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Ayuda a la Comunidad

  
21 Octubre 2008

Comunidad de San Egidio - Amigos desde el Evangelio

 
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DESDE 1992, LA COMUNIDAD DE SAN EGIDIO EXISTE EN CUBA. Con más de 500 colaboradores que comparten los mismos ideales y a quienes une el deseo de servir a los más pobres, aquella primera fraternidad de hermanos, integrada entonces por un pequeño número de jóvenes universitarios, se multiplica hoy no solo en La Habana, también en otros territorios del país como Pinar del Río, Cienfuegos, Sancti Spíritus, Holguín, Santiago de Cuba y Trinidad.
 
Cuba engrosa la lista de más de 70 países de cuatro continentes por donde se extiende actualmente la obra de la Comunidad, cuyo origen nos remite a la ciudad de Roma, al año 1968 y a Andrea Riccardi, su fundador, quien con menos de 20 años reunió a un grupo de estudiantes de bachillerato para escuchar y poner en práctica el Evangelio.

Aquellos jóvenes buscaban una vida más auténtica y como puntos iniciales de referencia tomaron a la primera comunidad cristiana de los Hechos de los Apóstoles y a san Francisco de Asís. Un gran deseo, de esos que mueven montañas, les inspiraba a convertirse en verdaderos discípulos de Jesús; querían dejar de vivir solo para ellos y comenzar, con libertad, a ser instrumentos de un amor más grande para todos, en especial para los más pobres. En tres grandes obras se resume la esencia de la Comunidad: la oración, la comunicación del Evangelio rel servicio a los más pobres, vivido como una amistad.



Hoy, en el mundo, más de 50 mil personas son miembros de la Comunidad de San Egidio. Al igual que en diversos países, en Cuba resulta significativo el número de colaboradores que de forma estable apoyan o se involucran en sus servicios, los que se corresponden con las características y necesidades de cada zona.

ESCUELA DE LA PAZ

Dos momentos importantes marcan la historia de la fraternidad en la Isla. El primero de ellos se extiende desde el 21 de junio de 1992 — fecha de su surgimiento entre los cubanos—, hasta la visita a Cuba del Papa Juan Pablo II, en enero de 1998. Uno de sus fundadores, el entonces estudiante de Medicina Rolando Garrido, recuerda aquellos años en que un pequeño grupo de jóvenes universitarios se reunían a puertas cerradas para rezar la oración comunitaria. Poco después iniciaban un servicio más concreto de ayuda a los pobres, la primera Escuela de la Paz, que tendría como principales beneficiarios a los niños del barrio La Colonia, en Regla.

Sin la intención de impartir catecismo, el grupo iba hasta Regla para ayudar a los pequeños más desfavorecidos en sus deberes escolares. A través de juegos, cantos y sobre todo la amistad, llegaban a sus vidas e intentaban a la vez estar cerca también de la familia. Buscaban a los niños en sus casas, adonde también los dejaban al concluir el encuentro del día. A medida que hacían, aprendían... La cercanía espiritual y física de comunidades más ancianas, como la de Roma, les imprimía impulso.

Después de la visita del Papa Juan Pablo II, la oración comunitaria fue a puertas abiertas porque cada vez se sumaban más personas. Ante la nueva realidad, crecía también el compromiso de los miembros, a quienes no pudieron frenar ni hm' itar las dificultades sociales y económicas del país, ante las cuales se sobrepusieron, aun cuando la mayoría estudiaba o trabajaba. El cómo —a la distancia de los años— lo advierte el hoy doctor Rolando Garrido, quien es además el responsable de la Comunidad en Cuba y miembro del consejo de asesores del presidente a nivel internacional: "Desde entonces hacíamos la oración comunitaria en nuestra sede, el convento de San Francisco de Asís, tres veces a la semana. Y como sigue ocurriendo, la mayoría de los miembros se movía por sus prnnios medios. Somos laicos sin consagrar, personas al fin que por tiempos o momentos estamos más cerca del Señor, otros más alejados, pero siempre nos acompaña este adagio: 'ama más y serás más feliz'. Si LO estás Muy concentrado en ti mismo no podrás ver quién está al lado tuyo. Somos cristianos y debemos crecer en esta lógica.. .La Dración nos fortalece, nos farbiliariza más con Jesús y eleva a Dios las necesidades Je cada uno de nosotros y Je los más pobres."

A ciencia cierta, es este ilto nivel de compromiso ma de las razones por la que lan logrado mantener adenás la Escuela de la Paz. Un ;ervicio vivido desde la ¡mistad y que no se reduce al ámbito o al tiempo del encuentro, llega a la escuela ya la familia del pequeño. En este espacio de comprensión y ayuda tienen cabida, sin diferencia alguna, los niños cristianos, los hijos de padres comunistas, de Testigos de Jehová o ateos... Esta iniciativa se mantiene y se extiende a otros lugares de la ciudad y a otras diócesis del país. Uno de los frutos más lindos y que constituye un modelo para el resto de las comunidades en el mundo, es la incorporación a San Egidio de algunos adolescentes que han salido de la Escuela de la Paz y que deciden continuar en ellas, no como alumnos, sino como colaboradores o miembros de la fraternidad. Obsuliman Leiva González era un niño de 12 años cuando comenzó en la Escuela de la Paz.

Tiene ahora 23. Nació y se crió en el barrio La Colonia. "Este es un barrio conflictivo, marginal, es el más peligroso de Regla. Es muy violento y las viviendas están en pésimo estado constructivo. A través de un primo mío conocí a los miembros de la Comunidad. Eran muy jóvenes. Desde el comienzo me atrajo mucho lo que hacían. Fui con mi primo a la escuelita y me incorporé. Allí me encontré con personas que nos apoyaban en los problemas que tuviéramos, nos brindaban amistad, nos enseñaban muchos valores como la solidaridad, la amistad y la paz. En estos barrios siempre se respira un clima de violencia. Una gota de agua desencadena un aguacero de problemas. Y aquellos jóvenes, solo unos años mayor que yo, nos ayudaban a enfrentar y controlar estos conflictos. Los que nos criamos dentro de la Escuela de la Paz, quienes participamos de ellas, fuimos, a partir de esa experiencia, personas totalmente diferentes. Para mí, la vida cambió. Si no llega a ser por este grupo, muchos de nosotros estuviéramos presos, en escuelas de reeducación o metidos en religiones como la Abakuá, que en Regla es bien fuerte.

"Cuando pequeño era muy introvertido, al entrar en la adolescencia me volví violento, por todo me encolerizaba. Desde que empecé a ir a la escuelita me enseñaron a compartir, a cambiar mi carácter. Era un momento triste de mi vida porque mis padres se estaban separando y pude sobrellevarlo gracias al apoyo que me dieron mis nuevos amigos.

"En la casa aplicaba todo lo que me enseñaban y ayudaba a mi hermana que, aunque nunca se incorporó, le gustaba escuchar mis anécdotas. Hoy formo parte de la Escuela de la Paz y mi hermana tiene una vida normal, nada violenta. Para mí, fue y es una tremenda experiencia que me ayudó a cambiar mi destino. También los amigos de la escuela trabajan con los padres, les dan consejos, conversan con ellos, siempre precisando en los problemas del pequeño.

"Lo mismo que hicieron conmigo lo hago ahora con otros niños de La Colonia, soy miembro de la Comunidad y estoy trabajando con ellos para brindarle apoyo. Ellos están muy afectados por la violencia familiar. Los padres a veces se violentan con los niños y ahí es cuando entramos nosotros para proponer, nunca imponer, les insistimos a los padres para que traten mejor a sus hijos y vean las cosas desde un punto de vista diferente. Otros niños no son escuchados por ningún miembro de la familia y se abren con nosotros para que les ayudemos.

"En Regla nos reunimos los sábados y los viernes durante más de una hora. No limitamos la entrada, aceptamos a todo el que quiera incorporarse. En la mayoría de los casos, son los padres quienes vienen a hablar con nosotros para incluir a sus hijos en la Escuela de la Paz. Descubren la actitud nuestra hacia los niños y hacia ellos también, y se percatan de que no es nuestra intención" irnos por encima de su autoridad. Esto es importante, porque ven que queremos al niño y también les queremos a ellos, y que no son nuestros enemigos, son nuestros amigos. Esto nos abre las puertas para poder hacer. En estos momentos, el número de participantes oscila entre 25 y 30 niños que van desde preescolar, primero, segundo, tercero... y hasta secundaria." Gerardo Díaz Laguardia se incorporó a la Comunidad un años después de su surgimiento en Cuba. Fue uno de los jóvenes que colaboró desde bien temprano con la Escuela de la Paz en Regla. Allí conoció a Obsuliman y desde entonces se ha mantenido muy cerca de él. Es su padrino. Aunque su familia siempre ha profesado la santería, Obsuliman confiesa abrazar la fe en Cristo desde que llegó a la Comunidad a través de la escuelita y es lo que quisiera para sus descendientes y todos los niños de La Colonia. Tuvo varios intentos de dejar los estudios y gracias a Gerardo no lo hizo. Hoy es técnico de Laboratorio, está haciendo la licenciatura y trabaja en el policlínico de Regla.

Más que la labor de un grupo de cristianos que quieren sentirse buenos, la presencia de la Comunidad en Regla ya es familiar en buena parte del municipio. "De hecho —afirma Gerardo— en el barrio donde estamos desarrollando la Escuela de la Paz, tenemos una oración cada guinde días, y además la Escuela del Evangelio, que se realiza con los adultos y a la que se han incorporado diez padres. Es como una pequeña semilla que se ha plantado
para que germine, una especie de catequesis para que de una manera directa puedan participar de la fe en Cristo.

"Durante el verano los niños pasan unos días con nosotros, ya sea en la playa u otro lugar. Se trata de una convivencia que llamamos La Colonia. Los padres no van, pero nos confían a sus hijos. Además, ellos se dan cuenta de que los niños mejoran en la escuela. Nuestra relación con ellos no se limita a ayudarles a superar sus dificultades en el aprendizaje, también vamos a sus escuelas, hablamos con sus maestros, hemos sido el puente entre la escuela y la familia, todo para lograr que el niño tenga un mejor rendimiento académico. Se ven los resultados. Con el tiempo, esta relación que al principio se limitaba a una o dos visitas semanales, se ha hecho más de familia, hemos celebrado las fiestas de quince de las niñas, hemos hecho incluso serenatas... Para mí, ir a La Colonia, es como visitar la casa de mis parientes más allegados."

SERVICIO A LOS ANCIANOS

La atención a las personas de la tercera edad que viven en algunos asilos estatales es otro de los servicios que brinda la Comunidad en Cuba. A ellos se acercaron para iniciar una relación de amistad que se sustenta en descubrir al hermano tras ese rostro arrugado y esa mirada triste que sin esfuerzo alguno refleja la experiencia de una vida. En un primer momento, se aproximaron a algunos de ellos que vivían solos en La Habana Vieja. Siguiendo la amistad con una anciana que se quedó sin casa y se asiló en un hogar del Estado, la Comunidad pudo conocer sobre la realidad de los abuelos en estas instituciones. Ahí se inició el servicio.

"Nuestra intención — precisa el doctor Rolando Garrido — es mantener una relación de amistad con ellos, estar cerca, acompañarlos. Nosotros, por ejemplo, hacemos la oración del asilo todas las semanas, hacemos también la oración de la comunidad dentro de estas instituciones todas las semanas, y aquí celebramos misa una vez al mes. A muchos de ellos les hemos devuelto el gran regalo de vivir una vida cristiana activa, pues a través de la oración comunitaria dentro del asilo, se sienten que hacen algo concreto por los
demás, por la Escuela de la Paz o por las personas que viven en la calle."

La presencia de la Comunidad en estas instituciones humaniza al anciano y a quien trabaja con él. Cuando están en un hospital tampoco se les olvida y todas las noches les acompaña un amigo de la Comunidad. Sentir esa compañía es un motivo de felicidad para estas personas.

"Una lucha que hemos tenido con el anciano y con la misma institución —dice el doctor Garrido— es que se les recuerde a la hora de la muerte. En los asilos estatales cuando un anciano muere enseguida lo entierran, y nosotros insistimos en velarlos aun cuando no tengan familia, orar por ellos, celebrarles una misa. Para ellos es importante saber que si mueren no irán directo al cementerio... Son quizás gequeños detalles, pero que dan mucha dignidad y hacen la vida mucho más hurna• na. Es para ellos una demostración de que se les recordará; que no pasaron por la vida sin que nadie notara su presencia.

"Para muchos de ellos, estar en un asilo es estar olvidados por todos. Una situación que pasa en el resto del mundo y que responde a la dictadura del materialismo: solo sirve lo que produce. Y el anciano tiene una fuerza extraordinaria de sabiduría, de oración. Ser anciano es una gracia, un don, una etapa que hay que vivirla con dignidad. Cuando se saca a un anciano de su casa lo desprendes también de su historia."
En varios asilos de la capital se desarrolla este servicio que ha implicado además la reparación de baños y salas. La cena de Noche Buena junto a los amigos de San Egidio es un encuentro qúe esperan ansiosos cada diciembre. Hasta la fecha, la Comunidad no ha tenido dificultad para relacionarse con la dirección de las instituciones, pues tanto dirigentes como trabajadores han comprendido que su objetivo es acercarse a la vida de los ancianos, acompañarles y seguirles hasta el momento de su muerte.

AMIGOS DE LA CALLE

Como desprendimiento natural de su auténtico pilar y compromiso cotidiano del servicio a los más pobres, la Comunidad en Cuba llega a las personas que deambulan en las calles; justo en esos rostros dolidos, en esas caras no agradables —como afirmaba recientemente el cardenal Jaime Ortega Alamino, arzobispo de La Habana— encuentran al Señor.

Desde 1983, la Comunidad celebra un gran almuerzo el 25 de Diciembre e invita a los más pobres. En el año 2000, los miembros de la fraternidad en Cuba se propusieron hacer algo similar. Pero era necesario acercarse a una realidad un tanto desconocida: la vida de los deambulantes. Comenzaron por visitar las zonas que creían más frecuentadas por ellos, como las terminales de trenes y de ómnibus, parques, portales... Hasta estos sitios llegaron para compartir juntos una cena improvisada.

"Ahí nos sentábamos —relata Rolando Garrido— 4 ó 5 de nosotros para compartir con él o ella esta fecha. Poco a poco esta relación de amistad creció. El grupo de la Comunidad que hoy les atiende, prepara una merienda y va a estos lugares una vez a la semana. Hay un encuentro, el 25 de Diciembre, en el que celebramós una gran cena con los más pobres. Para nosotros ha sido una gran experiencia, pues alrededor de estas personas que viven en las calles existen muchos prejuicios. Se dice que son alcohólicos, gentes con desajustes en su conducta, retrasados mentales... Sin embargo, al conocer su vida y su historia hemos comprendido mejor esta realidad, que muchas veces es consecuencia de errores muy personales, pero otras tantas, secuela de incomprensiones familiares o sociales. Hemos conocido gente que vive por las calles y son profesionales. Tuvimos la experiencia de compartir con un señor a quien acompañamos en el hospital hasta el momento de su muerte. Él era profesor particular de Inglés y Francés. También conocemos a jóvenes que vienen de Oriente, trabajan durante el día en la construcción y por la noche no tienen donde descansar y duermen en la Terminal."

Es esa relación de amistad la que permite conocerlos mejor, esclareciéndoles que el respeto debe mediar en toda comunicación. No es solo exigir ayuda, sino saber retribuir como buenos amigos.

"No es solo dar porque Jesús me lo pide y con esto me siento feliz — precisa Gerardo Díaz —, es que tú también adquieres un compromiso, el compromiso de respetar y considerar esta relación. Claro, al final, al detenerte en la vida de esta gente, comprendes mejor su situación y hasta sus errores. Yo digo que esta realidad te suaviza el corazón, lo hace más sensible."

En los finales de 2005, José Raúl Rodríguez conoció a los amigos de San Egidio. Estaba enfermo cuando tuvo la posibilidad de encontrarse con el doctor Rolando Garrido. Conversaron e iniciaron una buena relación. Luego ingresó en un hospital y lo operaron. Habanero legítimo, tiene 57 años, es ingeniero en Telecomunicaciones y vive en la calle.

"Después que mi madre murió tuve una desestabilización depresiva muy fuerte y caí en el alcoholismo. Era director del Centro Internacional de llamadas, pero la bebida me llevó a perder trabajo y matrimonio. Tengo dos hijos que están actualmente en Estados Unidos, pero nunca se acordaron de mí. Vendí mi apartamento y me bebí todo el dinero, me bebí mi casa. A partir de ahí, mi hogar fue la calle. Con el tiempo conocí a una familia que tenía a un ser querido ingresado y yo lo cuidé hasta que murió, así podía comer Y dormir en el hospital. Comencé a tener relaciones con una mujer y me fui a vivir con ella a Alamar, pero no funcionó y nos separamos. De nuevo para la calle.

"Estuve preso, no por robar, porque mis manos no se hicieron para eso, el motivo fue otro... Los años en la calle me han convertido en un hombre un poco violento, respondo con la misma violencia que me tratan los demás, y eso no es bueno, lo sé. Siempre he tratado de subsistir con mis propios medios, ahora recojo latas y botellas. Cuando podemos comemos.

"Trato de bañarme todos los días. Junto con otros que también viven en la calle, me voy para una presa, que tiene un agua dulce y transparente, ahí me baño y lavo la ropa. Cuando no puedo ir hasta allá porque está .un poco lejos, me voy al Malecón. El agua salada no es muy recomendable, si se te seca en la piel puede quemarte, también da un olor que no es agradable. Otra opción es llenar siete u ocho pomos de agua y en cualquier esquina echártelos encima y seguir andando.

"Sí, bebo todavía. No siempre, sino cuando se puede. No busco enajenarme, lo hago para no pensar. Quisiera cambiar de vida y le he orado mucho al Señor para eso, pienso que podré...

"Aunque soy mucho mayor que ellos, para mí Innaris y Gerardo son mi mamá y mi papá. Cuando tengo cualquier problema o preocupación voy donde están ellos en el Convento de Belén* y siempre me ayudan. Pero no solo ellos, la Comunidad en general hace mucho por nosotros. Todos los años., reúnen a las personas que viven en las calles, los bañan, los afeitan, le dan aseo, ropa, y el día 25 de Diciembre hacen una gran cena y después un espectáculo artístico. Siempre nos ofrecen un regalo, así, año tras año... Pero nada de esto sustituye su apoyo espiritual, su deseo de acompañarnos, de escucharnos, de ofrecernos una mano en el momento justo en el que más necesitamos de ellos."

Roberto es otro de los amigos de la calle. Un disgusto matrimonial lo condujo a esta vida.

"Llevo tres y años y medio en la calle. Soy jubilado. No tengo vicio alguno, pero no me gusta depender de nadie. Me place tener lo mío y que nadie me lo regale. Llegué a La Habana por asuntos de trabajo hace 13 años, aquí me casé y luego, por desavenencias, me separé. Trabajé durante 33 años. De un matrimonio anterior, tengo dos hijos, con los que mantengo buenas relaciones, pero no he querido que conozcan mi situación, tampoco lo sabe el resto de mi familia.

"Vivo de mi jubilación y en ocasiones ayudo a mi hermano que es parqueador y así gano algún dinero diario. Duermo en la Terminal de trenes y me las agencio para bañarme todos los días. Esta vida es difícil, muy dificil para mi. Pero no le pido ayuda a mi familia por nada del mundo; ellos ni siquiera se imaginan esto.

"A los hermanos de la Comunidad los conocí por una magnífica actividad a la que me invitaron hace un tiempo, desde que les vi me parecieron personas muy atentas, más dispuestas a ayudar que a cuestionar nuestras vidas. La relación con ellos se ha vuelto más de familia que de amigos, pienso, en un futuro no muy lejano, convertirme al catolicismo. Es un gran cambio en mi vida, pero sé que merece la pena dar este paso.Tengo fe y confianza. Algún día tendré que dejar la calle. Es un medio hostil, que poco a poco destruye el cuerpo y endurece el alma. Es una lucha diaria por sobrevivir, te encuentras luchando constantemente con el clima, el frío, el calor, enfrentándote a la burla o el desprecio de las personas. Ahora busco la manera de resolver una vivienda, pero es dificil, extremadamente dificil."

Si algo caracteriza e identifica todo servicio de amistad con Dios es estar con los pobres, con los hermanos más pequeños, sin excepción. Para el doctor Rolando Garrido. para Gerardo y su esposa Innaris, también para Obsuliman y todos los hermanos de la Comunidad de San Egidio en Cuba no existen recetas que contengan la fórmula perfecta ni los pasos exactos... Coinciden en que hay que amar al mundo, amar a la gente, vivir la amistad como un valor fundamental que nace del Evangelio, y no como cada cual cree que es, sino como Jesús enseña.
 


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