Ha sido recientemente elegido presidente de la Società Dante Alighieri –el equivalente italiano al Instituto Cervantes–, y sus obras son una referencia indispensable para la investigación histórica sobre la Iglesia. Como fundador de la Comunidad de Sant’Egidio, en 1992 fue uno de los artífices de la paz que puso fin al cruento conflicto que desangró Mozambique. Andrea Riccardi (Roma, 1950) es experto en Cristianismo y defensor a ultranza del diálogo a través del ecumenismo y la evangelización. Cada día, su asociación creada hace 47 años ayuda a miles de personas desfavorecidas en todo el mundo. Ayer se encontraba en Bilbao para participar en la décima edición de las Jornadas ‘Católicos y Vida pública en el País Vasco’– celebradas entre ayer y hoy en el palacio Euskalduna–, y exponer su particular visión sobre religión católica y globalización.
– ¿De qué habla en sus charlas?
– Explico la manera en que la globalización ha cambiado profundamente el mundo, y cómo se han abierto escenarios nuevos a la realidad del cristianismo.
– ¿Cuál es el reto de su Comunidad a día de hoy?
– Sant’Egidio es una realidad global y cristiana presente en todo el mundo. El reto es seguir las raíces con las que nació: el Evangelio, el espíritu de Asís, la oración, la solidaridad y la ayuda a los más pobres. Esto supone muchas cosas. Significa un imperio gratuito en favor de los desfavorecidos, la paz y el diálogo. Sant’Egidio es el empeño en la búsqueda de la paz, es reconciliar a quienes están enfrentados, trabajar para que finalice cualquier derramamiento de sangre. Así lo hicimos en Mozambique en el 92, y continuamos haciéndolo en África y otras partes del mundo.
– ¿Cuál es el principal problema europeo?
– El principal problema no es la secularización del continente, sino el repliegue hacia las raíces. Europa vive demasiado arraigada en sus raíces y está huyendo de la Historia. Es lo que vemos hoy en el Mediterráneo: no hay capacidad para tener una visión más general. Creo que es el origen de la infelicidad y de la falta de esperanza en la Europa actual.
– En estos momentos trabajan para canalizar los visados humanitarios para los inmigrantes. ¿Qué está sucediendo?
– Es vergonzoso que, para llegar a Europa, un refugiado que huye de una guerra tenga que pasar obligatoriamente por esa vía de la muerte que es el Mediterráneo. Hay que recordar que hoy, en muchos casos, no nos encontramos ante refugiados económicos, sino personas que huyen de la guerra y la barbarie. Lo que sucede en Siria es terrible... Todo pasa por el trabajo en los países de origen, y Europa tiene una responsabilidad.
– ¿Qué propone?
– Trabajo. Los ‘Humanitarian Desk’ en países como Marruecos o Líbano se han revelado eficaces. Pero queda trabajar por la paz, ya que el Consejo europeo, que hasta ahora no está haciendo gran cosa, debe asumir su responsabilidad y admitir que el Mediterráneo no es la periferia de Europa, y aún menos cuando se está convirtiendo en un cementerio.
Gusto por lo violento
– De hecho, han pedido la intervención de la ONU. ¿En qué podría ayudar?
– ¡Es un desafío a Europa! Si no somos capaces de encontrar una solución ni ponernos de acuerdo, no queda más que recurrir a Naciones Unidas. No se puede tolerar esta tragedia sin elevar la voz.
– ¿Qué opina de la forma en que los medios de comunicación tratan las catástrofes humanas?
– El problema es que colocan las tragedias dentro de un marco, el de la violencia. Vivimos en la cultura de la violencia: se fijan en los asesinos, en historias familiares escabrosas... Hay que estar muy atentos porque todo esto se está difundiendo fuertemente por el mundo. En Europa, en este mundo global sumido en la crisis económica y de valores, de la familia, etc., hay que restablecer las relaciones y el contacto.
– ¿Qué valoración hace del pontificado del papa Francisco?
– Enorme. Si la Iglesia fuese una empresa, este papa sería el mejor consejero delegado que habría recibido grandes premios. Pero no es una empresa. Ha sabido hablar al corazón de los cristianos. Ha dado esperanza, ha hablado del Evangelio desde el corazón y para entender su mensaje ahora. Aquí está su revolución: para mí Francisco I es el primer papa de la globalización, el pontífice del Evangelio y el concilio.
– ¿Qué relación mantiene su Comunidad con él?
– Perfecta. Lo he visto hace pocos días, trabajamos con el mismo espíritu de ayudar a los pobres.
– ¿Cuál sería el papel de la Iglesia en el mundo global?
– Hacer que las personas sean personas. Siempre con la paz en el centro de todo, ya que nuestro mundo se está convirtiendo en uno muy peligroso, lleno de conflictos, odio y distancia.
El diálogo y la ayuda a los pobres, pilares de la Comunidad
La comunidad fundada por Andrea Riccardi es una de las organizaciones italianas más importantes en la lucha contra la pobreza, por la infancia, la paz y el diálogo. El pasado febrero, tras visitar al papa Francisco, la canciller alemana Ángela Merkel quiso reunirse con este catedrático de Historia Contemporánea para tratar el grave problema humano que suponen los mortales viajes a través del Mediterráneo, y discutir las diferentes iniciativas encabezadas por la Comunidad de Sant’Egidio. Con cerca de 100.000 miembros en 70 países (40.000 en Italia), su posición está clara: ante una Europa maniatada, lo primero es poner fin a las muertes en el mar, crear una red para regularizar las solicitudes de asilo y multiplicar los esfuerzos diplomáticos para detener las guerras que empujan a miles de personas a ser tratadas como mercancía y jugarse la vida a diario.
Creada en 1968 por un jovencísimo Riccardi como una asociación de laicos católicos dispuestos a ayudar a los más necesitados, casi cinco décadas después, Sant’Egidio es un pilar fundamental del activismo cristiano contra la pobreza, la injusticia y la marginación, a través del impulso y participación en incontables programas humanitarios de todo tipo: escolarización, asistencia en cárceles, adopciones a distancia, lucha contra el sida y la pena de muerte…
Uno de sus proyectos más significativos son las ‘escuelas de la paz’, centros que cada año acogen a 30.000 menores de forma gratuita para ayudarles a ellos y a sus familias a superar las barreras y discriminaciones cotidianas. Sant’Egidio también ha dado vida al programa BRAVO!, una iniciativa por el registro sistemático de los recién nacidos en países en desarrollo: en 2007 la ONU calculó que cada año 51 millones de niños quedan sin inscribir en ningún registro, una amenaza para la paz y estabilidad de muchos países.