Cada católico, por ello, tiene una deuda de reconocimiento hacia las Iglesias que viven en aquella región. De ellas, podemos, entre otras cosas, aprender a tener paciencia y perseverancia del ejercicio diario, a veces marcado por la fatiga, del espíritu ecuménico y del diálogo interreligioso. El contexto geográfico, histórico y cultural en el que han vivido durante siglos, de hecho, las ha hecho interlocutores naturales de muchas otras confesiones cristianas y de otras religiones.
Me dirijo, por lo tanto, a toda la Iglesia para exhortarla a la oración, que sabe obtener del corazón misericordioso de Dios la reconciliación y la paz. La oración desarma la ignorancia y genera un nuevo diálogo allí donde el conflicto está abierto. Si será sincera y perseverante, hará que nuestra voz humilde y firme sea capaz de hacerse escuchar aún por los Responsables de las Naciones.
A la Asamblea de las Congregaciones de la Iglesias católicas orientales, 21 de noviembre de 2013 |