La institución en el Reino Unido de un Ministerio de la Soledad (Ministry of Loneliness) –que debe representar una señal de alarma del problema– hace emerger uno de los temas más importantes que Europa debe afrontar pensando en su presente, pero sobre todo en su futuro: el aislamiento social que afecta de manera transversal a jóvenes y a ancianos, hasta el punto de que Londres ha tenido que abordarlo como una enfermedad por los efectos que provoca. No hay más que pensar en las cada vez más habituales formas de depresión o de otras patologías asociadas al fenómeno, algunas de las cuales son comunes pero se ven agravadas por la soledad.
Si en Gran Bretaña se calcula que hay 9 millones de personas que viven «aisladas» y 2 millones que viven «solas» (con 200 mil ancianos que pasan semanas sin ver a nadie), en Italia y en otros países de la Unión Europea, hacen falta más actuaciones de defensa de quien pasa por situaciones de este tipo, empezando por la población anciana, puesto que en nuestro continente el 33% de las familias están formadas por una sola persona y en este grupo los mayores de sesenta y cinco años son alrededor del 40%..
La Comunidad de Sant’Egidio hace un llamamiento para no infravalorar el problema e invita a abordarlo creando redes de protección del fenómeno del aislamiento social. Un estudio realizado recientemente por la Comunidad sobre una muestra de 2412 ancianos de Roma, Novara, Génova, Nápoles y Catania, ha puesto de manifiesto que el 6% de las personas de más de sesenta y cinco años no tiene a nadie en caso de necesidad y el 24% cree que puede contar con alguien solo de manera ocasional. La experiencia del programa “Viva loa ancianos” de Sant'Egidio demuestra que se puede actuar involucrando a varias personas en los barrios donde viven las personas solas, para construir así una red de relaciones con los vecinos, el personal médico y sanitario, las instituciones y los voluntarios. El resultado es la mejora significativa de la calidad de vida para todos. En primera lugar para los ancianos, puesto que con el seguimiento realizado (gracias a visitas, llamadas por teléfono y otras actuaciones de proximidad) además de reducir el índice de institucionalización se han producido efectos positivos en la salud de las personas, como cuando, durante la oleada de calor de 2015, en los barrios del centro de Roma donde está activo «Viva los ancianos» la mortalidad aumentó un 50% menos que en otros barrios limítrofes.
Pero también hay consecuencias positivas para otras generaciones, puesto que la soledad no es exclusiva de la tercera o la cuarta edad, sino que afecta de cerca también a quien tiene muchos menos años. A este respecto es significativo el trabajo del movimiento de los Jóvenes por la Paz de la Comunidad de Sant’Egidio (jóvenes de educación secundaria) que viven y fomentan el contacto directo con los ancianos: una alianza entre generaciones de la que se beneficia toda la sociedad.
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