Cardenal, presidente del Pontificio Consejo para la Justicia y la Paz, Santa Sede
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Esta maravillosa reunión de pueblos de distintas razas y de distintas religiones convocada aquí en Barcelona los pasados días es realmente una celebración de la fraternidad (hermandad) de la familia humana; y es un recordatorio providencial de la unicidad de la familia humana en su origen, en su carácter y en su incansable búsqueda por la profundidad divina en la vida y en el mundo, a pesar de la diversidad de formas en la que se manifiesta esta búsqueda. La variedad de las razas, culturas y las religiones, la difusión geográfica por la faz de la tierra y los avances tecnológicos a menudo impiden percibir la unicidad de la familia humana. Está escondida y tiende a pasar desapercibida en el comportamiento habitual y en la vida de la gente. Estos y otros muchos variados factores, que deberían enriquecer nuestra visión de la presencia de la unidad de nuestra familia humana en su diversidad de formas y de expresiones, por el contrario nublan nuestra visión de la hermandad de la familia humana y de su fundamental unidad; y ello subraya el gran valor y el gran significado de las celebraciones, como esta, que permiten recordarnos a todos nosotros nuestra unidad, nuestra fraternidad y nuestra común pertenencia. Es una verdad sobre la familia humana que celebramos estos días aquí.
La verdad de nuestra existencia, como nos recuerda el Papa Benedicto XVI, es al mismo tiempo una verdad de la razón y una verdad de la fe. Así pues, antropólogos, sociólogos y muchos otros estudiosos de las ciencias sociales han afirmado la unidad y la fraternidad de la familia humana. Es una verdad de la razón, arraigada en nuestro origen y nuestro carácter comunes. Pero también es una verdad de la fe, arraigada en nuestra filiación común en y mediante Jesús, con una vocación a una vida de comunión con Dios.
San Pablo, remontándose a la narración de la creación del hombre del Génesis, afirmó la unidad de la familia humana en su predicación en el Aerópago: Dios creó, de un solo principio, todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra. Y cuando el comportamiento pecaminoso del hombre destruye, este atributo y este carácter básico de la familia humana, Pablo y las Escrituras del Nuevo Testamento atribuyen su restauración al Mesías, el Hijo de Dios, como un atributo de la salvación de la humanidad.
Así pues, la decisión y la misión de los apóstoles de Jesucristo de predicar el Evangelio para traer la salvación a la humanidad incluye la re-composición de la unidad de la familia humana. Presentada bajo distintos simbolismos, como las ovejas que están fuera y deben ser conducidas al redil para que haya un solo redil, y como aquellos que creerán en Jesús a través de la predicación de los Apóstoles, para que la humanidad sea una en Jesús y en el Padre, la salvación, el ministerio de Jesús y la misión de Jesús en la tierra significa la re-composición de la unidad de la familia humana.
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