Patriarca de la Iglesia Ortodoxa de Serbia
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Ilustres ministros, Presidente de Bosnia y Hercegovina, Presidente de Serbia y Presidente de la República Srpska, y demás ilustres representantes de los países de esta zona de Europa,
Eminencias, reverendos, excelencias, honorables representantes del islam y del judaísmo, ilustres representantes de otras grandes religiones mundiales, señoras y señores,
Queridos amigos, participantes en este Encuentro por la Paz, hermanos y hermanas,
Al inicio de este breve saludo en la ceremonia de inauguración del Encuentro por la Paz, permítanme saludarles a todos, con sincero respeto y afecto en el nombre de Dios, con el tradicional saludo bíblico, que tras el uso que introdujo el Corán, se ha convertido en el saludo tradicional de las tres religiones monoteístas: ¡Paz a vosotros! ¡Shalom aleikhem! ¡Salam aleikum! ¡Εἰρήνη ὑμῖν!
Debemos destacar que esta paz no significa simplemente un estado de ausencia de guerra, sino que es la plenitud de la vida bajo la bendición de Dios, la totalidad de los dones y de los bienes divinos, la salvación y la bienaventuranza. Doy gracias a Dios por la paz y el amor gozoso de poder compartir con todos ustedes, hombres de fe, hombres de estado, hombres de cultura, ilustres figuras de la vida pública, amigos y personas de buena voluntad, el saludo y el pensamiento de paz en su más profundo significado.
Las personas del país en el que nos encontramos, y las de los países cercanos a lo largo de su historia reciente y pasada han vivido muchos sufrimientos y han visto a muchos caídos. Todo eso permanece en una memoria histórica permanente de las personas de esta región, no como si estuviera llamada a un castido, sino como memoria y guía para el futuro. Un futuro que nos pide a todos una voluntad de paz, la acogida y el respeto mutuo, el perdón y la conciencia de la necesidad de vivir en una gran comunidad de personas. Mi antecesor en el Trono de Santo Sava decía sabiamente: “La tierra es suficientemente grande para miles de millones de personas, si son realmente creyentes y obedecientes a Dios, pero es limitada e insuficiente incluso solo para dos personas si una de estas dos personas es como Caín en la Biblia.
Nuestras raíces están aquí, en los Balcanes, y en Europa, a la que pertenecemos desde un punto de vista geográfico, histórico y de civilizacion. Son raíces espirituales. Las raíces de Europa son principalmente cristianas, con la importante aportación del judaísmo y del islam. La herencia cultural y espiritual europea se basa en la experiencia de la fe en un único Dios y en la invitación en nombre de la fe a aceptar al otro como prójimo, y tratarlo como lo hace Dios misericordioso. Él “hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos” (Mt 5,45). “Porque Dios es amor” (1 Jn 5,8). Él “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1 Tm 2,4). La conclusión de san Juan el Teólogo, justamente llamado discípulo del amor, es sin duda la lógica y tal vez la única posible: “Si alguno dice Yo amo a Dios y odia a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn 4,20). Por eso añade: “Quien ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Jn 4,21).
Hoy el mundo está atravesando una crisis profunda. Esta crisis es multiforme: económico-financiera, política, medioambiental, moral, etc. Pero en mi opinión, es principalmente una crisis espiritual. Eso es lo que afirman los más grandes pensadores. De hecho, por ejemplo, el famoso filósofo religioso ruso Nikolai Berdyaev escribe que la crisis de nuestro tiempo es principalemnte crisis del espíritu y sus raíces ahondan en el hecho que el hombre moderno cree en la omnipotencia de la ciencia y de la tecnología y ampbliamente ha olvidado o ha abandonado su relación con Dios, es decir, la realidad del espíritu. Para todos los que somos hombres y mujeres de fe, la crisis es un desafío positivo para intentar ayudar a nuestros contemporáneos a redescubrir el mundo de la fe en el que podrían buscar respuesta a sus preguntas y encontrar los caminos de esperanza en lugar del utilitarismo ciego y de la mentalidad consumista.
Mi presencia hoy aquí, en la sede de una de las más antiguas y respetadas sedes episcopales de la Iglesia ortodoxa serbia, junto a la presencia de mis hermanos obispos, sacerdotes, monjes y monjas representa el empeño del pueblo serbio por la noble causa de la paz, que nuestra Iglesia Ortodoxa siempre ha enseñado. Estoy firmemente convencido de que los líderes espirituales y los creyentes de las demás iglesias y comunidades religiosas de esta ciudad y de este país (musulmanes, católicos romanos, judíos y todos los demás) comparten exactamente los mismos sentimientos y los mismos pensamientos, que por otra parte también comparten los pueblos con los que estamos llamados a convivir. Y convivir es el futuro, como reza el título de nuestro Encuentro. Deseo profundamente que el futuro común pueda estar libre de las más dolorosas y trágicas experiencias del pasado que todos hemos vivido. Que Dios pueda conceder a las nuevas generaciones el don de crecer y de vivir sin odio y sin conocer la terrible experiencia de la guerra. El prerequisito y la preparación de dicho futuro son, entre otras cosas, los encuentros en el signo de la buena voluntad, de la paz, de la apertura, del diálogo y de la reciprocidad en el nombre de Dios misericordioso, en el nombre de Dios que es amor y dador de amor. En este contexto nuestro encuentro asume su verdadero y pleno significado.
Por último, permítanme concluir con las palabras de cordial agradecimiento a la Comunidad de Sant’Egidio, a su fundador, Andrea Riccardi, y a su padre espiritual, el arzobispo monseñor Vincenzo Paglia, por sus iniciativas cargadas de visión y de valentía, especialmente al organizar este encuentro en el que cada uno de nosotros puede testimoniar libremente su fe, y todos juntos esperamos poder recibir un futuro de paz.
Que la bendición de Dios esté con todos ustedes. |