Cuando llama a Moisés, le dice: ‘He oído el llanto, el lamento de mi pueblo’. El Señor escucha. Y en la primera Lectura hemos escuchado lo que ha hecho el Señor, esa palabra omnipotente: ‘Del Cielo viene como un guerrero implacable’. Cuando el Señor toma la defensa de su pueblo, es así: es un guerrero implacable y salva a su pueblo. Salva, renueva todo: ‘Toda la Creación fue modelada de nuevo en su propia naturaleza como antes’. ‘El Mar Rojo se convirtió en una carretera sin obstáculos … y aquellos que tu mano protegía, pasaron con todo el pueblo’.
El Señor “ha escuchado la oración de su pueblo, porque sintió en su corazón que sus elegidos sufrían” y le salva de modo poderoso: “Esta es la fuerza de Dios. ¿Y cuál es la fuerza de los hombres? ¿Cual es la fuerza del hombre? La de la viuda: llamar al corazón de Dios, llamar, pedir, lamentarse de tantos problemas, tantos dolores, y pedir al Señor la liberación de estos dolores, de estos pecados, de estos problemas. La fuerza del hombre es la oración y también la oración del hombre humilde es la debilidad de Dios. El Señor es débil sólo en esto: es débil frente a la oración de su pueblo.
Vosotros sois como la viuda; rezad, pedid, llamad al corazón de Dios, cada día. Y la viuda nunca se dormía cuando hacía esto, era valiente. Y el Señor escucha la oración de su pueblo.
Homilía en Santa Marta, 16 de noviembre de 2013 |