Kampani village está en la periferia de Minna, la capital seca y polvorienta del estado de Níger, en Nigeria. Detrás del leprosario, donde los pacientes que han contraído la enfermedad son tratados, existe un pequeño pueblo, donde algunas personas, que habían estado enfermas, continúan viviendo su vejez. Su cuerpo mutilado y el estigma han hecho que para ellos sea imposible volver a casa y a una vida normal.
Iohanna está sentado delante de la puerta de su pobre casa y saluda desde lejos con la mano cuando ve llegar a sus jóvenes amigos de Sant’Egidio. Su cuerpo lleva los signos de la lepra, que le impiden caminar. A pesar de eso, es alegre y habla mucho, en su lengua madre, el hausa. Hace algún tiempo las lluvias intensas destruyeron una vieja casa abandonada delante de su casa. El desplome por la noche hizo un gran ruido. Ahora Iohanna está preocupado por su casa, porque también sus muros muestran grietas peligrosas.
Iohanna es uno de los ancianos que, desde hace algunos meses, han encontrado en los jóvenes de la Comunidad de Sant’Egidio de Minna a amigos fieles, que van a visitarlo cada semana. Para mostrar su agradecimiento, Iohanna un día invitó a comer pollo –un verdadero banquete– a sus amigos más jóvenes. Una medalla de San Damián de Molokai, el santo de los leprosos que fue canonizado recientemente, y que los amigos de Sant’Egidio le regalaron, está guardada con gran esmero en una caja, cerrada con llave.
Bako, un anciano ciego que lleva bastón, explica: "Vine a vivir aquí cuando todavía habían misioneros. Aquella era una buena época. Cuando te dolían las piernas o los brazos, ellos se ocupaban de ti. Gratis. Cuando los misioneros tuvieron que irse, ellos lloraban y yo lloraba. Ahora todo es más difícil. Cuando queremos ir al hospital que hay cerca de aquí, piden dinero. Mi esposa, a quien le falta una pierna, acaba de salir para pedir limosna".
Kampali village es un lugar bastante conocido en Minna y de vez en cuando algunos grupos van a hacer obras de caridad. “Pero con Sant’Egidio es distinto”, explica el jefe del pueblo, un musulmán. “Vosotros no venís sólo para dar algo, sino que gastáis vuestro tiempo con nosotros. Y no venís sólo una vez, sino que volvéis cada vez. Os estamos muy agradecidos por vuestra proximidad y vuestra oración”.
El mejor recuerdo sigue siendo el de la comida de Navidad. Muchas personas participaron en la fiesta, cristianos y musulmanes juntos, sentados en mesas redondas decoradas con muchos colores. “Nunca habíamos vivido una Navidad como esta”. |