Las más altas instituciones europeas parecen asistir impertérritas a la sucesión imparable de muertes de refugiados que huyen de la guerra en Siria, mientras las oenegés y fundaciones humanitarias demuestran que es posible parar esta sangría. No faltan planes, sino voluntad política, como revela la última iniciativa de la comunidad de Sant Egidi, al lograr que Italia establezca corredores humanitarios en Marruecos, Líbano y Etiopía para garantizar una llegada segura a Europa de fugitivos de la barbarie.
El Gobierno italiano se ha comprometido de momento a librar mil visados a personas especialmente vulnerables, si es que hay algún refugiado que no lo sea. En especial, mujeres que viajen solas con niños y enfermos o heridos. Los visados permitirán que vuelen directamente a Italia, sin jugarse la vida en manos de los traficantes de seres humanos, ya sea en el mar –anteayer se produjo frente a Grecia el último naufragio: 18 muertos, 10 de ellos niños– o en una larga travesía terrestre.
La comunidad de Sant Egidi o Sant’Egidio en Italia, donde nació y desde donde se ha extendido a más de 70 países del mundo, ha pedido a España que imite a Italia. Jaume Castro, el responsable de la asociación en Barcelona, presentó la semana pasada a la Generalitat y el Ayuntamiento la propuesta. “El acuerdo alcanzado en Italia demuestra que no es una quimera, sino algo factible”.
Esta entidad altruista, que defiende el diálogo intercultural e interconfesional, es una potencia diplomática en la sombra. Ha participado con éxito en numerosas negociaciones de paz en países en conflicto, como la República Centroafricana, Mozambique, Liberia, Costa de Marfil, Sudán del Sur, Burundi, Albania o Kosovo, entre otros. Por ello, el presidente de Sant’Egidio, Marco Impagliazzo, ha saludado los visados humanitarios como otro acuerdo de paz, ya que “permitirán salvar muchas vidas”. El comisario de la Unión Europa para las migraciones, el griego Dimitris Avramopoulos, que ha apoyado esta idea de corredores humanitarios como “un modelo de acogida para Europa”, se reunió recientemente con el propio Impagliazzo. El eurocomisario le dijo a él y a otros representantes de esta comunidad internacional de laicos reconocida por el Vaticano: “Vuestro trabajo es muy valioso porque llega allí donde no llegan las instituciones y puede movilizar a la sociedad civil”.
Son las mismas palabras que se podrían dedicar a Médicos sin Fronteras, a la Cruz Roja, a Proactiva Open Arms... O también a Save the Children, que denuncia el drama que la guerra supone para los niños: sólo a Italia han llegado ya 11.000 menores sin sus padres. Esta oenegé critica los debates comunitarios sobre la conveniencia de restringir la libre circulación en la Unión Europea y las propuestas para reforzar y blindar las fronteras. Limitar el acceso a quienes están “a las puertas de la UE, cuando son demandantes de protección, atenta contra el Derecho internacional”, dice Save the Children, que elogia medidas como las impulsadas por Sant Egidi y el ofrecimiento de “vías seguras y legales” para solicitar asilo en terceros países.
Los visados humanitarios no tendrán coste alguno para las arcas del Estado italiano. Los vuelos en avión serán financiados con las donaciones que reciban Sant’Egidi y la Federación de Iglesias Evangélicas de Italia, que también ha impulsado el proyecto. Los refugiados viajarán ya identificados y una vez en tierra podrán iniciar los trámites para la solicitud de asilo. Ello es una garantía de seguridad y debería tranquilizar a personas como el arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, que dijo que los sirios eran “un caballo de Troya” y dio a entender que no todos eran “trigo limpio”. Unas palabras, por cierto, muy alejadas de las del papa Francisco, que no pudo más ante el enésimo naufragio en las costas de Lampedusa y gritó su ya histórico: “¡Es una vergüenza!