Cardenal, arzobispo de Vrhbosna-Sarajevo, Bosnia y Herzegovina
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Al empezar esta Santa Misa, siendo el anfitrión, querría manifestar mi alegría y dar la bienvenida a todos los participantes de esta Eucaristía.
En primer lugar saludo a todos los concelebrantes de la Eucaristía:
El gran e inolvidable amigo cardenal Roger Etchegaray, vicedecano del Colegio cardenalicio, que nos visitó a mediados de 1992 como delegado especial del Papa, pero su comportamiento nunca fue el de un delegado sino el de una persona cercana a nosotros con el corazón.
Saludo también a los demás cardenales y les doy la bienvenida, especialmente saludo al cardenal Kurt Koch, que es el presidente del Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos. Vuestra presencia, de manera particular, anima esta oración y el intento común por la paz..
Sinceramente y de todo corazón saludo a nuestro amigo y querido invitado, el cardenal Paul Poupard, Presidente emérito del Pontificio Consejo para la Cultura. No podemos olvidar su visita a Sarajevo.
Saludo al cardenal Crescenzio Sepe, arzobispo de Nápoles, que en cualidad de Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, nos ha demostrado su proximidad de distintos modos y especialmente visitándonos en Sarajevo.
Saludo a todos los arzobispos, a los obispos y a los sacerdotes que están presentes en esta Eucaristía.
Envío un saludo y un agradecimiento particular a la Comunidad de Sant’Egidio, que es organizadora de este encuentro.
Con alegría y respeto particular saludo a Su Beatitud el Patriarca serbio Irineo y a los representantes de la Iglesia ortodoxa de todos los países: bienvenidos a Sarajevo para rezar juntos por la paz. Vuestra presencia es un gran signo que nos dice mucho sobre la edificación de la paz y del camino del diálogo.
Saludo también a los demás cristianos que han llegado a Sarajevo: oramos y actuamos de modo que en esta "Ciudad símbolo" podamos edificar un mensaje de paz que sea un signo para muchos.
Saludo a todos los jefes de Estado y políticos que con su presencia apoyan a las religiones y a las culturas en el camino del diálogo.
Saludo a todos los representantes de los medios de comunicación, tanto tradicionales como electrónicos: ellos llevan este evento a un público más amplio.
Distinguidos señores,
Hermanos en el ministerio episcopal
Queridos hermanos concelebrantes, queridos hermanos y hermanas
Esta tarde estamos unidos celebrando juntos la Eucaristía de la vigilia del domingo, en la que oramos de manera particular por la paz en esta ciudad, en este país, en el mundo entero. Este es el motivo principal de nuestro encuentro y de nuestra comunión en la oración. Os doy las gracias por vuestra presencia que trae el mensaje de paz. Doy las gracias especialmente a la Comunidad de Sant’Egidio por haber elegido esta ciudad como lugar del Encuentro internacional de oración por la paz. Gracias por vuestro trabajo tenaz para la convivencia entre los pueblos, arraigado en una fe profunda alimentada por el amor por la Palabra de Dios y por los pobres.
Vuestra presencia en la oración tiene el mismo valor que la exhortación del profeta Isaías: “sed fuertes, no tengáis miedo”. En este desierto, causado por la guerra, es necesario que vuelva a florecer la vida de la comunión en nuestra diferencia. Basándonos en la fe en Dios debemos aprender a aceptar, respetar y apreciar a todos como personas y como portadores de los derechos fundamentales.
En el trabajo por defender los derechos de cada persona, deseamos que la Palabra de Doios, tal como leemos en la carta de Santiago, nos anime junto a todos los desesperados, sabiendo que Dios no hace preferencias. El trabajo por la verdad y la justicia, por la defensa de los derechos de cada persona se basa en la certeza de que la Palabra de Dios es siempre verdadera y justa y de que para Dios cada hombre es importante. Si la fe en Dios nos guía, entonces seremos capaces de proteger al hombre que tenemos a nuestro lado.
San Marcos nos ha escrito una parábola sobre la curación del sordo. Pongámonos también nosotros ante este mismo Señor deseando que nos abra los ojos de la fe, que nos dé la palabra justa de la paz y de la convivencia, que nos dé la capacidad de hacer el bien.
Este país y sus habitantes están heridos por la guerra, que sembró desconfianza y por eso se vive con inseguridad. Muchas desgracias han asolado a las personas de este país. Hoy oramos para que el Señor cure todas las heridas, devuelva la confianza en Dios, la confianza en el hombre y que todo eso haga crecer la posibilidad de que el hombre sepa colaborar con Dios.
Como alguien que vivió y sobrevivió a aquella brutal guerra os saludo con los más sinceros sentimientos de bienvenida. No quiero extenderme en los momentos oscuros, pero junto a vosotros quiero rezar por un futuro mejor, que no es solo importante para Bosnia y Hercegovina y los pueblos que la habitan, sino para toda Europa y para todo el mundo.
La oración ha sido la fuerza para soportar los horrores de la guerra, pero ahora cada vez más se extiende la nube de la desesperación. Por eso es importante que de esta ciudad salga el gran mensaje de esperanza, el mensaje de energía positiva que dice: la diversidad no es un inconveniente sino un recurso. De esta diversidad nace la necesidad de construir un mundo donde en la convivencia y en la tolerancia se pueda tener esperanza en un futuro mejor.
Aquí deseo citar las palabras que el beato papa Juan Pablo II debía decir en Sarajevo el 8 de septiembre de 1944, y que, al no poder venir, envió para que fueran leídas: la Declaración de los derechos humanos es uno de los primeros pilares hacia la edificación de la paz. La guerra va contra el hombre. Si queremos evitar la guerra es necesario garantizar el respeto de los derechos fundamentales del hombre entre los que ocupa el primer lugar el derecho a la vida de todo hombre, desde el momento de la concepción hasta la muerte natural.
También existen otros derechos, por ejemplo, la libertad religiosa y la libertad de conciencia, que rigen los principios de la convivencia de los hombres en el ámbito espiritual. El Concilio Vaticano II dedicó a estos derechos una declaración especial, la declaración sobre la Dignidad de las personas, la Dignitatis humanae.
La convivencia de la persona y de los pueblos ante todo debe basarse en los “derechos de los pueblos”. Al igual que cada persona, también cada pueblo tiene derecho a existir, tiene derecho a desarrollar su propio patrimonio cultural. Este es fuente de inspiración para las familias que educan a sus hijos, transmiten a las generaciones futuras los bienes culturales de su patria.
“…Así nace la paz en el respeto de los derechos de la persona y de los derechos de los pueblos; así se edifica y se defiende la paz”.
Sabemos que la paz es una tarea grande. SAbemos que no somos amos de nosotros mismos, sino según el derecho Divino, formamos parte de una gran familia; partiendo de la familia de nuestra Iglesia local de la archidiócesis de Vrhbosna, de la Iglesia católica de Bosnia y Hercegovina, y de la Iglesia universal católica, y mirando en sentido política también de la integración europea. Por eso es necesaria la solidaridad del mundo en el trabajo para construir la paz y ampliar nuestros horizontes. En primer lugar ponemos nuestra confianza en él que es nuestra paz, el Cristo Señor resucitado que nos da su paz, no como la da el mundo, donde parece mandar la ley del más fuerte, sino la paz en la que todo ser humano es creado por Dios, amado, redimido por Cristo; así constituimos la comunidad de creyentes en el camino de amor y de paz.
Por eso os doy las gracias por vuestra presencia, por vuestra participación en esta oración común por la paz, por la igualdad, por la dignidad de todo hombre. Os doy las gracias porque estos días estáis unidos con nosotros, los católicos, y con todos los ciudadanos de este país. Gracias por cada gesto solidario en la edificación de la paz.
Que Dios acoja nuestras oraciones, bendiga la comunión y dé su paz a los corazones, a las familias, a los pueblos y a todos los países del mundo.
¡Amén!
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