El Papa Juan Pablo II ha invitado a los cristianos a celebrar un día de ayuno el 14 de diciembre.
La Comunidad, allá donde está, se une con profundidad a esta jornada de ayuno y, durante la noche de este mismo día, se encuentra en la oración común por la paz
El domingo el Papa ha dicho en el Ángelus: “En la compleja situación internacional actual, la humanidad está llamada a movilizar sus mejores energías, para que el amor prevalezca sobre el odio, la paz sobre la guerra, la verdad sobre la mentira, y el perdón sobre la venganza”. Juan Pablo II añadió: “La paz o la violencia brotan del corazón del hombre, sobre el que sólo Dios tiene poder. Convencidos de esto, los creyentes adoptan desde siempre las armas del ayuno y la oración para afrontar los más graves peligros, acompañándolas con obras concretas de caridad”.
Es una tradición antigua. Pero el ayuno expresa también arrepentimiento, humillación ante Dios y una petición de perdón. Manifiesta el distanciamiento de las riquezas y del alimento. En este distanciamiento el creyente descubre la solidaridad con los más pobres, con los hambrientos y los necesitados..
En el capítulo 58 del libro del profeta Isaías, el profeta pide un ayuno no formalista. Dice: ¿No será éste el ayuno que yo elija?:deshacer los nudos de la maldad, soltar las coyundas del yugo, dejar libres a los maltratados, y arrancar todo yugo.
¿No será partir al hambriento tu pan, y a los pobres sin hogar recibir en casa?¿Que cuando veas a un desnudo le cubras, y de tu semejante no te apartes?
También las comunidades cristianas ayunaban, como la de Antioquia, que, mientras celebraba el culto y ayunaba, escuchó la voz del Espíritu Santo (Hch 13, 2). La tradición cristiana vincula muy a menudo el ayuno con la limosna, con el don a los más pobres y hambrientos. La invitación al ayuno nos llama a sustraernos del poder de las cosas.
Jesús es el ayunador del Evangelio, a pesar de haber sido acusado por sus adversarios de no ser un hombre severo con sus discípulos. Al inicio de su vida pública él ayunó durante cuarenta días. El diablo le tentó: «Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan» (Lc 4, 3). Pero Jesús muestra su resistencia al poder de las cosas y del diablo: «Está escrito: No sólo de pan vive el hombre» (Lc 4, 4).
En este tiempo difícil en el que se combate y donde no faltan amenazas de violencia y de terrorismo, el ayuno del 14 de diciembre nos llama a la oración para que el Señor aleje la guerra y la violencia del mundo, concediendo al final la paz. Es significativo que Juan Pablo II haya querido que esta jornada de ayuno tuviese lugar precisamente el viernes 14 de diciembre, que es el último día del Ramadán, mes de ayuno de los musulmanes. El ayuno del mes de Ramadán es una práctica muy importante en el Islam (es uno de los cinco pilares de la religión islámica): es concebido como un acto de dominio de sí y de obediencia a Dios en la fragilidad del propio cuerpo, habitúa a las adversidades y hace conocer lo que sufren los pobres, volviendo a quien lo practica más compasivo.
Como es sabido, el Ramadán dura un mes, durante el que no está permitido comer ni beber del alba al atardecer. Las ciudades musulmanas, que se encienden de vitalidad y alegría por la noche, cuando se rompe el ayuno (iftar), dan, especialmente durante el Ramadán, un testimonio colectivo de fe.
¿Por qué Juan Pablo II ha querido esta coincidencia entre el día de ayuno de los católicos y el final del Ramadán? Evidentemente, ha querido mostrar, en tiempos de relaciones no fáciles entre Occidente y el mundo musulmán, que cristianos y musulmanes no son enemigos, sino que, en la diferencia de su fe, tienen valores comunes y se dirigen en la oración al único Dios.
Ayunar el mismo día construye esta amistad espiritual que vale más que muchas palabras. “Deseo vivamente – ha dicho el Papa - que la actitud común de penitencia religiosa acreciente la comprensión recíproca entre cristianos y musulmanes, llamados más que nunca, en el momento actual, a ser, juntos, constructores de justicia y de paz”. |