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Domingo de Ramos
Memoria de Mar�a de Clop�s, que estaba bajo la cruz del Se�or con las otras mujeres. Oraci�n por todas las mujeres que, en cualquier parte del mundo, con valent�a y en medio de la dificultad, siguen al Se�or.
Recuerdo de Dietrich Bonhoeffer, asesinado por los nazis en el campo de concentraci�n de Flossenb�rg.
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Lectura
del Evangelio
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Gloria a ti, oh Se�or, sea gloria a ti
Ayer he sido sepultado con Cristo,
Hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acu�rdate de m�, Se�or, en Tu Reino.
Gloria a ti, oh Se�or, sea gloria a ti
Marcos 14,1-15,47
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Faltaban dos d�as para la Pascua y los Azimos. Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban c�mo prenderle con enga�o y matarle. Pues dec�an: �Durante la fiesta no, no sea que haya alboroto del pueblo.� Estando �l en Betania, en casa de Sim�n el leproso, recostado a la mesa, vino una mujer que tra�a un frasco de alabastro con perfume puro de nardo, de mucho precio; quebr� el frasco y lo derram� sobre su cabeza. Hab�a algunos que se dec�an entre s� indignados: ��Para qu� este despilfarro de perfume? Se pod�a haber vendido este perfume por m�s de trescientos denarios y hab�rselo dado a los pobres.� Y refunfu�aban contra ella. Mas Jes�s dijo: �Dejadla. �Por qu� la molest�is? Ha hecho una obra buena en m�. Porque pobres tendr�is siempre con vosotros y podr�is hacerles bien cuando quer�is; pero a m� no me tendr�is siempre. Ha hecho lo que ha podido. Se ha anticipado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Yo os aseguro: dondequiera que se proclame la Buena Nueva, en el mundo entero, se hablar� tambi�n de lo que �sta ha hecho para memoria suya.� Entonces, Judas Iscariote, uno de los Doce, se fue donde los sumos sacerdotes para entreg�rselo. Al o�rlo ellos, se alegraron y prometieron darle dinero. Y �l andaba buscando c�mo le entregar�a en momento oportuno. El primer d�a de los Azimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dicen sus disc�pulos: ��D�nde quieres que vayamos a hacer los preparativos para que comas el cordero de Pascua?� Entonces, env�a a dos de sus disc�pulos y les dice: �Id a la ciudad; os saldr� al encuentro un hombre llevando un c�ntaro de agua; seguidle y all� donde entre, decid al due�o de la casa: "El Maestro dice: �D�nde est� mi sala, donde pueda comer la Pascua con mis disc�pulos?" El os ense�ar� en el piso superior una sala grande, ya dispuesta y preparada; haced all� los preparativos para nosotros.� Los disc�pulos salieron, llegaron a la ciudad, lo encontraron tal como les hab�a dicho, y prepararon la Pascua. Y al atardecer, llega �l con los Doce. Y mientras com�an recostados, Jes�s dijo: �Yo os aseguro que uno de vosotros me entregar�, el que come conmigo.� Ellos empezaron a entristecerse y a decirle uno tras otro: ��Acaso soy yo?� El les dijo: �Uno de los Doce que moja conmigo en el mismo plato. Porque el Hijo del hombre se va, como est� escrito de �l, pero �ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! �M�s le valdr�a a ese hombre no haber nacido!� Y mientras estaban comiendo, tom� pan, lo bendijo, lo parti� y se lo dio y dijo: �Tomad, este es mi cuerpo.� Tom� luego una copa y, dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella. Y les dijo: �Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos. Yo os aseguro que ya no beber� del producto de la vid hasta el d�a en que lo beba nuevo en el Reino de Dios.� Y cantados los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos. Jes�s les dice: �Todos os vais a escandalizar, ya que est� escrito: Herir� al pastor y se dispersar�n las ovejas. Pero despu�s de mi resurrecci�n, ir� delante de vosotros a Galilea.� Pedro le dijo: �Aunque todos se escandalicen, yo no.� Jes�s le dice: �Yo te aseguro: hoy, esta misma noche, antes que el gallo cante dos veces, t� me habr�s negado tres.� Pero �l insist�a: �Aunque tenga que morir contigo, yo no te negar�.� Lo mismo dec�an tambi�n todos. Van a una propiedad, cuyo nombre es Getseman�, y dice a sus disc�pulos: �Sentaos aqu�, mientras yo hago oraci�n.� Toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, y comenz� a sentir pavor y angustia. Y les dice: �Mi alma est� triste hasta el punto de morir; quedaos aqu� y velad.� Y adelant�ndose un poco, ca�a en tierra y suplicaba que a ser posible pasara de �l aquella hora. Y dec�a: ��Abb�, Padre!; todo es posible para ti; aparta de m� esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras t�.� Viene entonces y los encuentra dormidos; y dice a Pedro: �Sim�n, �duermes?, �ni una hora has podido velar? Velad y orad, para que no caig�is en tentaci�n; que el esp�ritu est� pronto, pero la carne es d�bil.� Y alej�ndose de nuevo, or� diciendo las mismas palabras. Volvi� otra vez y los encontr� dormidos, pues sus ojos estaban cargados; ellos no sab�an qu� contestarle. Viene por tercera vez y les dice: �Ahora ya pod�is dormir y descansar. Basta ya. Lleg� la hora. Mirad que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. �Levantaos! �v�monos! Mirad, el que me va a entregar est� cerca.� Todav�a estaba hablando, cuando de pronto se presenta Judas, uno de los Doce, acompa�ado de un grupo con espadas y palos, de parte de los sumos sacerdotes, de los escribas y de los ancianos. El que le iba a entregar les hab�a dado esta contrase�a: �Aquel a quien yo d� un beso, �se es, prendedle y llevadle con cautela.� Nada m�s llegar, se acerca a �l y le dice: �Rabb��, y le dio un beso. Ellos le echaron mano y le prendieron. Uno de los presentes, sacando la espada, hiri� al siervo del Sumo Sacerdote, y le llev� la oreja. Y tomando la palabra Jes�s, les dijo: ��Como contra un salteador hab�is salido a prenderme con espadas y palos? Todos los d�as estaba junto a vosotros ense�ando en el Templo, y no me detuvisteis. Pero es para que se cumplan las Escrituras.� Y abandon�ndole huyeron todos. Un joven le segu�a cubierto s�lo de un lienzo; y le detienen. Pero �l, dejando el lienzo, se escap� desnudo. Llevaron a Jes�s ante el Sumo Sacerdote, y se re�nen todos los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas. Tambi�n Pedro le sigui� de lejos, hasta dentro del palacio del Sumo Sacerdote, y estaba sentado con los criados, calent�ndose al fuego. Los sumos sacerdotes y el Sanedr�n entero andaban buscando contra Jes�s un testimonio para darle muerte; pero no lo encontraban. Pues muchos daban falso testimonio contra �l, pero los testimonios no coincid�an. Algunos, levant�ndose, dieron contra �l este falso testimonio: �Nosotros le o�mos decir: Yo destruir� este Santuario hecho por hombres y en tres d�as edificar� otro no hecho por hombres.� Y tampoco en este caso coincid�a su testimonio. Entonces, se levant� el Sumo Sacerdote y poni�ndose en medio, pregunt� a Jes�s: ��No respondes nada? �Qu� es lo que �stos atestiguan contra ti?� Pero �l segu�a callado y no respond�a nada. El Sumo Sacerdote le pregunt� de nuevo: ��Eres t� el Cristo, el Hijo del Bendito?� Y dijo Jes�s: �S�, yo soy, y ver�is al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir entre las nubes del cielo.� El Sumo Sacerdote se rasga las t�nicas y dice: ��Qu� necesidad tenemos ya de testigos? Hab�is o�do la blasfemia. �Qu� os parece?� Todos juzgaron que era reo de muerte. Algunos se pusieron a escupirle, le cubr�an la cara y le daban bofetadas, mientras le dec�an: �Adivina�, y los criados le recibieron a golpes. Estando Pedro abajo en el patio, llega una de las criadas del Sumo Sacerdote y al ver a Pedro calent�ndose, le mira atentamente y le dice: �Tambi�n t� estabas con Jes�s de Nazaret.� Pero �l lo neg�: �Ni s� ni entiendo qu� dices�, y sali� afuera, al portal, y cant� un gallo. Le vio la criada y otra vez se puso a decir a los que estaban all�: �Este es uno de ellos.� Pero �l lo negaba de nuevo. Poco despu�s, los que estaban all� volvieron a decir a Pedro: �Ciertamente eres de ellos pues adem�s eres galileo.� Pero �l, se puso a echar imprecaciones y a jurar: ��Yo no conozco a ese hombre de quien habl�is!� Inmediatamente cant� un gallo por segunda vez. Y Pedro record� lo que le hab�a dicho Jes�s: �Antes que el gallo cante dos veces, me habr�s negado tres.� Y rompi� a llorar. Pronto, al amanecer, prepararon una reuni�n los sumos sacerdotes con los ancianos, los escribas y todo el Sanedr�n y, despu�s de haber atado a Jes�s, le llevaron y le entregaron a Pilato. Pilato le preguntaba: ��Eres t� el Rey de los jud�os?� El le respondi�: �S�, t� lo dices.� Los sumos sacerdotes le acusaban de muchas cosas. Pilato volvi� a preguntarle: ��No contestas nada? Mira de cu�ntas cosas te acusan.� Pero Jes�s no respondi� ya nada, de suerte que Pilato estaba sorprendido. Cada Fiesta les conced�a la libertad de un preso, el que pidieran. Hab�a uno, llamado Barrab�s, que estaba encarcelado con aquellos sediciosos que en el mot�n hab�an cometido un asesinato. Subi� la gente y se puso a pedir lo que les sol�a conceder. Pilato les contest�: ��Quer�is que os suelte al Rey de los jud�os?� (Pues se daba cuenta de que los sumos sacerdotes le hab�an entregado por envidia.) Pero los sumos sacerdotes incitaron a la gente a que dijeran que les soltase m�s bien a Barrab�s. Pero Pilato les dec�a otra vez: �Y �qu� voy a hacer con el que llam�is el Rey de los jud�os?� La gente volvi� a gritar: ��Crucif�cale!� Pilato les dec�a: �Pero �qu� mal ha hecho?� Pero ellos gritaron con m�s fuerza: �Crucif�cale!� Pilato, entonces, queriendo complacer a la gente, les solt� a Barrab�s y entreg� a Jes�s, despu�s de azotarle, para que fuera crucificado. Los soldados le llevaron dentro del palacio, es decir, al pretorio y llaman a toda la cohorte. Le visten de p�rpura y, trenzando una corona de espinas, se la ci�en. Y se pusieron a saludarle: ��Salve, Rey de los jud�os!� Y le golpeaban en la cabeza con una ca�a, le escup�an y, doblando las rodillas, se postraban ante �l. Cuando se hubieron burlado de �l, le quitaron la p�rpura, le pusieron sus ropas y le sacan fuera para crucificarle. Y obligaron a uno que pasaba, a Sim�n de Cirene, que volv�a del campo, el padre de Alejandro y de Rufo, a que llevara su cruz. Le conducen al lugar del G�lgota, que quiere decir: Calvario. Le daban vino con mirra, pero �l no lo tom�. Le crucifican y se reparten sus vestidos, echando a suertes a ver qu� se llevaba cada uno. Era la hora tercia cuando le crucificaron. Y estaba puesta la inscripci�n de la causa de su condena: �El Rey de los jud�os.� Con �l crucificaron a dos salteadores, uno a su derecha y otro a su izquierda. Y los que pasaban por all� le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: ��Eh, t�!, que destruyes el Santuario y lo levantas en tres d�as, �s�lvate a ti mismo bajando de la cruz!� Igualmente los sumos sacerdotes se burlaban entre ellos junto con los escribas diciendo: �A otros salv� y a s� mismo no puede salvarse. �El Cristo, el Rey de Israel!, que baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.� Tambi�n le injuriaban los que con �l estaban crucificados. Llegada la hora sexta, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona. A la hora nona grit� Jes�s con fuerte voz: �Elo�, Elo�, �lema sabactan�?�, - que quiere decir - ��Dios m�o, Dios m�o! �por qu� me has abandonado?� Al o�r esto algunos de los presentes dec�an: �Mira, llama a El�as.� Entonces uno fue corriendo a empapar una esponja en vinagre y, sujet�ndola a una ca�a, le ofrec�a de beber, diciendo: �Dejad, vamos a ver si viene El�as a descolgarle.� Pero Jes�s lanzando un fuerte grito, expir�. Y el velo del Santuario se rasg� en dos, de arriba abajo. Al ver el centuri�n, que estaba frente a �l, que hab�a expirado de esa manera, dijo: �Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios.� Hab�a tambi�n unas mujeres mirando desde lejos, entre ellas, Mar�a Magdalena, Mar�a la madre de Santiago el menor y de Joset, y Salom�, que le segu�an y le serv�an cuando estaba en Galilea, y otras muchas que hab�an subido con �l a Jerusal�n. Y ya al atardecer, como era la Preparaci�n, es decir, la v�spera del s�bado, vino Jos� de Arimatea, miembro respetable del Consejo, que esperaba tambi�n el Reino de Dios, y tuvo la valent�a de entrar donde Pilato y pedirle el cuerpo de Jes�s. Se extra�o Pilato de que ya estuviese muerto y, llamando al centuri�n, le pregunt� si hab�a muerto hac�a tiempo. Informado por el centuri�n, concedi� el cuerpo a Jos�, quien, comprando una s�bana, lo descolg� de la cruz, lo envolvi� en la s�bana y lo puso en un sepulcro que estaba excavado en roca; luego, hizo rodar una piedra sobre la entrada del sepulcro. Mar�a Magdalena y Mar�a la de Joset se fijaban d�nde era puesto.
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Gloria a ti, oh Se�or, sea gloria a ti
Ayer he sido sepultado con Cristo,
Hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acu�rdate de m�, Se�or, en Tu Reino.
Gloria a ti, oh Se�or, sea gloria a ti
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