la indignación de los ciudadanos está generando una política de acogida", mientras que "los jóvenes son protagonistas del futuro. Es muy necesario construir con ellos una "cultura de la convivencia", empezando por sus grandes energías y posibilidades". |