En un tiempo de polarización étnico-identitaria que ha atravesado recientemente el país, Sant'Egidio se ha esforzado por cultivar aquel sueño de fraternidad y de paz que es el anhelo de toda comunidad cristiana, y al mismo tiempo el referente ideal de las poblaciones kenyatas.
El himno del país habla de undugu (fraternidad en swahili) y de amani (paz). El lema nacional es Harambee, que significa actuar conjuntamente con un objetivo noble y elevado, converger, aunar en beneficio de todos.
Sin embargo Kenya ha pasado tiempos difíciles, de contraposición y de violencia: sus ciudadanos se han dividido, han luchado entre ellos. Eso es lo que pasó en las elecciones presidenciales de 2007, y de los posteriores desórdenes, que provocaron casi 1.000 muertos y 600.000 refugiados internos.
Se temía que pasara algo similar en las elecciones de marzo pasado. La sociedad kenyata y creyentes de todas las religiones rezaron por un enfrentamiento civil y pacífico. Las comunidades de Sant'Egidio organizaron oraciones y marchas por la paz.
Los resultados finales del escrutinio se dieron a conocer a finales de mes. Y mientras muchos creían que era más prudente ir hacia sus pueblos natales para no encontrarse en una zona étnicamente "equivocada" en el momento de la proclamación definitiva de los resultados, los jóvenes y los adultos de la Comunidad se reunían en Nakuru para celebrar la Pascua, para estar unidos más allá de las diferencias étnicas o políticas.
Por suerte la elección en la primera vuelta del nuevo presidente, Uhuru Kenyatta, estuvo acompañada solo por algunos incidentes aislados y por algunas protestas, pero sin que se produjera el riesgo de una nueva guerra civil. En el fondo fue la victoria de la sensatez, de la unidad y de la paz.
Sant'Egidio vive dicha tensión por la unidad y por la paz durante todo el año. Y lo hace en todas las localidades en las que está presente (además de Nairobi y Nakuru, también en Eldoret, Kisumu, Mombasa, Homa Bay), a través del servicio que presta a los pobres sin tener en cuenta su origen, su historia o su religión. Así, han nacido unas diez Escuelas de la Paz en los últimos años, mientras que en cinco ciudades viven con pasión una hermosa amistad con los ancianos, y en Nakuru y Eldoret visitan a las presas de las cárceles de mujeres locales.
El servicio se convierte en espíritu, ideales, sueños comunes, más allá de todo, más allá de la tentación étnico-identitaria; se convierte en decisión de trabajar juntos por un país unido por un destino común para poblaciones y culturas diferentes. Así es como se construye la civilización de la convivencia, aquel futuro de fraternidad y paz que los padres de la desconolización vislumbraron hace 50 años para sus países y para todo el continente. |