Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dice: «Tengo sed.» Había allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca. Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: «Todo está cumplido.» E inclinando la cabeza entregó el espíritu.
(Jn 19,28-30)
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Duccio di Buoninsegna
Crucifixión (particular)
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Jesús tuvo sed, sufrió, fue insultado y abandonado. Él es el mismo Señor del que dice el salmo 50: “Si hambre tuviera, no te lo diría, porque mío es el orbe y cuanto encierra”. Sin embargo, sobre la cruz grita: «Tengo sed». Es la expresión de su rebajamiento hasta tener que pedir de beber para recibir vinagre de una rama de hisopo. Pero, antes de expirar, inclinando la cabeza, dice una palabra que no es la de un vencido. Es una palabra con tintes de realeza: «Todo está cumplido». Ese vencido, sediento y humillado, es el Señor de la historia, el que se ha ofrecido a sí mismo para sus amigos en el mundo. En la confusión de aquella vida y de la gente que está a su alrededor, Jesús sabe que todo se ha cumplido. Todo se ha cumplido: después de estas palabras comienza un tiempo diferente. Es el “después”. “Las cosas de antes ya pasaron”. Es una ejecución capital y una muerte entre millones y millones en la historia. Pero esta condena y este final dan comienzo a una nueva era. Desde las vísceras de la historia, esa semilla caída y macerada sigue dando frutos de vida. Alrededor queda el dolor, la sed, el silencio y la injusticia, pero la tierra de los hombres no ha sido abandonada. La semilla caída en tierra da fruto.
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