Cuando muera de frío en la calle o anciano, solo y enfermo. Cuando muera lejos de la tierra que me vio nacer o en la cárcel. Cuando muera, ¿quién se acordará de mí?
Una emotiva misa auspiciada por la comunidad de Sant Egidi o Sant’Egidio respondió a esta pregunta ayer, como cada año desde 1983.
Rafael, Antonio, Enrique, Fernando, Ángel, Paco, Óscar, Leandro, Juan...
El 31 de enero de 1983, Modesta Valenti, de 71 años, falleció en la estación Termini de Roma, tras una agonía de cuatro horas. Ninguna ambulancia la quiso llevar a un hospital porque estaba sucia. Hoy una placa en la estación la recuerda y los vagabondi e giramondo la han santificado . Y no sólo ellos.
Julia, Dolores, Inés, Josefa, Asun, Eva María, Montserrat, Silvia, Pilar...
Sant’Egidio es una comunidad de laicos reconocida por el Vaticano y con presencia en más de 70 países. Una familia numerosa que ha desterrado de su vocabulario palabras como extranjero o inmigrante y que ha hecho de la solidaridad y la ayuda a los más desfavorecidos su razón de ser. “Este es el Evangelio de los pobres: la liberación de los prisioneros, la vista de los ciegos y la libertad de los oprimidos”, se escuchó en la basílica de los santos Just y Pastor, donde se ofició la misa.
Maria, Joan Carles, Gregori, Núria, Àngels, Lluís, Roser, Albert, Josep...
Mercedes, de 70 años, murió el jueves, sola en su casa. Ella es de momento la última integrante que se ha ido de esta gran familia. También su nombre se leyó durante la ceremonia, como el de Rosario, de 51 años, la mujer quemada viva en un cajero automático en el 2005 en Sant Gervasi. O como Samuel, de 45 y natural de Ghana, que sufrió la misma suerte atroz en el 2002 en el Raval, aunque su tragedia tuvo menos eco mediático. Cada vez que se leía un nombre, alguien encendía una vela. El altar se llenó de llamitas y la basílica se quedó pequeña. Faltaron bancos y sillas, a pesar de los espacios adicionales habilitados de forma extraordinaria.
Nelson, Charlie, Rachid, Ibrahima, Olof, Wilder, Dimitri, Alain, Stefan...
Joan escucha el nombre de Hadiyat y se levanta a encender una vela. Hadiyat murió hace diez años. Huyó de la guerra y la represión en Argelia, tras el golpe de Estado contra Ben Bella (1916-2012), el primer presidente de la Argelia democrática e independiente. Malvivía de la venta de ajos a las puertas del mercado de Santa Caterina. Dormía en un zaguán minúsculo, rodeado de basuras hasta que voluntarios de Sant Egidi limpiaron y adecentaron el habitáculo. La comunidad, que también es un poder diplomático en la sombra, trajo en una ocasión a Ben Bella a Barcelona y lo llevaron a Santa Caterina para que conociera a su paisano.
“Cada persona es una historia”, musita Joan mientras contempla el titilar de la vela que ha encendido por Hadiyat, tan feliz aquel día. “Cada mujer y cada hombre es la imagen viva de Dios”, dice el oficiante, mosén Puig.
Vinieron todos: voluntarios que no saben quién ayuda a quién e indigentes, como los que habitualmente piden limosna a la entrada de la basílica. Muchos feligreses durmieron durante años en la calle. Otros aún lo hacen. Nacieron aquí o llegaron en patera o saltando la valla de Melilla, como Asana, que sufrió graves quemaduras intentando encender una fogata en una nave del Poblenou para calentarse.
En total se leyeron más de 200 nombres, una larga lista encabezada por Rafael y Antonio, que murieron de frío en Barcelona el 30 y el 31 de diciembre de 1996.
Nuestra familia. Cuando muramos nos recordará nuestra familia porque no es verdad que estemos solos.
“Dios, guía a los refugiados en el mar”
Sant Egidi calcula que en Barcelona viven en la calle o en chabolas que ni siquiera merecen el nombre de infraviviendas unas 1.600 personas. Ellos fueron los protagonistas de ayer. Como los presos, los enfermos o los hambrientos, los personajes que figuran en un icono traído de Roma y regalado por la casa madre de esta comunidad laica y altruista. Durante la misa, además de a los indigentes que han fallecido en Barcelona, se honraron a los meninos da rua, como los asesinados por los escuadrones de la muerte en Guatemala o los ejecutados por el ejército en Costa de Marfil mientras buscaban comida durante el toque de queda. Los congregados se acordaron de todos ellos y de los sirios que se juegan la vida intentando llegar a Europa. “Peregrinos de la esperanza”, dijo el párroco, Armand Puig, que pidió: “Dios, guía a los refugiados en el mar”. Al término de la misa, que emocionó hasta a los agnósticos, se regalaron flores. Frágiles y bellas, como las vidas recordadas.