Eran días claros los del inicio de octubre en Barcelona; días de sol, que presagiaban un buen encuentro. Y el Encuentro Internacional por la Paz, entre los días 3 y 5, que como es tradición auspició la Comunidad de Sant' Egidio, fue reflejo del clima de entendimiento y fraternidad.
En el majestuoso edificio que es el Palau de la Música Catalana, a donde llegué minutos antes de que comenzara el evento, todo era orden y atención esmerada. Líderes religiosos, jefes de Estado, activistas políticos e intelectuales, se reunían para hablar de paz, para orar por ella, sin esquemas ni imposiciones, a la escucha respetuosa del otro.
Allí, desde la sala de prensa, pude atender al mensaje que Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de Sant' Egidio, hizo llegar a los participantes, con una gran certeza: “El nombre de Dios nunca puede justificar el odio y la violencia; solo la paz es santa, y no la guerra”. También escuché al presidente de Chipre, Dimitris Cristofias, subrayar el deber de construir un futuro pacífico y un país reunificado para las generaciones futuras, en una tierra que acoja a grecochipriotas, turcochipriotas, maronitas, armenios y latinos. Y observé a dos representantes de los gobiernos palestino e israelí ofrecerse la diestra en señal de amistad, y expresar su esperanza de que se llegará a la paz “no a través de la fuerza militar, sino por la de la fe, por la fuerza de la razón, que nos da la esperanza de estabilidad para todos”. Palabras positivas, signos de aliento, que por desgracia a veces tardan en traducirse en realidades.
Un sacerdote catalán al que acabo de conocer, el padre Frederic Comalat, miembro de la Comunidad, se enteró de mi presencia allí e intentó contactarme, pero al día siguiente de la inauguración debí partir hacia Cartagena. El encuentro fue finalmente posible días atrás, en nuestra capital, exactamente en la iglesia del Santo Ángel Custodio, en La Habana Vieja, donde el padre Frederic es párroco. Conversamos sobre aquellos días de armonía en la capital catalana, que ojalá perduraran en el mundo…
Palabra Nueva: Padre, ¿cómo definiría el “espíritu de Asís”?
Padre Frederich Comalat: El espíritu de Asís nació en 1986, cuando el Papa Juan Pablo II llamó a todos los grandes lideres religiosos mundiales a tener una jornada de oración en Asís, la ciudad de san Francisco, con un gesto muy simple: estar uno al lado del otro, no más los unos contra los otros, para invocar a Dios, cada uno según su tradición religiosa, y pedirle el gran don de la paz, el más grande que puede conceder Dios al mundo. Todos en la misma ciudad, y todos juntos en una ceremonia final. Fue un encuentro muy innovador, y uno de los grandes signos de los tiempos del siglo anterior.
Así, desde 1987, la Comunidad de Sant' Egidio siguió convocando a estos líderes de todas las confesiones cristianas, musulmanes, budistas, hinduistas, y muchos más, así como a hombres y mujeres no creyentes, pero que valoran la paz como un gran don.
Para el encuentro de 1986 se le había pedido a la Comunidad de Roma, que ya existía desde 1968, ayuda para que acogiera a los huéspedes musulmanes. El fundador, Andrea Ricardi, participó activamente en ese encuentro y sintió que ese momento no debía quedar como algo de un día, sino que creciera en un mundo que necesita diálogo y comprensión, y que muchas personas diferentes nos encontráramos para fraternizar y orar por la paz.
La Comunidad, entonces, recogió el manto que había echado Juan Pablo II, como Eliseo recogió el de Elías, y hasta el último encuentro ha ido renovando ese espíritu.
PN: Los católicos tenemos el signo de la unidad, pero en el islam, por ejemplo, hay diversas variantes, y un imán y un ayatollah pueden diferir en su doctrina. Lo mismo ocurre a veces entre las iglesias protestantes. ¿Cómo tener certeza de que el espíritu de Asís cale en la gran diversidad del mundo extracatólico?
PFC: Primeramente, creo que ver esto es ya un gran paso adelante. pues muchas veces se simplifica todo y se ve al islam como un bloque que piensa todo igual, lo que, como usted decía, no es verdad. El islam ofrece un panorama muy complejo, que va desde Indonesia al mundo árabe.
Muchas personalidades musulmanas, como el rector de la Universidad de Al Azhar, en Egipto, han participado de varios de estos encuentros. Por lo tanto, en el islam se trata de individuar a estas personalidades. No todo es fundamentalismo, integrismo. Hay personas dentro del Islam que son verdaderamente creyentes, que se han unido a este espíritu y viven el deseo de encontrarse con los demás y de ver que el mismo islam busca en el fondo la paz.
Claro, es difícil que el espíritu de Asís cale en un mundo religioso con tantas corrientes fundamentalistas, pero es importante que se vaya difundiendo, que haya líderes religiosos que participen de él, y que después les hablen a sus fieles. Así se benefician muchos.
PN: Tras el encuentro anterior, sucedieron los atentados de Nueva York, y el mundo se vio abocado a una década de violencia. ¿No corren el riesgo de ser desoídos los participantes de un encuentro como este? ¿Qué posibilidades de influencia real tiene este tipo de eventos para promover la paz en el mundo?
PFC: Creo que el encuentro en 2001 fue del 2 al 4 septiembre, y justo una semana después ocurrieron los atentados. Hubo años en los que el diálogo fue muy difícil. Incluso mucha gente nos decía: Dialogar es una gran ingenuidad, es mostrar tu punto débil.
Pero creo que la primera década del siglo XXI nos demuestra exactamente lo contrario: que el camino nunca puede ser responder a la violencia con la violencia, que es lo que ha pasado en Iraq y Afganistán, y hoy vemos los resultados negativos que ha traído esto. En estos diez años se ha experimentado un retroceso del diálogo, y muchas personas perdieron la vida.
El diálogo es un camino difícil, en el que hay que trabajar mucho, pero es la única vía posible, y por eso hay más motivo para que no cese el espíritu de Asís. Incluso los participantes del encuentro han aumentado, y una gran cantidad de peregrinos quieren asistir, con lo cual se ha creado no solo un diálogo oficial, sino un ambiente de amistad, un clima familiar, entre personas muy distintas.
Por otra parte, visto el suceso de la unidad europea después de 1989, el Papa Juan Pablo II nos dijo una vez: “No hemos rezado en vano en Asís”. La fuerza de la oración es muy concreta. A veces pensamos que orar es algo que se queda en las nubes, y yo creo que la fuerza de la oración es muy concreta. Cuando tantos hombres se encuentran juntos para orar por la paz, tiene que tener fruto. Es clamar a Dios para pedirle el bien más grande que puede conocer el mundo.
PN: Una personalidad de Guinea Conakry habló en Barcelona de la necesidad de acortar la brecha entre países ricos y pobres. ¿Nota la Comunidad que ese abismo se haya reducido, o que hay más gestos concretos?
PFC: Actualmente, creo que en Europa hay una crisis que viene de lejos, en el sentido de la cooperación oficial con el Tercer Mundo. Con la crisis económica, y en un contexto político donde los balances económicos lo determinan todo, notamos una vergonzosa reducción. Basta mirar a Haití y a varios países africanos, cuando para un país europeo sería un gesto bien pequeño hacerle la vida mejor a mucha gente.
Europa tiene que volver a encontrar su misión en el mundo. Hubo años en que los europeos fueron los dueños del mundo, porque se lo dividían entre ellos, pero actualmente Europa está saliendo de la escena mundial. Se puede transformar en una isla de riqueza y bienestar que vive sola para sí misma. Falta despertar un poco. Tras un siglo XX en que dos guerras europeas se volvieron conflictos mundiales, creo que ahora que Europa goza de paz desde hace más de 60 años –con excepción del drama de los Balcanes en los años 90–, tendría que intentar exportarla.
Ahí entra también el discurso de que Europa se tiene que unir a África. Geográfica, históricamente, se podría hablar de un continente eurafricano. Nos preocupa que en estos últimos cuatro años de crisis económica la ayuda a esa región ha descendido mucho.
La Comunidad, por su parte, trabaja en los países africanos con jóvenes que viven este carisma de oración, encuentro y servicio a los pobres, y esto lo adaptan y lo integran en la actualidad de cada país. En Guinea Conakry, por ejemplo, se trabaja mucho en las cárceles, se educa a los niños, se visita a los ancianos y enfermos, y esa es una manera de amar a ese país para cambiarlo. Pero, ya que hablamos de Europa, hace falta un cambio, volver a descubrir una misión en el mundo, pero una misión digamos “simpática”, sin intentar oprimir ni colonizar. Es un continente con una gran herencia, que tendría que transmitir a los demás, particularmente a los más pobres.
PN: Fue también “simpático” el diálogo entre los representantes de los gobiernos israelí y palestino. Me pareció muy ingenioso, pero la historia del conflicto nos ha desengañado. ¿Cómo se puede implicar la Comunidad en potenciar un diálogo con resultados?
PFC: Creo que los conflictos, mientras más pasa el tiempo, cogen gangrena. Empeoran. Y este tiene más de 60 años. ¿Cómo implicarse en una solución? Primero hay que decir que la acción “diplomática” de la Comunidad, de trabajar por la paz en varios países, vino justamente por el carisma que tuvo y tiene la Comunidad para trabajar con los más pobres de la periferia de Roma.
Eso la ayudó a ver la periferia del mundo, que es África, pero en todos los conflictos, africanos o no, la Comunidad ha intervenido cuando se le ha pedido. Nosotros no vamos a buscar ni proponemos. Con los años, por el éxito que tuvieron las negociaciones de Mozambique, que no fueron fáciles (Sant' Egidio se implicó activamente en la búsqueda de la paz, que llegó dos años después, en 1992), y como no ha habido ninguna otra víctima, tras el millón y medio de víctimas que hubo durante el conflicto; por ese éxito, muchísima gente llama a la puerta de la Comunidad. Días atrás, por ejemplo, se hicieron unas negociaciones para una transición pacífica en Níger.
En el caso del diferendo entre palestinos e israelíes, ojalá se pudiera llegar a un acuerdo, pero es muy complejo. En la conciencia misma de estos pueblos hay desconfianza hacia cualquier iniciativa que se haga. Creo que si se le pidiera a la Comunidad, trabajaría por ello.
PN: ¿Cómo vivió el Encuentro?
PFC: Muy contento, porque yo soy de Barcelona, y era la segunda vez que esta ciudad acogía el encuentro. El cardenal Sistach es gran amigo de la Comunidad y un enamorado de este espíritu de amistad. A mí me sorprendió que la gente no solo se encontraba en los momentos oficiales, sino que en los almuerzos y comidas coincidían todos juntos. Y cuando invitas a alguien a tu mesa lo consideras amigo.
La gente de la ciudad participó mucho. El espíritu de Asís fue a la calle, no quedó como algo entre líderes y expertos. Los cristianos se encontraron en la eucaristía celebrada por el Cardenal, un suceso ecuménico, pues participaron además ortodoxos y protestantes, en Santa María del Mar. Hubo conferencias en parroquias de la periferia, de manera que la mayor cantidad de personas pudieran participar, y creo que lo más bonito fue el clima sereno y amistoso desde el primer momento hasta el final.
PN: Finalmente, ¿cómo se traduce el espíritu de Asís el contexto cubano?
PFC: Aquí tenemos muy buenas relaciones con otras iglesias cristianas, con la Iglesia Ortodoxa … Por ejemplo, el 25 de diciembre la Comunidad organiza un gran almuerzo para las personas que necesitan ese día estar en familia, y es bello que, en la preparación, la Iglesia Presbiteriana envía como treinta personas. Vemos que haciendo algo para los más necesitados, trabajamos juntos.
Además, durante el año tenemos algún encuentro en común, para vivir esta simpatía. Todos leemos el mismo Evangelio, y eso nos tiene que llevar a sentirnos una misma familia.
La Comunidad intenta dar su testimonio viviendo el Evangelio de manera auténtica, y eso es algo que a la gente le gusta y le atrae. Intentamos vivir lo que creemos en la eucaristía. Leyendo el Evangelio nos damos cuenta de que tenemos que ir a buscar al que más nos necesita, porque, en Mateo 25, Jesús dice que “cuando han hecho estas cosas a estos pequeños, a mí me lo hicieron”. Por tanto, Jesús está presente en el rostro del más necesitado. Y es un testimonio que hay que dar.